Alberto II de Mónaco acaba de anunciar a medio francés que espera que Charlene esté de vuelta en casa para celebrar con él el 19 de noviembre, la fiesta nacional del principado. Pero la realidad es que su esposa lleva más de seis meses viviendo a miles de kilómetrso de distancia. La versión oficial afirma que la princesa Charlène de Mónaco dejó atrás a sus hijos, Jaime y Gabriella, y a su marido, el príncipe Alberto para hacer un viaje de placer que duraría apenas unos días. Después cayó enferma en su país natal, Sudáfrica, y ha ido encadenando unos problemas de salud con otros hasta completar más de seis meses de ausencia del principado. El problema es que poca gente se cree la versión oficial, ni en Mónaco ni fuera de él, y que algunos han decidido echar la vista atrás y hacer recuento de todas las razones que podrían explicar otra versión de los hechos más realista: que a la princesa Charlène no le gusta el principado que gobierna su marido. ¿Pero acaso tiene motivos para que le guste?
Ese ha sido el punto de partida de una investigación realizada por la edición francesa de la revista Elle que ha conseguido contactar con los (escasos) monegascos que desean hablar sobre el tema del bullying a su princesa consorte. Y resumiendo parece ser que no, Charlène tiene pocos motivos para tenerle cariño a esos dos kilómetros cuadrados repletos de cortesanos, millonarios y poderosos.
Pero no hace falta buscar testigos en La Roca para darse cuenta de que las cosas entre la princesa y su principado nunca han ido bien del todo. Si atendemos a las declaraciones que la propia princesa Charlène ha ido vertiendo a los largo de los años, e incluso a todo lo que ha dicho durante su convalecencia en Sudáfrica, podemos resumir que su vida en Mónaco nunca ha sido agradable. En una entrevista reciente hablaba de sus dificultades para encajar y de que en el pequeño principado plagado de multimillonarios nadie comprendía su sentido del humor. Pero no poder compartir risas con nadie no ha sido el peor de los hándicaps de la princesa.
A Charlène los medios la bautizaron hace ya una década como « la princesa triste» por sus lágrimas el día de su boda. A los pocos meses le pusieron un nuevo mote: «la princesa muda». El por qué de su mutismo tiene mucho que ver con el bullying cortesano y mediático que recibió desde el día que se casó: todos se reían en público y en privado de sus intentos de hablar en francés así como de su acento sudafricano.
Aún hoy hay quien le reprocha que no es capaz de manejarse con la soltura adecuada en el idioma de su marido, una crítica que, en realidad, esconde otra: para la corte monegasca Charlène nunca ha tenido el «nivel» necesario para estar al lado de Alberto. No era tan guapa como Grace Kelly, ni tan elegante como la «primera dama» no oficial de Mónaco, la princesa Carolina, la mujer que escogió Mónaco antes que su matrimonio con Ernesto de Hannover... y la misma mujer que es la poseedora de las joyas de la familia y que no cedió ninguna de las tres tiaras de la misma a Charlène el día de su boda, solo accedió a prestarle un broche.
Ante las burlas y los desplantes la Charlène sonriente de los años de compromiso con el príncipe Alberto capaz de bailar y reír con Carlota Casiraghi, terminó convirtiéndose tras su boda en una criatura cada vez más ausente, apocada, hierática y muda. La campaña de desprestigio que se ha ejercido sobre ella y su matrimonio llegó a su vida desde el mismo día en el que pronunció el «sí quiero». Algunos de esos rumores, como el de que fue una novia a la fuga, aún hoy subsisten a pesar de que ha sido desmentido varias veces por ella misma.
Los intentos de Charlène de limpiar su imagen o defenderse han servido de tan poco como los intentos de Alberto de Mónaco de protegerla. El propio príncipe reunió a su gabinete de crisis nada más llegar de su luna de miel para hacer frente a la avalancha de información negativa sobre la princesa que se estaba gestando en los medios. Estaba furioso. « Durante décadas mi familia ha sido blanco de ataques injustos e incluso inadmisibles. Quiero proteger a la princesa Charlène, que no está acostumbrada a la violencia de los medios«, decía el comunicado posterior a esa reunión.
Pero ningún comunicado ni ninguna demanda posterior a las principales cabeceras fransesas consiguió acallar a las malas lenguas dentro del principado, ese «nido de serpientes y hienas», como lo definió Charlène a un amigo íntimo, que no se limitaba únicamente a criticar fallos de protocolo o vestuario, sino que planteaba incluso que Charlène no sería capaz de dar un heredero a Alberto.
Charlène pensó que si al pueblo que gobernaba su marido no le gustaba su acento, dejaría de hablar, y que demostraría con sus actos y no con sus palabras su valía. Pero incluso hoy todo lo que hace para mostrar el tipo de princesa que desea ser es ridiculizado y criticado de una forma u otra en público o en privado, como cuando se rapó media cabeza o cuando más recientemente ha publicado en su cuenta de Instagram una imagen suya vestida de guerrera como imagen de su campaña contra la caza furtiva en Sudáfrica.
Al final, Charlène ha dejado incluso de actuar en Mónaco. No se la ve en un acto oficial del principado desde enero de 2021. No se sabe a ciencia cierta cuándo se fue a Sudáfrica ni cuándo volverá. Los foros del cotilleo de Mónaco ya están preparando su campaña anti-Charlène: si la princesa no vuelve el próximo 19 de noviembre, día de la fiesta nacional, es que ya no volverá jamás. Pero la realidad es que aparte de sus hijos y su marido, ¿tiene Charlène algún motivo para querer volver a Mónaco?