Con el mundo en vilo ante la anunciada recuperación de la princesa Charlene y su regreso al Principado de Mónaco, salta de nuevo la sorpresa ante una decisión, al menos extravagante, del príncipe Alberto. Se constata lo evidente: cada vez resulta más difícil encontrar un relato lógico y sensato a la situación de una familia que, sobre el papel, está desestructurada. Por mucho que los comunicados oficiales y las declaraciones a la prensa hablen de amor y deseos de pronta reunión, los hechos son tozudos: una madre busca refugio en su familia en su Sudáfrica natal, a miles de kilómetros del palacio real, y unos niños permanecen separados de ella.
En casi ocho meses, el príncipe Jacques y la princesa Gabriella solo han visto q su madre en una ocasión. Sin duda, muy poco tiempo para unos niños de solo 7 años que, seguramente, no entienden esta distancia. En realidad, nadie la entiende: ¿por qué a tan corta edad ya realizan viajes oficiales, como el que ahora les ha llevado a la Cumbre del Clima en Glasgow, pero no acuden a ver a su progenitora enferma?
El príncipe Alberto ha decidido hacerse acompañar por sus mellizos Jacqui y Bella en su viaje oficial a la Cumbre del Clima en Glasgow (Escocia), con paradas de su agenda oficial en Alemania y Reino Unido. La decisión, controvertida, ha encontrado una perfecta explicación en unas declaraciones de Alberto de Monaco: «Tiene vacaciones en el colegio y no quería dejarlos solos en Mónaco. De esta manera, estarán conmigo mientras esperamos a que Charlene vuelva a casa», ha explicado el príncipe.
La casa real monegasca ha anunciado que, previsiblemente, la princesa volverá, ya recuperada de sus dolencias, alrededor del 19 de noviembre, aunque ya nadie pone la mano en el fuego ante los previos anuncios fallidos. Llama la atención que los gemelos aprovechen su tiempo libre no para reunirse con su madre, y quizá hacer el viaje de vuelta juntos, sino para acudir a una cumbre institucional. ¿Por qué Alberto no quiere separarse de ellos? ¿Por qué evitar que se reúnan con su madre sin su presencia?
El príncipe Alberto sostiene que, en realidad, repite la costumbre de sus propios padres, el príncipe Rainiero y la princesa Grace, cuando se llevaban a sus hijos en sus viajes oficiales, casi a la misma edad. No es, sin embargo, la misma situación. No solo la familia viajaba al completo, sino que entonces la relación de los príncipes con sus hijos se limitaba, como ellos mismos han contado, a lo mínimo: no comieron en la misma mesa que sus padres hasta los 14 años. De hecho, Carolina de Mónaco ha contado que los tres hermanos tenían más relación con su niñera que con sus padres. «Cuando ella se marchaba, Alberto y yo le decíamos '¡no te vayas, no te vayas!' y estábamos tristes durante días. Más veces que menos, nuestra madre terminaba llamándola para preguntarle si podía volver a casa antes de lo planeado», reveló Carolina en 'Alberto II de Mónaco, el hombre y el príncipe', la biografía autorizada de los periodistas Isabelle Rivière y Peter Mikelbank.
Este es el segundo viaje oficial en el que se embarcan Jacques y Gabriella, quienes visitaron el mes pasado Irlanda, mientras su madre permanecía ingresada en el hospital en Johannesburgo. ¿Por qué el príncipe Alberto considera más importante la presencia institucional de unos niños que una relación estrecha con su madre? Difícil cuestión, que se ventila con declaraciones de buenos deseos desde instancias oficiales, pero que también sugiere una consideración de los herederos del Principado como una especie de botín al servicio de la institución, sobre los que su madre no tienen ningún tipo de autoridad. ¿Hablará algún día Charlene sobre la verdad de esta extraña situación? ¿Lo harán sus hijos?