Hoy, a sus 61 años, la princesa Gloria no echa de menos aquel tiempo cuando ella y muchas otras princesas hacían lo que les daba la gana . Disfrutó mucho, según recuerda, le encantaron los ochenta –apenas tenía veinte años y entre sus invitados estaban siempre Andy Warhol o Mick Jagger –, pero, tal y como le decía al diario ABC en una entrevista de 2014, aquello era «tiempo pasado». Todo tiene su momento y la «princesa punk» vive el presente.
Ese presente está hoy dedicado a la religión y a la fe, en un mundo donde, según cree, los católicos se avergüenzan de dar testimonio, lo que fortalece a los musulmanes y sume a Occidente en la decadencia. Todo ha empeorado con las campañas a favor del aborto, la eutanasia, la transexualidad o los derechos reproductivos que han emprendido, según ella, muchos gobiernos, apoyados por el mundo de la cultura. Preocupada por el curso de los acontecimientos, Gloria se ha convertido en una activa católica de la corriente más conservadora de la Iglesia. El papa Benedicto era su gran guía y cuando dimitió, Gloria se llevó un gran disgusto. Le inquietaba tener dos papas vivos. Además, el papa Francisco, al que considera simpático y cálido y un gran comunicador, tiene un enfoque doctrinal demasiado reformista que no comparte. «A la gente le gusta pensar que es progresista, es la fantasía de la novedad», decía en la entrevista de ABC. «Pero en el catolicismo no se puede cambiar la doctrina». Tampoco cree en la crisis climática.
La fuerte personalidad de Gloria no ha perdido un ápice de su explosividad. Fue capaz con solo 30 años y tres niños pequeños de remozar por completo el palacio familiar de Ratisbona, St. Emmeram, para pagar todas las deudas que le acababa de dejar su marido, fallecido en 1990, y sanear su patrimonio. Estudió gestión de empresas, vendió propiedades y subastó joyas y obras de arte y abrió el palacio al público. Y fue precisamente entonces cuando, tras peregrinar a Lourdes, en 1991, se reencontró con la fe católica en su vertiente más purista. Dicen que, desde entonces, escucha misa en latín a diario. Fundó, además, un comedor para pobres en su palacio, donde organiza un festival de música todos los veranos.
Gloria nació en una familia católica de la pequeña aristocracia rural, en Stuttgart, Alemania, y pasaba los veranos con una tía monja benedictina en la Selva Negra, pero no era nada religiosa. Tenía solo 19 años cuando se casó con el excéntrico Johannes von Thurn und Taxis, de 53. Estaba considerado el mayor terrateniente de Alemania y de él se decía que era bisexual. Tuvieron tres hijos: Maria Theresia, Elisabeth, que trabajó para Vogue USA, y Albert, el heredero, que estudio teología y es piloto de rallies. Es una gran coleccionista de arte contemporáneo y también pinta. Tiene otro palacio en Roma, adonde acude con frecuencia.
Pero, a pesar de su militancia religiosa, Gloria no ha dejado de lado su vida social. Es frecuente verla en reuniones con los Clinton a quienes le une una fuerte amistad. Su círculo es una atractiva mezcla de periodistas, socialités y políticos progresistas y conservadores. Por ejemplo, además de Hillary Clinton, es íntima del estilista André Leon Talley, ex subdirector de Vogue USA, del artista pop Jeff Koons y al tiempo, de Steve Bannon, el extremista ex asesor de Donald Trump y de la muy creyente aristócrata italiana Alessandra Borghese.
Ella siempre ha insistido en que sus ideas religiosas no contradicen una mentalidad abierta desde el punto de vista cultural e insiste en que, en sus palacios, lo mismo da cobijo a una monja que a un travesti. Sin embargo, en 2001, causó un enorme escándalo cuando aseguró que en África había una alta prevalencia del sida porque a los negros les gustaba mucho el sexo. No es casualidad que su casa de Roma se haya convertido en el centro de obispos y cardenales ultraconservadores católicos, opuestos al papa Francisco que, según ellos, está destruyendo la fe.
20 de enero-18 de febrero
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