Si la viralidad es hoy la marca de la influencia, la reina Letizia logró ayer un alcance extraordinario hasta para ella. Nos referimos, claro, al largo y entrañable abrazo que le dio a una señora de 91 años, durante un evento solidario de la Fundación Grandes Amigos en Acción, uno de los proyectos apadrinados por el Banco Santander centrado en la compañía a personas mayores en soledad. « Letizia, me vas a perdonar, ¿me darías un abrazo? », le pregunto Maruja. La reina se levantó ipso facto.
El momento se viralizó instantáneamente, pero no porque sea una novedad total en la reciente presencia pública de la reina. De hecho, basta repasar sus apariciones más importantes de este último año para comprobar la cantidad de besos, abrazos y saludos afectuosos que Letizia ha repartido no solo en sus audiencias a personalidades, sino sobre todo a personas sin cargo título ni premio que acuden a verla.
En los últimos meses, Letizia ha destruido definitivamente aquella imagen de reina fría y distante, parapetada tras un gesto inamovible que, hoy lo sabemos, era pura fachada de autoprotección. Las críticas a su actitud altiva y su impenetrabilidad se han repetido durante años, hasta el punto de que los expertos en lenguaje no verbal achacaban a su inexpresividad facial y rigidez postural que no se entendieran del todo sus mensajes.
«Tiene empatía, pero no la transmite. En las distancias cortas es una persona cálida«, asegura Mabel Galaz, la autora de «Letizia real» (Ed. La esfera de los libros). Pues bien: parece que la reina está empezando a dominar el arte de darle salida a todo ese potencial empático que, sin duda, operaba en ella cuando trabajaba como reportera.
Imposible contar la guerra de Irak, los atentados del 11 de septiembre en Nueva York o el desastre del Prestige en la Costa da Morte gallega, algo que ella hizo antes de casarse, sin conectar con las personas que sufren tanta tragedia. Ahora volvemos a ver a esa Letizia que no solo se mete en el bolsillo a reyes y primeros ministros, sino al común de los mortales que encuentra en la reina un atisbo de comprensión y compasión y un motivo de consuelo.
El largo abrazo a Maruja no ha sido el primero ni será el último de esta Letizia que se ha relajado lo suficiente como para mostrar su ternura ante la vulnerabilidad. De hecho, podemos situar en la pandemia un cambio notable en el lenguaje corporal y la comunicación no verbal de la reina. ¿Tendrá algo que ver con que fueron meses en los que el foco estuvo en el sufrimiento de las víctimas y menos en lo institucional?
Sea como fuere, el torrente de compasión y solidaridad que se vivió en aquellos meses de 2020 debió hacer mella en Letizia, pues tuvo que canalizar ella misma toda aquella energía al convertirse en una de las figuras públicas de referencia. Sobre todo con aquella intensa gira veraniega por distintas localidades españolas, de Galicia a Canarias, y a su conexión con el trabajo de voluntariado de la Cruz Roja.
Desde entonces, además de la Letizia intachablemente profesional hemos visto, cada vez más suelta, a la Letizia que ya se cree que la saludan, la besan y la abrazan por ser quien es. Y ella corresponde, como pudimos ver en en su salida de la embajada española en Londres (tras asistir al funeral de Isabel II); en su inauguración del curso escolar en La Palma o en su visita a la cartuja de Valldemossa, este verano.
Muchas veces son los niños los que la sacan del piloto automático de su personaje institucional, pero últimamente vemos que ya ante cualquier muestra de cariño se permite echar mano del repertorio propio de gestos y reacciones, sin temor a ser observada y censurada. Puede que ella misma haya advertido la gran paradoja de su posición: un gesto afectuoso de una reina tiene infinitamente más poder que cualquiera de sus discursos.
Es la cruda realidad que, sin duda, Letizia ya ha comprobado en carne propia. Ningún discurso podrá jamás expresar tanto como el entrañable abrazo que le dio a Maruja o esos besos que le roban de vez en cuando sus fans, cuando se acerca a estrechar manos y saludar. Imposible que esos textos leídos o aprendidos, escritos por la reina y limitados por la institucionalidad, se carguen de la emoción que posee cualquiera de sus muestras de cariño.
Un abrazo de la reina puede más que mil de sus palabras, esa es la verdad. Y por mucho que hoy se trate de realzar cualquiera de sus discursos, jamás podrán llegar tanto y tan lejos como sus gestos de afecto. No se trata de desacreditar sus palabras, sino de colocarlas en el plano que merecen: el del trabajo de 'lobby' institucional de las monarcas. No son palabras para la ciudadanía, sino reclamos de atención y apoyo para el 'establishment' político y económico. Los besos, los abrazos, las manos que se estrechan, eso ya es otra cosa.
20 de enero-18 de febrero
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