Sofía, Irene y Constantino, los tres príncipes griegos, hijos de Federica de Hannover y el penúltimo rey griego Pablo I comparten lustre royal y complejidad de apellidos (son, nada más y nada menos que los hermanos Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg y Hannover) además de un vínculo fraternal que ha permanecido inalterable a través del tiempo a pesar de los golpes que les ha dado la vida. Superaron juntos el exilio, la maternidad germánica y distante de su madre y las vicisitudes de su vida adulta.
La primera en llegar al mundo fue la princesa Sofía, que se convirtió en el ojito derecho de su padre, Pablo I de Grecia, pero que rápidamente perdió su puesto como epicentro de los mimos paternos: apenas dos después llegó su hermano Constantino. Durante su infancia la princesa Sofía vivió arropada por su niñera, Sheila McNair, resistiendo los celos infantiles que le provocaba la existencia de su hermano pequeño y superando los años convulsos que le tocó vivir cuando aún era una niña pequeña. Sin ir más lejos la princesa Irene, la benjamina de la familia con la que la reina Sofía se lleva cuatro años, nació en Sudáfrica, el pais donde su madre se había refugiado durante la invasión nazi de Grecia.
Pocas veces ha hablado la reina Sofía de estos primeros años de su vida, en los que todo era incertidumbre, pero sí de sus recuerdos felices disfrutando de la vida mitad palaciega mitad salvaje que le proporcionaba el palacio de Tatoi en Grecia. Eso a pesar de que tanto a Irene como a Sofía les gustaba tomarle el pelo al futuro rey de Grecia, Constantino, cuando su padre ascendió al trono y el pequeño, con siete años, fue declarado príncipe heredero.
Aprovechando que no hablaba griego, y que le reventaba que todos los regalos fueran para el «niño» de la familia, a la entonces princesa Sofía le gustaba chinchar a su hermano menor asegurando que en misa se mencionaba a las princesas («sofía» significa sabiduría en griego e «irene» significa paz), pero que nadie se acordaba de Constantino porque no era importante.
A partir de 1947 Sofía e Irene quedaron relegadas a un segundo plano, pero lo que de verdad cambió las cosas entre los tres hermanos fue el internado de Salem al que enviaron a la princesa Sofía en solitario. Tras pasar un tiempo sola en el extranjero, la princesa regresó a Grecia resuelta a estrechar lazos con sus hermanos (Constantino incluido) y lo cumplió de sobra, de hecho, la propia Irene de Grecia asegura que ambos estaban «unidísimos».
Por su parte la pequeña y reservada Irene se convirtió en la sombra de Sofía y deseaba hacer todo lo que su hermana mayor hacía, motivo por el cual acabaron juntas en el mismo internado. Como buena hermana mayor la princesa Sofía mandaba de vez en cuando a su hermana a freír espárragos, pero no surtió efecto: Irene se convertiría para todo su vida en su compañera inseparable y en el mejor apoyo de su hermana mayor.
La vida de la futura reina de España no fue fácil, ni siquiera cuando se casó. Los años hasta que Juan Carlos I ascendió al trono fueron de una gran incertidumbre, la princesa griega no se manejaba en español y la familia de su marido se quejaba a menudo a este de que «los griegos» se pasaban el día en Zarzuela acompañando a su hermana (de hecho la princesa Irene se mudó a Zarzuela en 1968).
Por mucho que se quejaran las infantas Pilar y Margarita «los griegos» continuaron juntos brindando su apoyo y ayuda a su hermana mayor. Tanto es así que en 1981, cuando se produjo el golpe de estado del 23 F, la reina estuvo acompañada de su hermana Irene mientras su hermano Constantino hablaba por teléfono con su marido el rey Juan Carlos: sabía de lo que hablaba, pues él fue el último monarca griego depuesto por un golpe de estado similar.
Los rumores de palacio aseguran que la distancia entre Constantino y su hermana mayor de cara a la galería está más motivada por el trato que el rey Juan Carlos ha dado a su hermana (con el que el monarca griego, obviamente, no está de acuerdo) que con su hermana misma. Mientras la princesa Irene y su apoyo incondicional a su hermana mayor ha sido siempre inalterable, es cierto que «los primos griegos» del rey Felipe VI, con los que era muy fácil verle coincidir en los veranos mallorquines durante su infancia y juventud, casi han desaparecido del mapa.
Pero ni las polémicas entre Marie-Chantal y la reina Letizia, ni las infidelidades del rey emérito, han conseguido alejar a los tres hermanos: siguen permaneciendo juntos y apareciendo del brazo en las grandes ocasiones familiares. Parece que el vínculo entre estos tres hermanos es capaz de sobrevivir al exilio, la guerra y cualquier otra cosa que la vida quiera enviarles.