Muchos de los integrantes de las familias reales son amantes del deporte, como por ejemplo nuestra adorada Alexandra de Hannover y sus virtudes en el patinaje o la familia real británica casi al pleno y su obsesión por la hípica, y algunos de ellos, unos pocos, han demostrado su destreza en unos Juegos Olímpicos. Pero no solo las casas reales europeas pueden presumir de haber contado con una princesa o un príncipe en sus delegaciones olímpicas. Por ejemplo, en el año 2000, en los juegos de Sydney, la princesa Haya, hija del rey Hussein de Jordania, participó en la competición de salto, aunque no se llevó la medalla. Para nosotros, sin duda, el momento culminante del olimpismo royal siempre será cuando en Barcelona 92 nuestro por entonces príncipe de Asturias, Felipe, entró como abanderado en el estadio olímpico Lluís Companys (unos genes deportivos que parecen haber desaparecido en, al menos, algunos de sus sobrinos como Felipe Juan Froilán o Victoria Federica). Pero desde la princesa Charlène a la medallista Zara Tindall, muchos integrantes de las familias reales europeas han intentado llevarse el oro a su casa (aunque muy pocos lo han conseguido) y hoy es el día apropiado para recordar sus esfuerzos.
En 1976 la hija de la reina Isabel II, la princesa Ana, se convirtió en la primera integrante de la familia real británica en competir por méritos propios en unos Juegos Olímpicos. Por supuesto, lo hizo en la categoría de hípica montando a un caballo llamado Goodwill (no olvidemos que la princesa adora la equitación y los caballos y que su propio padre Felipe duque de Edimburgo dijo de ella «si no come heno ni se tira pedos, a Ana no le interesa»).
Fue en los Juegos Olímpicos de Montreal y a pesar de que su caballo se cayó, tirándola al suelo, su participación le valió que su propia madre le impusiera una medalla al mérito deportivo al volver a Inglaterra. Más suerte tuvo su propio marido, el capitán Mark Phillips, que en 1972 se hizo con la medalla de oro en esa misma disciplina y en 1988 con la de plata.
Con unos genes así no es extraño que la hija de ambos, Zara Tindall, consiguiera ganar la medalla de plata de salto en hípica en los Juegos Olímpicos de Londres que se celebraron en 2012 bajo la atenta mirada del príncipe Guillermo y su mujer, Kate Middleton.
Para el recuerdo quedan las lágrimas de la infanta Elena viendo a su hermano como abanderado del equipo olímpico español en los juegos de Barcelona. Pero antes de que el entonces príncipe de Asturias compitiera en unos juegos, la infanta Cristina ya había participado en 1988 en los de Seúl como integrante del equipo español de vela (de los que también fue la abanderada). Décadas más tarde sería la propia infanta Cristina quien traería a la familia real española al único integrante que pude presumir de teenr dos medallas ganadas en unaos juegos, Iñaki Urdangarín.
La tradición marítima y las ganas de competir en unos juegos de los hijos del rey Juan Carlos I les viene, claramente, por vía materna y paterna. El rey Juan Carlos I hizo sus pinitos en vela en los Juegos de 1972. Y el rey Constantino II de Grecia, hermano de la reina Sofía, se llevó a casa una medalla de oro compitiendo en esta disciplina en los Juegos de Roma de 1960… un equipo en el que por cierto también estaba la reina Sofía, que finalmente no pudo competir porque se lesionó.
Antes de estar juntos los príncipes reinantes en Mónaco eran consumados deportistas. Charlène Wittstock compitió en los Juegos Olímpicos de Sydney en el año 2000 representando a Sudáfrica en natación. Aunque quedó en quinto lugar, la actual princesa guarda un gran recuerdo de su participación en los juegos.
El hijo del príncipe Rainiero, por su parte, estaba llamado a destacar en los deportes de invierno y, soprendentemente, se le pudo ver competir en los juegos del 2002 y de 1988 en la categoría de bobsleigh, un deporte que nunca hubiéramos asociado al muy soleado principado de Mónaco.