Han pasado siete años desde que Beatrice Borromeo y Pierre Casiraghi, el menor de los hijos de Carolina de Mónaco , celebraron la boda civil que supuso la consagración de la periodista y ex modelo italiana como la estrella más rutilante de las nuevas generaciones monegascas.
La ceremonia civil se celebró en Mónaco y rompió los moldes a los que estaban acostumbrados en el principado, muy dados a tirar la casa por la ventana en lo religioso pero celebrar los enlaces civiles en una discreción aburridísima.
La boda religiosa llegaría la semana siguiente, el 1 de agosto, en territorio 100 % Borromeo: un islote llamado San Giovanni y situado en el lago Maggiore propiedad de la familia de la novia. Porque sí, aunque la nuera favorita de Carolina de Mónaco prefiera hablar en prensa de su habilidad para cortarle las uñas a una cabra antes que presumir de familia, su apellido conlleva ser parte de una de las casas nobiliarias con más títulos (y fortuna) de Italia.
Con semejante pedigrí estaba claro que los Borromeo no se iban a contentar con una boda civil de tapadillo ante cuatro testigos como se estila en Mónaco (y de muestra ahí tenemos el enlace de Carolina y Ernesto de Hannover ).
La ceremonia de 20 minutos celebrada en el mismo salón de palacio en el que Carolina de Mónaco ya se había casado tres veces estuvo oficiada por el ministro de Justicia Phillippe Narmino y a ella asistieron 70 testigos, todo un récord.
La foto oficial de todos los testigos junto a los novios consiguió la hazaña de reunir en las escalinatas del palacio a la mayor densidad de invitados a una ceremonia de este tipo que se recuerda en la historia de La Roca.
Mención especial merecen las abuelas italianas de los novios, las muy ancianas e incombustibles Marta Marzotto y Fernanda Biffi , y la destacada ausencia de Carlota Casiraghi de este retrato (aunque sí acudió a la ceremonia impecable con un vestido blanco y rojo).
Quién no apareció en ningún punto de la celebración de este matrimonio ni antes ni después fue la mujer de Alberto de Mónaco, la princesa Charlène. A pesar de que Pierre es el sobrino favorito de su marido, a pesar de que sus propios hijos pequeños sí aparecieron por ahí y a pesar de que la princesa Estefanía, que odia este tipo de eventos con toda su alma se calzó unas sandalias y fue hasta el palacio, Charlène no apareció.
Si Charlène no tenía ganas de un encontronazo fashion bajo el sol con Carolina de Mónaco podría haber respirado tranquila. Por una vez, y sin que sirviera de precedente, Carolina de Mónaco no eclipsó a ninguno de los protagonistas del evento y permaneció en un discretísimo segundo plano, como correspondía a su papel de muy emocionada madre del novio y madrina de la ceremonia.
Para transmitir su apoyo al enlace Carolina optó por pequeños detalles como regalarle a Beatrice Borromeo días antes unos valiosos pendientes de la casa de joyería A.E. Köchert que hacían juego con el anillo de compromiso de la novia. Por devolverle el favor esos pendientes fueron la única joya que Beatrice Borromeo llevó el día de su boda civil.
Tras el enlace matutino llegó la fiesta y esta sí fue 100% al estilo Mónaco: un «cavagnëtu» en los jardines privados de palacio diseñados por la mismísima Grace Kelly. La afluencia de público a la fiesta campestre fue tal que el exterior del palacio se convirtió en un parking de minibuses y coches de lujo. Más de 500 invitados acudieron al picnic tradicional que corría a cuenta de los Grimaldi.
En el césped de palacio y bajo sus árboles no había más royals que los que pertenecían a la familia directa de los novios ( Sassa de Osma, Ernesto Augusto de Hannover, Antonius von Fürstenberg…) pero ni falta que hacía.
Entre los contactos de los Grimaldi y los de la novia, que antes de convertirse en Casiraghi desfiló en Nueva York y entrevistó a media escena política italiana, la lista de personas que celebraron junto a la pareja su primera boda fue tan ecléctica como interesante. En torno a la piscina palaciega desfilaron por igual Carlota Casiraghi con Gad Elmaleh, Alexandra de Hannover subida a unas cuñas imposibles y modelos como Jessica Hart.
Todos ellos se dieron el gusto de ver a Pierre Casiraghi recién casado y vestido con el traje tradicional de la Camarga, a Beatrice Borromeo haciendo honor a un vestido tradicional monegasco y al príncipe Alberto vestido con chaleco de florecitas, camisa blanca y un lacito rojo como corbata ejerciendo de orgulloso maestro de ceremonias y anfitrión.
Suyo fue el brindis que dio la bienvenida a Beatrice Borromeo a la familia Grimaldi y que explicó a los invitados el por qué de los trajes regionales, los bailarines que ejecutaban danzas tradicionales y la comida con perritos calientes como estrella principal del menú.
«Cuando su padre murió, Pierre solo tenía 3 años. La princesa Carolina se llevó entonces a todos sus hijos a Provenza para vivir tranquilos. Así que Pierre tiene este lado campestre, que ama. Él quería una boda que le recordara a su infancia y poder compartir ese sentimiento con la novia», explicó el tío del novio a los asistentes.
Por si alguien se aburría de danzas, charlas y perritos calientes, y en honor a ese espíritu campestre, los Grimaldi también habían organizado juegos como la petanca y una cucaña, pero no trascendió si alguien se animó a escalar por ella para conseguir los regalos que le esperaban en el extremo.
Por supuesto la fiesta no acabó con todos jugando a la petanca. Tras el picnic llegó una cena en el Hotel de París y después una fiesta hasta las tantas en el club Jimmy'z, dos eventos que marcaron el tercer cambio de vestido de la novia del día.
Para la ceremonia Beatrice Borromeo había llevado un impresionante vestido rosa palo en seda con bordados florales dorados que la propia cuenta de Instagram de Valentino se encargó de reconocer la autoría. El modelo de alta costura diseñado ex profeso para la novia llevaba la firma de los dos directores creativos de Valentino: Maria Grazia Chiuri y Pierpaolo Picciol.
Tras la incursión por el traje regional del picnic Beatrice se decantó por acabar la boda civil más larga de la historia de Mónaco repitiendo diseñador, esta vez escogió un modelo con estampados de nubes y larga falda de tul. Mientras Beatrice deslumbraba con su tercer modelito del día, Charlène hacía lo mismo en la otra punta de la ciudad y acompañada por su marido: ambos tenían que ir al Baile de la Cruz Roja que se festejaba en el Sporting Club de Mónaco esa misma noche.
20 de enero-18 de febrero
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