De Gijón a Hondarribia, cuatro viajes al norte para disfrutar del frío y la gastronomía
Esta es una ruta de chubasquero y comida caliente para rendirse al encanto de Gijón, Hondarribia, Santillana del Mar y Alcañiz, porque es evidente que el frío saca su mejor cara


Vistas y relax desde el Parador de Hondarribia
Para decir que alguien se comporta de forma inesperada y alocada utilizamos la expresión popular “perder el norte”. Este hombre ha perdido el norte, afirmamos cuando alguien de más de 12 años aparece en la oficina con una camiseta, una bufanda y una bandera de su equipo porque ha ganado el partido. Y así como algunas expresiones que utilizamos no tienen ningún sentido (¿qué tendrán que ver las calabazas con que alguien no quiera ser tu pareja?), la de “perder el norte” no puede estar más desacertada. Desde luego sería una locura perderse los paisajes más fascinantes, los platos más exquisitos y las rutas más naturales que nos regala esa zona del país. Por eso, el mejor plan para este verano no solo no perder el norte, sino viajar hasta él para descubrir los destinos de nuestro país a los que mejor les sienta el frío.
Verde y azul, mar y montaña, arte y gastronomía y ciudad y naturaleza. El norte peninsular es contraste, sorpresa, un acierto en cualquier época del año y, sobre todo, un triunfo cuando llega el invierno. Sus paisajes lucen más verde en cualquier época del año, su gastronomía (con esos deliciosos platos de cuchara) reconstituye cuerpo y mente y en el encanto de sus Paradores te harán sentir el relax y el confort necesarios para que una escapada sea perfecta. Por eso, equipados con abrigo y bufanda, te proponemos cuatro destinos, desde Gijón hasta Hondarribia, por los que vale la pena coger un tren, un coche o un avión y dejarse cautivar por los placeres de la buena vida.
Cuatro escapadas espectaculares al norte de España

El Parador de Gijón está rodeado por una vegetación muy cuidada y un encantador estanque
Parador de Gijón, la ciudad que vive de cara a un mar peleón
Playas de ensueño pero con su puntito de mal genio, atardeceres infinitos, espíritu marinero de su gente y los culines de sidra mejor escanciados de todo el país. A Gijón le sobran motivos para alzarse con el estandarte de mejor ciudad de la costa cantábrica, pero lo divertido es que lo descubras en primera persona. La ciudad más grande de Asturias tiene el encanto natural de quien sabe combinar su pasado con la modernidad y el arte. Prueba de ello es la gran escultura de hormigón armado que Chillida plantó al borde de un acantilado en lo alto del Cerro de Santa Catalina. Su Elogio al horizonte hoy regala una de las mejores panorámicas de ‘la niña bonita de Asturias’, uno de los sobrenombres por los que se la conoce.
Los visitantes acuden a Gijón motivados por sus paisajes, que combinan el mar salvaje con los verdes prados de los montes de las afueras, por lo bien que se come y se bebe y por su legado histórico. Sea cual sea la razón, para disfrutar más si cabe de sus encantos, el Parador de Gijón ofrece un alojamiento a la altura de esta ciudad asturiana. Ubicado en un molino centenario en el parque de Isabel la Católica, que se ha renovado para garantizar la comodidad de todos los clientes, el Parador apuesta por un estilo rústico en su interior que da al espacio un carácter confortable y acogedor. El exterior también conquista al visitante gracias al maravilloso jardín de paseos empedrados que lo rodea y que conduce hasta un estanque y la zona de juegos infantiles. Y si la estética es alucinante, su oferta gastronómica no se queda atrás. Identificada con el entorno y en un espacio completamente renovado, podrás disfrutar de los mejores platos de la cocina regional asturiana, aunque te recomendamos empezar por un picoteo a base de quesos asturianos, fabes o una degustación de ensartados.

Alojarse en el Parador de Hondarribia es sentir que estás en una auténtica fortaleza medieval
Parador de Hondarribia, la experiencia de vivir en un castillo con vistas
Nos despedimos de Gijón pero nos resistimos a dejar atrás los paisajes verdes y azules de la costa cantábrica, así que nuestra siguiente parada la hacemos en Hondarribia, situada a unos 20 kilómetros de San Sebastián en la frontera con Francia. Puedes llamarla Fuenterrabia o también Onyarbi si quieres parecer de por aquí, lo importante es que no te pierdas este encantador municipio costero donde se sitúa el pequeño aeropuerto de Donostia. Pero ahora es momento de tener los pies en el suelo, literal, y recorrerla sin dejar de admirar esas fachadas de colores que presiden las casas, un espectáculo que puede disfrutarse de manera especial en la mítica calle San Pedro, porque además de la vista, aquí se alegra al estómago: estamos en una de las calles más populares de bares y pintxos de Hondarribia.
Después de darse un festín toca hacer ejercicio y si es con vistas, mucho mejor para motivarse. Por eso, te recomendamos una caminata por el casco histórico, declarado Conjunto Monumental y situado dentro de las antiguas murallas de la ciudad. Si accedemos por la puerta de Santa María enseguida dirigiremos los pasos por la calle Mayor (importante llevar calzado cómodo, la belleza de sus adoquines no es compatible con los tacones) y llegaremos hasta la plaza de Armas. Aquí se encuentra el castillo de Carlos V, que actualmente acoge al Parador de Hondarribia. La construcción data del siglo X y estaba destinada a la defensa militar sobre el río Bidasoa. Hoy es sin duda el mejor lugar para dormir a cuerpo de rey. Y es que por sus habitaciones han pasado los mismísimos Reyes Católicos, el emperador Carlos V, Felipe IV y Velázquez. Algunas de las estancias ofrecen unas vistas indescriptibles de la costa francesa y, todas ellas, mantienen una perfecta combinación entre líneas vanguardistas y antiguas. Uno de los espacios más fotografiables del Parador es el patio, enmarcado por una gran piedra inspirada en gestas heroicas.

El Parador de Santillana Gil Blas está en pleno centro de una localidad moldeada en piedra y madera
Parador de Santillana Gil Blas, una sorpresa en cada recoveco
Sin abandonar el Cantábrico, nos dirigimos ahora hasta Santillana del Mar, a 25 kilómetros de Santander. La localidad se alzó hace un par de años con el título de Capital del Turismo Rural y no es para menos. A ver quién si no podría aunar en un espacio tan pequeño gastronomía, patrimonio y cultura como solo ella hace. Dicen que Santillana del Mar miente más que habla: ni es santa, ni llana, ni tiene mar (la playa más próxima está a cinco kilómetros), pero tampoco Nueva York es precisamente nueva y a nadie le importa. Además, cuando te han declarado Monumento Nacional desde 1989 puedes permitirte estas cosas. Uno de los enclaves más especiales de la villa es su casco histórico, no solo por los edificios y monumentos que lo forman, sino porque tiene la particularidad de que solo puede visitarse a pie, lo que garantiza la ausencia total del coches y hace que el recorrido sea más especial si cabe.
Precisamente en este centro histórico e instalado en una casona solariega del siglo XVII y otra de construcción posterior se encuentra el encantador Parador de Santillana Gil Blas, que destila una personalidad acogedora e íntima en todos sus rincones. Las 56 habitaciones que los dos edificios suman en total disponen de suelos de madera y una decoración diáfana y muy cuidada, que mezcla con esmero la tradición y la elegancia. Precisamente dos elementos, tradición y elegancia, que encontrarás también en la carta del restaurante del Parador, uno de los mejores lugares donde probar el cocido montañés ahora que el clima invita a los platos de cuchara. También el solomillo de ternera tudanca a la parrilla con pisto de verduras o la suprema de rodaballo son opciones del todo recomendables. Para terminar el menú, nada como un postre casero como la tarta Santa Juliana o la torrija pasiega con helado de sorbete. El placer está asegurado en esta peculiar localidad, famosa por la cueva de Altamira, que ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y considerada por muchos como la Capilla Sixtina del Paleolítico.

Las acogedoras instalaciones del Parador de Alcañiz, donde conviven varios estilos arquitectónicos como consecuencia de su intenso pasado
Parador de Alcañiz, el monumental alojamiento que corona el pueblo
No solamente existe, sino que además Teruel esconde joyas naturales y arquitectónicas que lo convierten en uno de los destinos a los que hay que hacerles una visita, como mínimo, una vez en la vida. A orillas del río Guadalope nos recibe Alcañiz, una parada obligatoria para los fanáticos del motor, donde se encuentra el archiconocido circuito de Motorland Aragón, que acoge diferentes competiciones internacionales, como los Premios del Mundial de Moto GP. Por eso, cualquier ruta por este pueblo turolense irá sobre ruedas. Su patrimonio arquitectónico desvela tesoros como la plaza de España, a quien la lonja gótica confiere un aspecto medieval. La fuente de Santa Lucía (más conocida como la fuente de los 72 caños) se encuentra en la glorieta de Telmo Lacasa, una zona de recreo ideal para pasear o recorrerla en bicicleta empapándose de su historia. Aunque si de verdad quieres viajar al pasado, nada como alojarte en el Parador de Alcañiz, una construcción mitad castillo mitad convento de los siglos XII y XIII cuya monumentalidad lo hace visible desde varios kilómetros a la redonda.
El Parador de Alcañiz seduce con el esplendor barroco de su fachada y los murales góticos de su torre del homenaje, uno de los elementos que el establecimiento todavía conserva, igual que el campanario, la sacristía, el sepulcro plateresco y la parte reconvertida en palacio aragonés. Una de las joyas de este espacio son los frescos góticos que pueden contemplarse en su interior y que datan del siglo XIV, aunque mirar hacia afuera también entraña sorpresas: desde todas las ventanas del Parador se contempla el pueblo de Alcañiz. Los apasionados de la buena cocina encontrarán tres espacios gastronómicos donde dejarse engatusar por las bondades de la comida tradicional: ternasco de Aragón, huevos a la alcañizana o migas del pastor con longaniza. No te preocupes por darte un homenaje detrás de otro: a menos de una hora de distancia del pueblo tienes la Vía Verde del Val de Zafán, un antiguo trazado de tren reconvertido para la marcha cicloturista o a caballo. La mejor manera de bajar la comida disfrutando de cascadas de ensueño, campos de cereales y paisajes mediterráneos.