Pasa la noche junto a la Torre del Homenaje, el regalo del rey Enrique II de Trastámara a Ciudad Rodrigo
Don Enrique II de Trastámara vigila la ciudad salmantina con mimo. Altiva, la torre de este parador protege, y acoge, a sus visitantes con su encanto medieval


Parador de Ciudad Rodrigo ****
81 habitaciones
Sigüenza (Guadalajara), 4.359 habitantes (INE, 2022)
Dominando la ciudad, el Parador de Sigüenza se ubica en un imponente castillo medieval donde han vivido reyes, cardenales y obispos y que conserva su estructura, un magnífico patio empedrado y una capilla románica del siglo XIII.
Robusta, sólida, musculosa, siempre al acecho. Así se muestra la Torre del Homenaje del Parador de Ciudad Rodrigo, un regalo del rey Enrique II de Trastámara a la localidad fronteriza reconvertido en un hospedaje calmo, orillado por el río Águeda y parapetado por una muralla que la recorre a modo de tierno abrazo. “Es uno de los paradores más antiguos de la Red, mandado construir en 1931 sobre los restos del castillo, del que se conserva la Torre del Homenaje que es un Bien de Interés Cultural, y fuera del recinto la muralla. Al mismo tiempo, también nació con la misión de crear riqueza en el entorno, de colaborar con él… Aquí estamos en plena España vaciada y el Parador es muy importante para la ciudad, es el foco de todos los eventos sociales y culturales, el gran protagonista”, nos cuenta Lucía Miguel del Corral Fregeneda, su directora. Se percibe el orgullo y el entusiasmo cuando habla de su ‘casa’, de este emblema imbuido de tranquilidad que irradia historia y cortesía a lo largo de sus 34 habitaciones, tres de ellas de categoría Junior Suite: dos en los torreones del castillo y otra de reciente construcción.

Lucía es oriunda de Lumbrales, un pueblo situado a escasos 40 minutos de Ciudad Rodrigo. Acaba de cumplir 37 años y recaló como directora en el Parador a finales de 2018, con un nutrido bagaje en su maleta. Estudió Turismo en la Universidad de Salamanca, en donde comenzó su andadura profesional como segunda jefa de recepción de un hotel, “pero siempre tenía la ilusión de trabajar en Paradores. En la Universidad nos los ponían como ejemplo para todo, fue la primera cadena hotelera en conseguir la ‘Q’ de calidad turística, son lo más sublime de la hostelería”. Abandonó su cometido en aquel hotel para realizar un master en Paradores, entró de prácticas en los paradores de Segovia, en el de La Granja, luego continuó su trayectoria en el de Sigüenza, en el de Ávila y, por fin, en el Parador de Ciudad Rodrigo (su maternidad coincidió con dicho traslado): “Para mí es muy fácil venderlo porque es mi zona, le pones todo el cariño y el mimo del mundo porque lo conoces y somos anfitriones… al final el papel del director está ligado a ser anfitrión tanto de la ciudad como de la comarca”. A pesar de que se fue muy joven a la capital de la provincia a hincar los codos entre libros, el primer día que atravesó la entrada del Parador, ya como directora, le impresionó “porque es un castillo imponente, sobre todo si accedes por la carretera que viene de Portugal, es lo primero que ves, esa torre, y piensas: voy a trabajar ahí. Es un orgullo, un trabajo muy bonito, al fin y al cabo enseñamos algo que es nuestro pasado, nuestra historia y le estamos dando un futuro. Que un cliente se pueda alojar en un castillo me parece una experiencia única, ser rey por un día”. Enrique II de Trastámara no se sintió rey por un día… porque lo era. Él mandó erigir la Torre del Homenaje en 1372 como dádiva al pueblo de Ciudad Rodrigo tras devastar el castillo (y la ciudad) en sus cuitas y batallas contra su hermanastro, Pedro I El Cruel y, de paso, acabó con las luchas intestinas entre dos familias nobles que se enfrentaban por conseguir el poder del pueblo, los Garci-López y los Pachecos. Vale. Les obsequió con la Torre, pero eso no quitó para que los mirobrigenses (o rodericenses o civitatenses), gentilicio de sus habitantes, le tildaran como Enrique ‘borrique’, porque fue un burro, un bruto. “No era bien recibido, y quiso compensar o agradar a los lugareños con la construcción de la Torre del Homenaje, se veía desde las tierras transfronterizas. Esta ciudad ha vivido más de diez conflictos bélicos, es que es un emplazamiento estratégico, entre los dos países y, además amurallada, en lo alto, al lado de un río, cumple todos los requisitos para ser un enclave apreciado y envidiado”.
Ahora también se respira envidia, pero sana, cómoda, confortable, la que produce deambular por sus estancias. Y el afán por subir: el que requiere subir sus 84 escalones estrechos, ceñidos, de piedra curtida por el tiempo y besar la cima de la ancha torre, de 17 metros de lado, coronada por almenas y matacanes y revestida por dos ventanas de arcos góticos gemelos. Es un ejercicio majestuoso y encantador que sí o sí tiene que llevar a cabo cualquiera que se aloje aquí. En la ascensión surgen dos salones. El primero es el ‘Alcázar’, en donde se nombraba al gobernante del castillo, al que se llamaba Alcalde de la Fortaleza y en el que se vislumbran, si se ajusta la mirada, las firmas de los antiguos canteros; el segundo es el ‘Imperial’, donde se recibía a los egregios invitados. Ambos son espectaculares, abovedados, empleados hoy en día para comuniones, bodas, bautizos, cócteles, de carácter más bien íntimo y se adaptan al gusto del cliente.
Sea cual sea la razón, recorra lo alto de la Torre del Homenaje, tómese su tiempo, disfrute: “A un lado se otea Portugal, a otro la sierra de Francia, y el pueblo, el río. La vista que más me gusta es esta [asomamos la cabeza entre dos almenas], porque se ve el recorrido de la muralla y el jardín. A ese tramo del río y al puente que lo atraviesa se los conoce como la Alameda, porque en Ciudad Rodrigo no hay piscinas, y la gente viene ahí a bañarse, repleta de sombra y de árboles”. El jardín, es una de las joyas del Parador de Ciudad Rodrigo, constelado de cipreses, sillas y mesas arrulladas por el río Águeda, a modo de balconadas, donde descansar, charlar al calor de un humeante café o un combinado (o le que se tercie) en la refrescante intimidad que reina en este oasis titilante de vegetación. Durante la primavera y el verano alcanza todo su esplendor y burbujea cuando acoge alguna celebración festiva.
“Paradores es la única cadena hotelera que tiene una colección de arte propia, y aquí tenemos unas treinta”
Precisamente al jardín dan dos ventanales del comedor, sobrevolado por una techumbre atravesada por vigas de madera, que se comunica a través de una enorme puerta con la cafetería y que se deconstruye, a modo de panel, para que los dos espacios se transformen en uno, único, con el fin de acoger nutridos fastos (bodas, etcétera). La cafetería, aliñada de vidrieras, ha sido uno de los actores principales de la última reforma: “Digamos que se han mantenido los toques antiguos, medievales, pero se le ha dado un lavado de cara, en plan vanguardista, los muebles se han retapizado con otro color. Siempre está abierta, en verano se cierra más tarde y la gente puede comer aquí también, y tomar algo, como merendar chocolate con churros las tardes de domingo, es una tradición”, nos explica Lucía Miguel del Corral. Esta última reforma ha terminado el pasado mes de marzo, y ha conllevado la renovación total de los baños, de las zonas comunes, fontanería, sistema eléctrico, implantación de suelo radiante, redecoración de todas las habitaciones, “hemos tocado todo, obras de arte nuevas… Porque Paradores es la única cadena hotelera que tiene una colección de arte propia, y aquí tenemos unas treinta”. De ellas, cuatro despuntan por su calidad, historia e interés: un tapiz flamenco original, del siglo XVIII, que preside la entrada y representa a la diosa Cibeles; a su lado se yergue una talla de madera policromada de un rey castellano del XVIII, pero al que los clientes reseñan con Enrique II de Trastámara, “y se hacen fotos junto a él”; de la misma época es el lienzo del lucernario que refleja una escena de caza; y el cuarto es una copia del cuadro ‘Las bodas de Caná’, de Gerard David (1511), cuyo original se guarda en el Louvre “y que mucha gente viene expresamente a verlo”, puntualiza Lucía Miguel del Corral.

¿Será la Osa Mayor?
Escudriñar los cielos y dejarse imbuir de la belleza del firmamento, de las mágicas y arcanas estrellas, es uno de los placeres más buscados, deseados y, por desgracia, difíciles de saciar por la contaminación lumínica que cubre lo terrenal. El Parador de Ciudad Rodrigo es, desde 2020, alojamiento ‘Starlight’, esa distinción que lo orna con la virtud de poder contemplar los cuerpos celestes en plenitud “y así cumplimos también con uno de los objetivos de desarrollo sostenible”, apunta Lucía Miguel del Corral. Cada intervención que se realiza sobre las luminarias del edificio tiene en cuenta esos criterios ‘Starlight’. El jardín y lo alto de la Torre del Homenaje son los mejores lugares para disfrutar del espectáculo, y siempre existe la posibilidad de contratar a un guía experto en estos menesteres que explica con ojo certero la mitología y los significado que alumbran las estrellas y la luna.

Amor de alcalde
A José Manuel Sánchez-Arjona de Velasco se le conoce en Ciudad Rodrigo como ‘El Buen Alcalde’. Entre otras cosas porque en 1929 se empeñó en reconstruir el castillo y la Torre del Homenaje, que se encontraba totalmente destruida. Se percató del éxito que tenía el primer Parador de España, el de Gredos, de 1928, y quiso emularlo en su ciudad. Volvió a la vida primero como una pequeña hospedería y museo regional y, en 1931, Sánchez-Arjona lo cedió a Tour España y se convirtió ya en un Parador hecho y derecho. Según cuentan las crónicas, disponía de once habitaciones y las obras de reconstrucción costaron 17.000 duros (de entonces). La pensión completa para clientes fijos era de 10 pesetas; para viajantes, 12; y para los demás huéspedes, 14. El almuerzo salía por cinco pesetas y los miércoles se celebraba un ‘gran té de moda’, cuyo precio era de 1,50 pesetas.
Las otras grandes reformas que cambiaron el aspecto del Parador tuvieron lugar en 1982, cuando se amplió el número de habitaciones y en 2000, que consistió en agregar la Torre del Homenaje al propio establecimiento (no estaba dentro del Parador) y la construcción del antes citado lucernario. Y es aquí, bajo la luz que entra a raudales, donde la directora se afana en desgranar los entresijos y virtudes del lugar, como las veladas medievales teatralizadas que llevan a cabo, la huella de un cañonazo sobre un muro de cuando se atrincheró el general francés Barón Barrié durante la Guerra de la Independencia Española (y firmó aquí su rendición) y del futuro, que de eso se trata, porque este lugar hay que vivirlo, cuidarlo: “Que nuestros hijos, nietos, clientes puedan disfrutar de él como lo hacemos nosotros, y eso pasa por un turismo sostenible, quitando plásticos de las habitaciones, desperdicios cero, alto impacto en la generación de empleo [casi su totalidad proceden de la comarca], el 70% de la plantilla la componen mujeres o la promoción de productos locales… En estos más de 90 años de historia ha supuesto un gran impulso para el desarrollo de la localidad, cuando no existía todavía el turismo en la zona como actividad económica logró posicionar a Ciudad Rodrigo en el mapa turístico, hasta conseguir batir récords de visitantes en los últimos años”. Han sido dos días maravillosos, con un interludio reposado hojeando un libro en un recoleto claustro con sillas y mesas alrededor de una antigua pila bautismal. Es hora de dormir… y de despertar.
Las recomendaciones de los que más saben...

RECEPCIONISTA
José Manuel Vegas Hernández
Parador de Ciudad Rodrigo

AYUDANTE DE RECEPCIÓN
Lucía moreno
Parador de Ciudad Rodrigo

CAMARERA, JUBILADA
Manuela de Benito
Parador de Ciudad Rodrigo
Restaurante del Parador de Sigüenza
Parador Ciudad Rodrigo

¡Larga vida al farinato! No, no es un reino o una taifa, es el embutido típico de Ciudad Rodrigo, y la cocina de su Parador le rinde el homenaje que se merece, fiel a esa tradición culinaria de la Red de Paradores por ensalzar y apostar por la gastronomía de cercanía y regional (aceite de Ahigal de los Aceiteros, quesos de Ciudad Rodrigo, Pereña o Hinojosa, miel de fuentes de Oñoro…). El que le da el punto justo es Marcos Pérez, jefe de cocina, de 47 años y 15 a cargo de los placeres que se degustan y saborean en este establecimiento. “Desde muy joven me decanté por esta profesión, empecé a los 16 años, cuando iba a la costa a hacer temporadas de verano, y desde abajo, pelando patatas, fregando cazuelas, aprendiendo de grandes maestros y así me fui haciendo con los fogones”. El susodicho farinato está elaborado de grasa de cerdo, miga de pan, pimentón y especias. “Aquí lo freímos y lo acompañamos de huevos fritos, o bien en croqueta o untado en una tostada gratinada con queso”. Pero la carta es mucho más amplia, con querencia hacia las carnes, ¡que estamos en Castilla León! Descuellan los embutidos procedentes del cerdo ibérico, léase (o mejor, cómase) jamón de Guijuelo, chorizo, secreto (uno de los platos estrella), lomo y también ternera morucha, autóctona de la comarca. A la parrilla o asados (que se avecina la Navidad), la carnaza permite el paso a un revuelto à bras (con migas de bacalao y patatas paja) o al arroz Tamboril, caldoso, con rape y langostinos, concesiones a la vecina gastronomía lusa. Para beber, tiren por algunos vinos de la D.O. Arribes y, de postre, natillas tradicionales o tarta de queso con miel de La Alberca.
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Créditos
Estrategia de contenidos: Prado Campos
Fotografía: Andrés Martínez Casares