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En el número 1 de la Gran Vía madrileña, en las entrañas de uno de los edificios más emblemáticos e icónicos de la capital, se esconde uno de los secretos mejor guardados del universo del lujo. La exclusiva joyería Grassy esconde en su sótano su Museo del Reloj Antiguo, probablemente, uno de los más imponentes del mundo. Y aunque el tic-tac de las manecillas no cesa, el tiempo parece detenido como por arte de magia para hacernos viajar a otra época.
Testigos vivos del paso del tiempo, la espectacular colección reunida por Alejandro Grassy, fundador de la casa de joyería de lujo y apasionado de estas piezas antiguas, está compuesta exclusivamente por relojes que funcionan (o pueden funcionar) y que consiguió, en gran medida, gracias a uno de los coleccionistas privados más importantes del mundo, Francisco Pérez de Olaguer-Feliú.
El Museo del Reloj Antiguo de Grassy abrió sus puertas en la mítica sede madrileña en 1953 y en su catálogo encontramos imponentes piezas de origen inglés y francés, mayoritariamente. Este viaje a través de la historia de la relojería mecánica nos lleva desde los primeros ejemplares con mecanismos de hierro del siglo XVI, hasta los relojes estilo Imperio decimonónicos, cuando a mediados de siglo comenzaron a producirse de manera industrial.
«Se trata de una colección que deja patente la diferencia entre relojes franceses e ingleses. Los primeros se hacían en bronce dorado al mercurio y se le daba gran protagonismo al ornamento, a menudo inspirado en la mitología. Los segundos, sin embargo, se caracterizaban por su sobriedad, el uso de la madera y la incorporación de asas para ser transportados«, detallan desde Grassy.
Entre las piezas más impresionantes que el visitante se encontrará, la muestra conserva excelentes ejemplos de relojes autómatas, relojes de carroza («similares a los de bolsillo, pero más grandes y con fuertes corazas para protegerlos de los golpes de los viajes», detallan desde la firma), altos relojes de caja con péndulo, relojes de sobremesa y de cartel o, más modernos, los 'relojes esqueleto' que, «desprovistos de adornos y que exhibían sin pudor su maquinaria desnuda», explican.
La majestuosidad del 'edificio Grassy', que combina en su fachada elementos platerescos con detalles modernistas; su inmejorable enclave como puerta de entrada a la Gran Vía, haciendo esquina con la calle Caballero de Gracia; su reconocible fachada con un original chaflán circular y un cerramiento superior a modo de galería hecha templete o los elegantes estucos italianos que decoran el local de la joyería han hecho de este emblemático espacio madrileño uno de los escenarios favoritos para directores de cine y artistas.
«La belleza a veces se esconde en el sonido de las agujas de un reloj». Y tanto es así, que el año pasado se estrenó ' Guardatiempos', un delicioso corto de ficción del director de fotografía Adrián Cores del Río que, inspirado en el imaginario de 'Alicia en el País de las Maravillas' y con Madrid y el Museo del Reloj Antiguo de Grassy como escenarios, nos habla de «cómo el tiempo y la relojería, su forma de medirlo, son universales».
Rodado a la antigua usanza, en 35 milímetros, 'Guardatiempos' trata «del tiempo detenido mientras que las agujas de un montón de relojes continúan marcando su paso inexorable» a través de la historia de Alice, una joven francesa recién llegada a Madrid, que acompaña a su apresurada tía Anne a la joyería Grassy y, mientras esta se entretiene en la tienda, Alice baja a visitar el Museo.
«Y allí es donde el tiempo se detiene, cuando Patricia, que aparece y desaparece como el gato del cuento, explica a Alice las particularidades de algunos relojes. Alice queda atrapada fuera del tiempo, hasta que Anne, siempre con prisa, como el conejo de la historia, saca a la protagonista del embrujo para seguir rumbo por las calles de la ciudad«.
Grassy es sinónimo de lujo, de exclusividad, de elegancia y sofisticación. Pero Grassy también es sinónimo de Madrid. La historia de la ciudad en casi su último siglo va ligada, de alguna manera, a la de la joyería que aterrizó en la capital casi por casualidad a finales de los años 20, cuando su fundador, Alexandre Grassy, cambió su idea inicial de 'hacer las Américas' para asentarse en España.
Primero con una tienda-taller en la calle Infantas y, después, en Gran Vía 29 con un local de dos plantas en el que trabajaban más de cincuenta relojeros, la por entonces Unión Relojera Suiza (hoy, Grassy) trajo a nuestro país en exclusiva firmas internacionales de lujo como Vacheron Constantin, Jaeger-LeCoultre y Audemars Piguet.
Su fama merecida y renombre hizo a Alexander Grassy, amante de los relojes, sus mecanismos y la precisión de las maquinarias manuales, abrir en 1953 un segundo local (el primero con puertas automáticas de la capital) en Gran Vía 1, actual sede de la joyería. Hoy es, sin duda, uno de los referente del lujo más selecto del mundo.
El legado del fundador ha ido pasando, y creciendo, de generación en generación con el devenir de ese tiempo mágico que marcan las agujas de sus amados relojes. Su yerno, Jirka Reznak, se incorpora a la compañía en 1959 y abre nuevos mercados con la representación exclusiva de Piaget, Baume&Mercier y con la distribución de la marca Rolex, además de comenzar colaboraciones con artistas de la talla de Salvador Dalí.
Yann Reznak, nieto de Alexander Grassy, hereda la pasión por los relojes de su abuelo y consigue que la firma se convierta en la meca por excelencia del amante del buen reloj en España con nuevas aperturas y la incorporación de marcas como Bréguet, Bell&Ross, Enigma, Bédat o Chronoswiss. En 2005, Patricia Reznak se convierte en la directora artística de las colecciones de joyas y piezas únicas, acercando a la icónica maison a los diseños más contemporáneos y al mundo del arte.
Las visitas guiadas al Museo del Reloj Antiguo se pueden realizar los miércoles a las 12h. y los jueves a las 17.30h.