moda
moda
Dicen que nos hemos convertido en ciberhumanos desde que nos conectamos, casi permanentemente, a un smartphone. Al llevarlo en la mano o en el bolso, usamos sus capacidades como una extensión de nosotras mismas. Sin embargo, las mujeres hace tiempo que encontramos una manera de ampliar nuestras posibilidades operativas gracias al bolso, ese complemento lleno de herramientas utilísimas que nos empeñamos en analizar como objeto de moda, pero que significa mucho más que una identidad más o menos fashionista. Me explico.
El bolso es, para las urbanistas, su casa portátil. Salir de casa a la siete de la madrigada y volver, con suerte, a las siete de la tarde, implica llevar consigo todo tipo de objetos que vamos a necesitar a lo largo de los largos días. El ritmo de la ciudad nos convierte en excursionistas que han de ir preparadas para cualquier contingencia. Un bolso bien surtido nos da valor y cierta sensación de control sobre una jornada como poco inhóspita y, a veces, accidentada. Conforme aumenta la autoexigencia y la longitud de nuestro día, crecen nuestros bolsos, convertidos casi en maletas que se deshacen los viernes y se recomponen los domingos, para empezar la semana. Nuestra compañera Isabel Navarro lo contaba así en su cuenta de Facebook:
"Hace cinco minutos se me ha roto la mochila en el metro. Supongo que es porque pesa demasiado. Dentro llevo: mi ordenador (para tratar de terminar un artículo que le debo a Nieves Álvarez y no acabo), un tupper de cristal con ensalada (como sabéis vivo permanente tratando de hacer dieta); un neceser con pinta labios, polvos para los brillos, crema para las manos, colorete, un peine, maquillaje, paracetamol, cola de caballo...); el último 'Cultural', que acabo de comprar; una manzana; un paraguas; dos facturas sueltas; un minion, una Elsa de Frozen; un libro de Paca Aguirre, 'Nanas para dormir desperdicios'; un libro de Marta Sanz, 'No tan incendiario'; bolis para escribir, lápices para subrayar, un cargador, post its amarillos; una tarjeta de alguien de L'Oréal; el monedero... No sé a quién le pido más, a mi bolso, a mi marido o a mí misma, pero la verdad es que los tres estamos muy cansados".
Cómo no sentirse identificada con esta sensación de habernos convertido en porteadoras de nosotras mismas. ¿Cuándo comenzamos a necesitar todas esas cosas? Si la mayoría de ellas no salen del bolso en todo el mes... ¿Por qué hemos dejado que se conviertan en esta especie de ancla que tanto cansancio nos produce, y hasta dolor de espalda? ¿Cómo es que ellos, por lo general, no requieren de tanta apoyatura externa? ¿Podríamos, si nos lo propusiéramos, aligerar nuestro cuerpo (y nuestro espíritu) de tanta necesidad de tenerlo todo bajo control? ¿Volaríamos más alto si fuéramos menos cargadas?