Karl Lagerfeld es un hombre fiel. A las casas en las que dirige la creación (Fendi desde 1965, Chanel desde 1983 y su marca homónima, lanzada en 1984) y también a sus equipos. Anita Briey forma parte del estrecho círculo de colaboradores que le han ayudado a construir su obra, puntada a puntada. "Conozco a Karl desde hace 50 años", dice esta dama impecablemente vestida con prendas que se cose ella misma. Desde 1966 hasta 2009, ha trabajado de tú a tú con el modisto en el secreto de los sucesivos ateliers a los que le ha seguido. Pero la historia de esta mujer con la moda comenzó mucho antes y fue, precisamente, en Chanel, bajo la batuta de Coco.
De niña, Anita soñaba con la alta costura en Borgoña, leyendo Modes & Travaux o Cinémode ("Vogue era maravilloso, pero demasiado caro", cuenta). Observaba a su madre y a su tía coser en una máquina de pedal y se sentía transportada por el ruido y por el movimiento de esas mujeres. A los 16 años, se fue a París: "Yo quería trabajar con Jaques Fath. Solía vestir a mis muñecas como sus modelos, con la tela que encontraba...".
No hubo oportunidad porque Fath acababa de morir. Anita se paseaba, pues, por la ciudad inmensa y desconocida cuando, por azar, reparó en el cartel de Chanel. Ofreció sus servicios y la contrataron inmediatamente. "El jefe, monsieur André, era un bonachón encantador. Empecé el 16 de agosto de 1955 y estuve allí durante 10 años...".
Una época inolvidable, en la que los sueños se iban haciendo realidad, con una Coco Chanel que sonreía poco, pero fascinaba siempre. "Ella llegaba todos los días del Ritz, después de comer. Las dependientas vaporizaban Chanel Nº5 en el vestíbulo para recibirla".
El prêt-à-porter no existía todavía. De lunes a viernes, se organizaban desfiles de alta costura en los salones de la Calle Cambon, 31, con cinco modelos de pruebas contratadas todo el año. "A las tres de la tarde, por ejemplo, llegaba Wallis Simpson (duquesa de Windsor). Se llamaba entonces a tres chicas, entre ellas yo, para vestir a las modelos, todas procedentes de la aristocracia, que desfilaban con su cartel numerado y en un silencio religioso. Yo me escondía detrás de los biombos lacados de Coromandel para mirar a través de las rendijas".
Desde este puesto de observación, Anita entreveía a la nobleza y a la aristocracia del cine: Jeanne Moreau, Romy Schneider, Anouk Aimée, Sophia Loren... Para crear sus prendas memorables, la famosa chaqueta, sus blusas exquisitas, Coco Chanel no dibujaba. No esbozó ningún boceto. Ella elegía las telas, siempre suntuosas, tweed de Escocia, seda fina, que drapeaba sobre la modelo, y luego, intuitivamente, daba la clave al jefe de talles: "Quiero volantes aquí, un cuello redondo con un galón...".
Los sábados, Anita iba a bailar. "Me cosí mi propio vestuario. No era cuestión de salir siempre con el mismo vestido. ¡Si hubiera recibido una moneda cada vez que he clavado mi aguja, cada vez que la "empujé para ver la punta", como nos solían decir, hoy sería rica!". Anita tiene ese lenguaje de los talleres aprendido desde la adolescencia (como la famosa frase de "caer como una mierda desde el sexto piso", para evocar la caída perfecta de un vestido, que Karl Lagerfeld pronuncia al menos una vez al día). Tenía 17 años cuando madame Constance, que la formó, le pidió al jefe del taller que le confiara una pieza, una prenda que pudiera realizar ella sola de principio a fin.
Anita Briey - Costurera
"¡Yo estaba tan orgullosa! Era un abrigo que la baronesa de Rothschild debía llevar para el premio del Arco del Triunfo, en el que corría su caballo. Un abrigo verde oliva de lana y cuello de visón. Pero metí la pata. Corté el pelo de visón alrededor de un corchete. ¡Qué drama! Monsieur André, que siempre me elogiaba con dulzura me soltó: "Eres tan estúpida como las otras". Yo admiraba tanto a ese hombre... Imposible olvidar aquella herida". Sonríe, pero todavía con ojos brillantes. El error fue reparado y la baronesa pudo llevar su abrigo para aplaudir a su caballo, vencedor del premio. Anita, nostálgica, conserva la foto del evento, publicada en las revistas.
Pero nada es eterno. Una mañana, monsieur André fue despedido por Coco. Y algunos meses más tarde Anita fue contratada por Jacques Lenoir, que había oído hablar de ella, de sus dedos de hada ("mi rapidez", dice ella), para un puesto de diseñadora en Chloé, en la calle LaBoétie. En la casa acababan de nombrar a un nuevo director creativo. Se llamaba Karl Lagerfeld.
"Era muy guapo e impresionante. Me acuerdo de su barba, su monóculo, su capa...Y esa forma de hablar tan rápida. Descubrí sus bocetos maravillada, porque no los había visto en mi vida". Karl era exquisito, llevaba tartas de cerezas y siempre tenía una palabra amable. Era el año 1966 y el prêt-à-porter imponía su ley. Chloé era una firma nueva y las mujeres se volvían locas por su moda audaz, los bordados, la seda pintada que cambiaban las minifaldas futuristas de Courrèges. Después de mayo de 1968, Anita fue elegida como segunda de la jefa de taller. "La felicidad durante 15 años. Y entonces, en 1983, Chanel llamó a Karl. Yo esperaba en silencio a que me pidiera reunirme con él: soñaba con volver a Chanel, es cierto".
Pero eso no sucedió. El año siguiente, cuando Karl convoca a Anita, no se trataba de Chanel. Había montado su propia firma, que llevaba su nombre, y le confiaba las riendas del taller. Con Brey, él quería inventar cosas, experimentar, y ese taller situado sobre los Campos Elíseos se convirtió en un formidable laboratorio creativo. Anita era la jefa. Querida y respetada, dirigía su pequeño mundo con cariño y una sola regla: "Reíd lo que queráis, pero sin que los dedos dejen de avanzar".
Cada día, se levantaba a las cuatro de la mañana, metía una tarta en el horno y la compartía a la hora del postre. Después de la comida, siempre en el taller, se sacaba la carpeta de canciones y se formaba un divertido coro. No se contaban las horas, las jornadas comenzaban muy pronto y terminaban tarde.
"Hemos llegado a estar realmente extenuados. Pero Karl es un mago, cuando él aparece es un huracán de energía". Aquellos fueron años felices y poderosamente creativos. Había veces en las que a Anita no era capaz de realizar las proezas técnicas que él le confiaba. Entonces, tranquilamente, el creador cogía la tela y le mostraba cómo hacerlo. "Karl ha sido vanguardista en todo. Ha sabido resucitar la firma Chanel manteniendo los valores faro de la maison. Siempre ha sido un genio".
A finales de los 80, la firma Lagerfeld empezó a trabajar con modelos que ya no eran aristócratas francesas sino chicas de todos los rincones del mundo y que eran, automáticamente, propulsadas al estrellato. Pero Anita era muy crítica: "Una vez le dije a Naomi Campbell que tenía los muslos gordos... ¿Kate Moss? ¡Era un taponcito! A mí me encantaba Nubia, una modelo venezolana que trabajó mucho con nosotros".
En 1997, Karl le anunció a Anita que había roto el contrato que le vinculaba con sus financieros y que iba a abrir una boutique conceptual, Lagerfeld Gallery. Una vez más, la aventura fue fabulosa. Se utilizaron los tejidos más bellos, los materiales más raros, el lujo en estado puro. Pero fue la colaboración con la marca sueca H&M, en 2004, la que marcó un nuevo punto de inflexión. El éxito fue tal que el modisto dijo que el futuro consistía en una marca accesible: Karl. Un último desafío para Anita, que se jubiló finalmente en 2009.
Desde entonces, disfruta del tiempo junto a Albert, su marido "adorable" que la iba a buscar en plena noche a los Campos Elíseos, después del trabajo. Y asiste a los desfiles de Chanel, temporada tras temporada, con emoción. "Cada mañana, a las nueve, miro el reloj y pienso en las chicas que estarán llegando al taller".
La modelo Audrey Marnay, que posó para Karl hace casi 20 años, entra en el restaurante en el que llevamos charlando ya un buen rato. Ve a Anita y se echa en sus brazos. Ella pertenece al colectivo de talentos que no figuran en ninguna enciclopedia de la moda, pero han revolucionado los anales del estilo, a su manera. Esas otras Anita, desconocidas, a quien la moda debe tanto.
20 de enero-18 de febrero
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