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Isabel, por Lourdes Garzón

"Hoy, una vecina que seguramente pasa de los 80 nos ha dejado en la puerta una fuente preciosa de porcelana llena de rosquillas. Apenas la conocíamos. La vemos cada día a las ocho de la tarde, aplaudiendo y sonriéndonos".

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Lourdes Garzón
Lourdes Garzón

A veces tengo la sensación de que mi mundo se ha vuelto muy pequeño. Estos pueden ser mis pensamientos al final del día: hoy Felipe y Amelia (los niños de tres y cinco años que viven al lado) no han parado de pelearse, el adolescente cantautor de enfrente sigue poniendo Resistiré compulsivamente en todas sus versiones (querido adolescente, hay vida más allá de la play list del confinamiento) y, mierda, no ha llegado el tinte que compré en Amazon. Otras, creo que mi cabeza, nuestra cabeza, se ha abierto al mundo como nunca. Quizá porque las realidades empiezan a superponerse, y el reportaje que ha escrito un reportero en el New York Times resulta de repente más que cercano, nuestro, y cualquiera de nosotros podría estar entre sus entrecomillados.

Supongo que las referencias, las distancias, el orden de las cosas ha cambiado, no sé si temporalmente. Me fastidia de manera ridícula que se haya terminado el suavizante. Me alegra de manera ridícula un mensaje enviado desde Miami por alguien que conocí brevemente en una cena de trabajo y que no sólo me pregunta educadamente cómo estamos sino que me cuenta, me cuenta de verdad, cosas de su realidad tan lejana, tan parecida.

Hoy, una vecina que seguramente pasa de los 80 nos ha dejado en la puerta una fuente preciosa de porcelana llena de rosquillas. Apenas la conocíamos. La vemos cada día a las ocho de la tarde, aplaudiendo y sonriéndonos. Creemos que vive sola así que hacemos un pequeño chequeo diario. ¿Habéis visto a la señora de al lado? Sí está bien, ha sonreído. Todos los días nos manda un beso con la mano y nosotros le respondemos. Le preguntamos a gritos si todo va bien, asiente con la cabeza. Han llegado las rosquillas y una tarjeta de visita pegada con un trocito de celo. Se llama Isabel y ha escrito pulcramente: “Gracias por vuestro cariño”. Y de repente, todas las realidades, lo que está tan cerca, lo que está tan lejos, han encajado durante un momento alegre y perfecto.

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