Hace mucho, después de una mudanza, dediqué semanas a organizar mi biblioteca por orden alfabético. El sistema era complejo y, básicamente, solo lo entendía yo. Empezaba en una esquina de una estantería con Jorge Amado y Martin Amis, continuaba a lo largo de habitaciones y baldas con la colección de Borges y el Durrell de la adolescencia hasta el Zola que nunca leí. Un día, el resultado de una limpieza general que me pilló a traición fue que todos los libros aparecieron reordenados por colores y tamaños. Aquí Alfaguara, aquí Espasa, aquí las maravillas de Valdemar y de Libros del Asteroide, aquí los grandes, allí los pequeños…
Este fin de semana, en secreto y soledad, aprovechando que no había nadie más en casa, he vuelto a colocar mis libros. En realidad, son los libros de la familia, pero en la biblioteca y en los vinilos, amigos, mando yo. El criterio ha sido nuevo. A un lado los que ya hemos leído y no creo que volvamos a leer pero me gusta conservar: La metamorfosis, Marco Polo, El gran libro de los trolls... Al otro, los que me encantan, los que quiero ver, los que tienen ediciones maravillosas o los que esperan a la cola para ser abiertos. Y en el tercer montón, los que ya no tienen sitio porque otros esperan hueco para llegar: toda la colección de Derecho Laboral y Ciencia de la Administración, por ejemplo.
Una biblioteca dice mucho de una persona. Sobre todo, de su ego. Por qué si no ponemos a la vista el tocho de Historia de las Relaciones Internacionales. Mi criterio, claro, ha sido ese, egocéntrico. Me he librado de los tomos gordísimos con los que presumía de empollona. He dejado bien a la vista, como una declaración de intenciones, los que me han hecho o me hacen feliz y enseño con orgullo: Chesterton, las Mitford, Dorothy Parker, Cheever, Conan Doyle, Donna Tartt… Y he ordenado con cautela los que, confieso, todavía no he disfrutado, pero espero que lleguen algún día a ser amigos: Faulkner, Joyce Carol Oates...
He olvidado muchísimos argumentos de libros que amé. Pero curiosamente recuerdo cuándo llegaron a mi vida casi todos. Por qué los compré, quién me los regaló, la emoción que sentí leyéndolos, la intención con que los elegí para alguien, el día que mis hijos y yo llenamos una bolsa juntos con sus primeras lecturas. Como recuerdo, casi uno por uno, los cuentos que mi padre me traía siempre después de un viaje por corto que fuera.
20 de enero-18 de febrero
Con el Aire como elemento, los Acuario son independientes, graciosos, muy sociables e imaginativos, Ocultan un punto de excentricidad que no se ve a simple vista y, si te despistas, te verás inmerso en alguno des sus desafíos mentales. Pero su rebeldía y su impaciencia juega muchas veces en su contra. Ver más
¿Qué me deparan los astros?