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Quienes hemos tenido la suerte de disfrutar de los desfiles de Prada de los últimos años, guardamos una especie de secuencia rápida de por dónde iba la industria de la moda, temporada tras temporada. O mejor dicho, de por dónde creía que debía ir. De sus miedos, sus objetivos, sus beneficios, sus crisis. Los desfiles de Prada son siempre maravillosos. Como los de Chanel, los de Dior, los de Hermès…
Pero, además, entre la belleza, la provocación, la música, el juego de sillas del front row, el color de la piel de sus modelos, dan pistas, emiten señales: la ansiedad por encontrar nuevos mercados, la obsesión por generaciones más jóvenes a las que se supone alegremente consumistas, la mirada hacia los millones de compradores que China prometía.
Miuccia Prada es una brillante creadora pero también una brillante empresaria que ha desgranado en sus desfiles outfits salidos de una película manga japonesa mientras seguía vistiendo con sus looks pulidos, sus faldas plisadas por debajo de la rodilla, sus trajes de chaqueta impecables y sobrios. Está, dice, aliviada porque su oficio no le exige ya la novedad continúa y fagocitadora, las colecciones atropelladas que parecen superponerse unas a otras sin tiempo para ser fotografiadas más allá de Instagram.
Y sí, en los últimos años los diseñadores parecían correr con la lengua fuera detrás de sus marcas. Y sí, en esta gran crisis, la moda se está haciendo muchas preguntas y repitiendo muchas veces algunas palabras con el ritmo machacón de las campañas de marketing globales: consumamos menos y mejor. Hagamos nuestra vida más lenta y respetuosa con el entorno que nos acoge. El último desfile de Prada, con Raf Simons como codirector creativo es una colección intemporal y minimalista, con piezas que imaginamos perfectamente en nuestro armario dentro de 10 años.
Look de Prada para otoño/invierno de 2020. /
Y mientras, Miuccia, con la distancia de los grandes, dice: “Lo que no me gusta de este momento es la retórica sobre lo que va a pasar después del coronavirus: que todos vamos a ser buenos, que todos vamos a ser mejores. Los que son inteligentes seguirán siendo inteligentes y entenderán todavía mejor las cosas. Y a los que no les importa nada o son superficiales seguirán igual”. No puedo estar más de acuerdo con ella. El descreimiento pasa a ser una parte importante de nuestro vestuario cotidiano.