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¿Saben quiénes eran los prisioneros de guerra con menos probabilidades de sobrevivir? Los optimistas. Esa es la conclusión de la paradoja de Stockdale. Quizá conozcan la historia. James Stockdale, vicealmirante de la marina norteamericana, pasó ocho años como prisionero durante la guerra de Vietnam. Ocho años terribles de cautiverio y torturas en los que organizó una red de resistencia y apoyo dentro de un campo infrahumano de Hanoi. Sobrevivió, fue candidato como independiente a la vicepresidencia en 1992 y contó su historia en el libro de Jim Collins, Empresas que sobresalen.
“ ¿Quiénes no lo consiguieron?”, pregunta Collins.” Los optimistas”, responde Stockdale. Los que pensaban: “En Navidades todo habrá acabado, resistamos unos meses más, pronto estaremos en casa. Llegaba la fecha y todo seguía igual. Quizá en Pascua...”. Los que se desesperaban y se desfondaban en su propia montaña rusa de expectativas y frustración. Los que negaban la realidad y eran incapaces de afrontarla para cambiarla.
No quiero ser ceniza. Todo lo contario, la moraleja de Stockdale es que la positividad infantil puede ser letal. Pero también que la esperanza, la fuerza y la fe en nosotros mismos, nos salvan. El optimismo, que tanto y desde tantos sitios nos exigen estos días, es un eslogan mediocre, una mala hamburguesa para nuestra cabeza. Basura mental.
Podemos recordárselo al próximo que nos recomiende aprender en la adversidad, confiar en la recuperación de este gran pueblo que somos o cualquier otra frase hecha. Desde una rueda de prensa o desde un anuncio de sopa. Suena más o menos igual.