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Una señora me regaña ininterrumpidamente desde la serie documental que firma el maravilloso Scorsese y acaba de estrenar Netflix. La serie se llama Supongamos que Nueva York es una ciudad y la señora es Fran Lebowitz: escritora y humorista, aunque su curriculum en realidad debería decir columnista de la revista Interview de Warhol, mordaz, famosa en los 70 y, sobre todo, neoyorquina. Fran cuenta cosas como que su trabajo consiste en juzgar a la gente, supongo que quiere decir criticarla. Y entiendo que resulte divertida, irónica, sacárstica... Que arranque carcajadas cuando responde en un monólogo con público a la pregunta “¿Cuál diría que es su estilo de vida?” “ Soy el tipo de persona que nunca usaría el término estilo de vida, supongo que esa es la respuesta”. Pero, por alguna razón, no me hace gracia y, a pesar de Scorsese, de la música maravillosa, de lo ingenioso de sus monólogos, abandono en el segundo capítulo. A lo mejor, simplemente, es que hoy no me apetece que me juzguen o que me regañen desde Nueva York.
Ser neoyorquino es una categoría cultural en sí misma en la que, los que no lo somos, incluimos en un batiburrillo a Woody Allen, Diane Keaton, Bianca Jagger (por adopción), Susan Sontag, Julian Schnabel y sí, Fran Lebowitz. Tiene que ver con jazz, música disco, diálogos inteligentes, descreimiento, dificultades eternas para encontrar un taxi, problemas existenciales y muchas chaquetas negras. Inevitablemente, pienso en Ingrid Sischy, periodista, directora de Interview tras Warhol, con la que tuve la suerte de trabajar durante unos años y la única persona con la que me he tropezado que podía presumir de conocer a todo el mundo porque conocía a todo el mundo. Ingrid te invitaba a desayunar “en casa de Elton” y te hablaba de “Donatella”, de “David y Victoria”, de “Miuccia” y después sonreía y añadía: “A veces hay que ponerles límites, son como niños malcriados…”
Y luego está Sexo en Nueva York. La serie con la que muchas mujeres nos hemos reído durante años y que vuelve con las cuatro treintañeras más envidiadas de la historia reducidas a tres y con los 50 cumplidos. Me pregunto cómo será este nuevo Sexo en Nueva York sin sexo. O sin el sexo deslenguado de Samantha, el personaje que interpretaba Kim Cattrall. Todas queríamos ser Carrie y todas queríamos una amiga como Samantha. Las peleas entre actrices por la brecha salarial, también. Coincidí una noche con Sarah Jessica en una cena de la embajada americana en Madrid y me pareció simpatiquísima, educada, encantadora. Disfrutaba de España y su hijo pasaba el verano en un campamento en Barcelona. Todo perfecto. Pero la verdad, en esa cena se echaba mucho de menos a Samanta jugando con la cuchara del postre.