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Black en La Concha

"Esta vez, su protagonista no pasea bajo la niebla de Dublín, sino bajo el sol de San Sebastián, alterna el Jameson con el txakolí y se aloja en el Hotel de Londres y de Inglaterra. Así que la nostalgia me llega directa al estómago, porque en ese hotel he disfrutado muchos desayunos perezosos."

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Lourdes Garzón
Lourdes Garzón

Estos meses, qué remedio, he aprendido a valorar las cosas pequeñas. Sí, doy gracias y celebro el sol que entra por mi ventana, el té de media tarde, la planta que me ha traído Amazon y que crece sin contratiempos y etcétera, etcétera. Lo celebro (esa palabra tan socorrida y tan aburrida), pero estoy harta porque yo lo que quiero es una vida con cosas de distintos tamaños, preferiblemente grandes, y con distintos horizontes, a ser posible lejanos.

Mientras llegan, mi último pequeño placer, esperado y recibido con la alegría de un gran acontecimiento, es el nuevo Benjamin Black: Quirke en San Sebastián. John Banville, tarde o temprano, se llevará a Irlanda el Nobel de Literatura, pero hasta entonces alterna libros sutiles como un velo de novia antiguo con la saga de novela negra que firma con su seudónimo, Benjamin Black. Y yo reconozco la maravillosa literatura de Banville, pero no puedo vivir sin Black.

d.r.

Durante años, he guardado las melancólicas aventuras de su protagonista, Quirke, para abrirlas el primer día de las vacaciones. Son libros que empiezo en el avión y cierro enseguida para disfrutarlos a ratitos después, que me recuerdan el olor del mar, el ruido de la nieve o el sabor de los percebes.

Su protagonista pasea por San Sebastián y la nostalgia me llega directa al estómago."

John Banville es un señor encantador que disfruta la buena comida y el buen vino y contesta a las preguntas con una inteligencia descreída y la humildad del verdadero talento. Esta vez, su protagonista no pasea bajo la niebla de Dublín, sino bajo el sol de San Sebastián, alterna el Jameson con el txakolí y se aloja en el Hotel de Londres y de Inglaterra. Así que la nostalgia me llega directa al estómago, porque en ese hotel he disfrutado muchos desayunos perezosos.

Hace años trabajó en un diario, el Irish Time y, cuando ya era una celebridad literaria, me dijo que sí a una propuesta que a muchos les habría parecido pequeña: ser jurado en un premio de jóvenes periodistas. La mejor parte del premio era viajar a Dublín para conocerle. Cada vez que le leo, le recuerdo con mucho cariño, envidio sus descripciones afiladas, sus personajes familiares pero imprevisibles. Sus tramas valientes y sin moralina. Su atmósfera gris en la que siempre brilla, aunque sea por poco tiempo, una luz brillante. Y, de paso, recuerdo por qué me gusta tanto este oficio.

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