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En la entrevista de Oprah Winfrey a Meghan Markle, como en el matrimonio de Lady Di, había tres personas. En este caso no era una multitud, sino una necesidad para que la charla se convirtiera en un acontecimiento tan planetario como la llegada del Perseverance a Marte. Estaba Oprah, una niña muy pobre que quería ser rica y ahora es capaz de disparar el valor de una compañía recomendando sus barritas para dietas. O de dar el último empujón a un candidato a la Casa Blanca. Estaba Meghan, una actriz que quiso ser disidente y nos parecía una rica y quejicosa exiliada en su propio país. Y estaba por fin el meollo de la cuestión: Harry, royal y por lo tanto rico per se, y el hilo que hilvana la amistad de estas dos nuevas vecinas del barrio de Montecito en California.
Ya sabemos todos lo que dijeron, pero me produce también mucha curiosidad cómo llegaron a sentarse en la misma mesa, delante del mundo. Quién cazó a quién y en qué términos. Cuándo comenzó la caza. Cómo se tejió esa relación que ahora les coloca en planos paralelos con los que el público debería empatizar: mujeres que han sufrido racismo, famosos acosados por los tabloides, hijas de padres abusones y en una brillante vuelta de tuerca, padres protectores de un bebé atacado por The Crown al completo. Lo recordaba un artículo de The Guardian, el programa de Oprah se ha convertido en el sitio al que ir para confesar ante el mundo y recibir el perdón de los medios. O todo lo contrario. No hay medias tintas. Que se lo pregunten a Lance Armstrong y a Tom Cruise.Y sí, esta entrevista se ha convertido en una master class que las universidades de relaciones públicas debería enseñar durante varias generaciones.
Oprah sólo tiene que pestañear desde Santa Bárbara para que el Times desempolve en Londres tres testimonios de ex empleados contra Meghan ¿Y Harry? Harry navega como otros de su particular y exclusiva condición entre el desconcierto de querer ser algo distinto, y el miedo a perder privilegios le resultarán tan básicos como a nosotros el agua corriente. Como decía Churchill: “Seguramente sus gustos son en realidad muy sencillos. Se le satisface fácilmente con lo mejor”. Le han ofrecido sentarse en el jardín de Oprah y ha accedido, una nueva y brillante expresión que acabamos de conocer en nuestro país y que define muy bien un cierto tipo de modus operandi. Veremos si, como en el caso de las barritas para dietas, se dispara su valor. O si al final, después de todo este barullo, no podemos evitar acordarnos de Meghan comparándose con La Sirenita en su refugio de gallinas abandonadas: “Las dos nos enamoramos de un príncipe y perdimos nuestra voz, aunque luego… luego la hemos recuperado”.