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Han vuelto los colores y los destellos a la Semana de la Moda de París. Han vuelto las mociones de censura y las elecciones anticipadas. Han vuelto los escándalos internacionales, más allá de las farmacéuticas que no producen las vacunas prometidas. Y solo Fernando Simón parece resistirse a salir del bucle con una nueva aparición en la tele, como viene siendo ya tradicional entre ola y ola.
Que las pasarelas se llenen de brillantes verdes esmeraldas, mangas interminables y nada confortables, metros y metros de tul o carísimos plumíferos que nos llevan a Gstaad al primer vistazo es un buen síntoma. La moda amplifica nuestros deseos, los empaqueta y luego no los vende, así que es un alivio ver que la mayoría de los diseñadores van alejándose de la sobriedad del año pasado, cuando parecíamos de repente teletransportados a una película de posguerra. Elegante, sí, pero triste como el chocolate racionado.
Hasta las traiciones políticas nos animan y nos llevan a tiempos donde nuestros gobernantes eran simplemente mediocres y no se veían obligados por las circunstancias a imbuirse de altura moral. Es tranquilizador ver que de nuevo se mienten y nos mienten con una cierta cotidianeidad y que los presentadores de los telediarios se equivocan leyendo “llaman a las armas” cuando quieren decir “llaman a las urnas”. Por favor, busquen en YouTube la pelea en directo entre Piers Morgan, periodista estrella de la televisión británica y su copresentador. No se gritaban porque las UCI hubieran colapsado, sino porque uno atacaba a Meghan Markle con odio prepandémico y el otro la defendía con una entrega victoriana. Piers dejó la emisión en directo y ha dimitido. Meghan ha generado, al parecer, 18 millones de dólares a la cadena que emitió su entrevista, la mitad para la productora de Oprah.
Respiro esta semana una cierta ligereza y me apetece comprarme una blusa incómoda y un poco cursi. Yo diría que es buena señal.