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SIBO: ¿Otra vez hinchada?

El cuerpo tiene sus propias fronteras, y si las bacterias que viven en tu aparato digestivo se saltan esos límites pueden complicarte la vida después de cada comida.

Mujer abrochándose el pantalón. / Fotolia

Silvia Vivas
Silvia Vivas

Nuestro intestino delgado es un atleta infatigable de unos ocho metros de longitud que tiene un único objetivo: permanecer vacío. Para lograrlo, aunque no comamos, se mueve y ese ritmo interior logra, entre otras cosas, que no posea una población estable de bacterias.

Eso es lo ideal, pero no siempre ocurre así. Cumplir años, haber pasado por una cirugía abdominal, sufrir diabetes o padecer estreñimiento pueden hacer que el ajetreo interior se ralentice, circunstancia que aprovechan las bacterias del intestino grueso (esas que nos ayudan a metabolizar los nutrientes de los alimentos) para "acampar" en el delgado.

El 80%

de la población adulta con patología digestiva padece el trastorno llamado SIBO.

Esta visita no deseada provoca un trastorno conocido entre los especialistas por sus siglas en inglés, SIBO (small intestine bacterial overgrowth, o lo que es lo mismo: sobrecrecimiento bacteriano del intestino delgado), una dolencia que se investiga poco, pero que pasa mucho: aproximadamente el 15% de la población infantil y el 80% en la adulta con patología digestiva de base lo padecen.

"Es un trastorno infradiagnosticado, porque puede ser transitorio y lo que acarrea fundamentalmente es episodios de diarrea o de distensión abdominal", explica el dr. Francisco Guarner, antiguo jefe del Servicio de Aparato Digestivo y colaborador del Vall dHebron Instituto de Investigación (VHIR). Nada muy grave a primera vista. Aunque a veces la cosa se complica.

¿Qué pasa ahí dentro?

Cuando las bacterias del intestino grueso pasan al intestino delgado se produce una competición por el consumo de azúcares entre ellas y nuestro tracto digestivo.

Si son ellas las que ganan esta carrera, fermentan los azúcares dando lugar a gases (dióxido de carbono, hidrógeno y metano, fundamentalmente), que originan toda una gama de síntomas abdominales nada agradables: desde sensación de pesadez e hinchazón abdominal a los 60-120 minutos de haber comido (sobre todo tras ingerir pasta o alimentos ricos en harina de trigo, frutas y verduras), hasta flatulencias, digestiones pesadas, halitosis, deposiciones frecuentes y mal formadas, diarrea y, en los casos más graves, problemas visuales, lentitud y confusión mentales, malnutrición...

SIBO: small intestine bacterial overgrowth, o lo que es lo mismo: sobrecrecimiento bacteriano del intestino delgado.

"A veces sospechamos que una persona sufre sobrecrecimiento bacteriano porque detectamos que padece un déficit de vitamina B12", explica el doctor Guarner.

Además, el SIBO puede facilitar el desarrollo de enfermedades, como anemias (por falta de absorción de hierro y vitamina B12), defectos de la calcificación ósea (por déficit de vitamina D) y problemas visuales, especialmente en la visión nocturna, por déficit de vitamina A. En los casos más avanzados, se produce daño de la mucosa intestinal y síndrome del intestino permeable. También hay una alta asociación del SIBO con el síndrome de colon irritable, y se cree que el primero puede estar, al menos en parte, influyendo en el segundo. Así mismo, se sospecha que podría ser una de las causas del síndrome de fatiga crónica, expone el dr. Pedro Ojeda de la Clínica Ojeda de Madrid.

Cumplir años es el principal factor de riesgo para padecer este trastorno, no en vano por encima de los 70 años el 30% de la población acaba sufriendo este problema.

Un problema actual

Pero hay factores que propician que aparezca antes de tiempo. En principio, cualquier situación que ralentice o altere el tránsito normal del bolo alimenticio por el tracto digestivo, desde haber sufrido una cirugía a padecer enfermedades que alteren el tránsito (como el hipotiroidismo o la diabetes), puede trastocar el delicado equilibrio bacteriano del intestino.

Y nuestro modo de vida actual es casi un billete de ida con gastos pagados para estas bacterias: los hábitos que alteran el funcionamiento correcto del motor migratorio (el reloj interno que regula los movimientos del intestino), como son picar entre horas, el estrés crónico o dormir poco por la noche, hacen que nuestra probabilidades de padecer SIBO aumenten.

Como en casi todos los trastornos, padecerlo es más sencillo que librarse de él.

El uso (y abuso) de ciertos medicamentos (antiácidos, antidiarreicos y opiáceos, entre otros) y lo (mal) que comemos, se ocupan de hacer el resto. "Muy posiblemente, el tipo de dieta de las sociedades occidentales, en la que se ha disparado el consumo de azúcares, pueda tener que ver, pues los azúcares son el sustrato fundamental de las bacterias", asegura el doctor Ojeda.

Como en casi todos los trastornos, padecerlo es más sencillo que librarse de él. En el caso del SIBO, esto es especialmente cierto porque las bacterias que lo causan pueden crear biofilms, sustancias que las protegen de la principal arma de nuestro arsenal terapéutico: los antibióticos.

Aún así, estos siguen siendo el primer recurso. "El tratamiento base son los ciclos intermitentes de antibióticos. Pero no nos gusta. Los antibióticos te ayudan hoy, pero como el origen del problema es un trastorno de motilidad (capacidad para moverse), el sobrecrecimiento puede volver a aparecer. Por eso estamos pensando en terapias que puedan mejorar esa motilidad, aunque de momento tenemos pocas evidencias", explica el dr. Guarner.

Luchar en otros frentes

En busca de un complemento a los antibióticos, los científicos están testando unos aliados con buena fama para la salud intestinal: los probióticos. "Las tres cepas que se han mostrado más eficaces son Bifidus infantis, Bifidus lactis y Lactobacillus plantarum. Pero hay que usarlos sin prebióticos asociados, ya que al ser éstos azúcares podrían empeorar aún más situación", enumera el dr. Ojeda.

Lo que está claro para los especialistas es que en el tratamiento del SIBO no existen remedios que sirvan para todos los pacientes. Aunque sí hay una cosa que funciona en todos los casos: corregir las causas que predisponen a sufrirlo. Mejorar la dieta, descansar, combatir el estrés y no abusar de ciertos fármacos son hábitos que debemos modificar si no queremos sufrir este problema.

En el aliento

La prueba de referencia para diagnosticar el SIBO es la realización de endoscopia con aspirado del líquido del yeyuno (la segunda porción del intestino delgado) y la medición de su concentración bacteriana: se diagnostica SIBO si hay más de 10.000 unidades formadores de colonias por mililitro de aspirado, pero esta cifra se está revisando, siendo más aceptada la de 1.000 unidades/ml.

También se puede utilizar el test de la D-xilosa marcada radiactivamente, pero tiene el inconveniente de tener que realizarse en instalaciones protegidas por el marcaje radiactivo. Por ello, dada la laboriosidad y coste de estas pruebas, se suelen reemplazar por el test de la absorción de azúcares (lactulosa, lactosa o xilosa): esta prueba consiste en medir en el aliento los valores de hidrógeno y metano a intervalos de tiempo durante 3 horas tras una sobrecarga oral del azúcar.

Antiácidos, a examen

Son el segundo fármaco más recetado y el más polémico últimamente. Su influencia en la salud intestinal está en cuestión, porque según se creía hasta ahora el ácido gástrico que anulan es vital para la oclusión de la válvula que conecta el intestino delgado y el grueso. Y si esta válvula no se cierra, se facilita la migración de bacterias. Pero no todos piensan lo mismo.

"En teoría, tomar antiácidos influye, aunque en la práctica no lo vemos tan claro. Por eso lo consideramos factor de riesgo no determinante", dice el doctor Guarner.

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