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El enorme coste (emocional y de salud) de ser obeso

Las personas obesas son víctimas, no culpables, de su exceso de peso. Seguir manteniendo que lo son por falta de voluntad, abandono o por sus hábitos tóxicos no soluciona, sino que perpetúa el problema.

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Marisol Guisasola
Marisol Guisasola

“Me llamo Laura, tengo 44 años, peso 98 kg, mido 1,60 m, soy profesora de Matemáticas en un colegio público, tengo dos hijos, estoy divorciada y no voy al médico desde hace cinco años. ¿Por qué? Porque desde que soy obesa (y empecé a serlo a los 34 años, tras mi segundo parto), los médicos no me toman en serio. “Adelgaza 30 kilos y no vuelvas si no lo has hecho”, me dijo el traumatólogo al que fui por mis dolores de espalda. Ahí acabo la visita. Salí de la consulta sin que me explorara, sin responder a más preguntas. Me sentí fatal. Fue en ese momento cuando decidí no volver al médico”.

Laura es una víctima del estigma de la obesidad. “Un prejuicio que supone que el obeso lo es por su falta de voluntad y por dejadez. Esta visión está bastante generalizada y además de no ser verdad, es moralmente muy cuestionable. Cuando la persona obesa interioriza ese estereotipo, es fácil que pierda autoestima y, con ella, capacidad y autonomía para enfrentarse al problema”, explica el profesor de Nutrición Molecular y Metabolismo Toni Vidal-Puig, director científico del Centro de Fenómica de Cambridge y consultor honorario de Medicina Metabólica en dicha universidad británica.

El de Laura no es un caso aislado. En una encuesta a 489 mujeres obesas publicada en American Journal of Public Health, el 83% confesaba que su peso era un freno para acudir a pruebas de cribado de cáncer. La perspectiva de exponerse a actitudes negativas de los profesionales, recibir consejos no solicitados e, incluso, el enfrentarse a batas y equipos demasiado pequeños para su talla se citaban como razones. Otra revisión de estudios presentada el año pasado en la Convención de la Asociación Norteamericana de Psicología señala que “los comentarios vergonzantes hacia los obesos son frecuentes en las consultas”. Aunque suene melodramático, tampoco son raros los casos de muerte de obesos con cánceres, cardiopatías y otras enfermedades graves (más prevalentes en personas con exceso de peso) y que nunca fueron diagnosticadas ni tratadas por no haber ido al médico.

Parece increíble, pero el prejuicio puede afectar incluso a la investigación: hay más organizaciones y ayuda filantrópica para el estudio de enfermedades no estigmatizadas, como el cáncer, el Alzheimer o enfermedades pediátricas.

Grandes raciones... de rechazo

“El rechazo se manifiesta a menudo en forma de comentarios insultantes. Muchas personas gordas no hacen deporte ni van al médico precisamente por no escucharlo o por evitar miradas de desprecio. Yo misma dejé de ir a Pilates porque me di cuenta de que la monitora era gordofóbica”, asegura Magda Piñeyro, autora de Stop gordofobia y las panzas subversas. Que desde la página de Facebook con el mismo nombre, ejerce la crítica contra los cánones de belleza establecidos.

El 89% de las obesas no va a cribados contra el cáncer por su peso.

Su plataforma es el reverso de muchas de las webs que aseguran que su objetivo es concienciar frente a la obesidad y muestran a las personas obesas (casi siempre mujeres) sin cara o con sonrisas de complacencia, enseñando su trasero, sus muslos o su vientre, en actitudes pasivas y con grandes raciones de comida.

El estigma afecta a toda la sociedad. No es de extrañar que tanta imagen distorsionada reduzca las probabilidades de que los obesos encuentren empleo. Las cifras hablan de que el 40% de las empresas reconocen que “tienen reparos” para contratar a personas obesas. Incluso, cuando las contratan, suelen conseguir peores salarios y tienen mayor riesgo de sufrir acoso.

El McKinsey Global Institute ha calculado que el impacto global de la obesidad supone el 2,8% del PIB global (unos 2.000 billones de dólares anuales). Además del coste de tratar las muchas enfermedades estrechamente asociadas a ella (diabetes tipo 2, enfermedad cardiovascular, cáncer, ictus, hígado graso, osteoporosis, osteoartritis, depresión...), están los costes indirectos del absentismo, la incapacidad laboral... Todos esos costes son otra razón para el estigma, porque se culpa al paciente obeso de los gastos asociados con su atención medica.

Cinco ideas a tener en cuenta:

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    Todos deberíamos respetar y escuchar con más atención a las personas obesas. Muchos estudios han comprobado que el estigma que sufren es real y sus efectos son perniciosos para ellos y para el resto de la sociedad.

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    La idea de que los pacientes obesos son los “culpables” de su exceso de peso no solo es falsa, si no que aísla socialmente a quienes lo sufren y perpetúa el problema.

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    Mantener un control sobre el peso es difícil porque tus genes ahorradores son muy potentes. Enfermedades, traumas, embarazos, estrés crónico, depresión o el paso de los años pueden, además, interactuar con ellos y hacer el control de peso más difícil.

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    Conviene recordar que, cuando una persona obesa pierde peso, mantener esa pérdida le supone un esfuerzo mucho mayor que a los afortunados que carecen de los genes de la obesidad.

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    Hay que educar a los niños sobre conceptos como consumo adecuado, ingredientes saludables, fraudes alimentarios y su derecho a un entorno saludable y menos.

Datos de la OMS publicados en 2016 indican que más de 1.900 millones de adultos tienen sobrepeso, de los cuales 650 millones son obesos. La obesidad infantil no es la excepción: unos 400 millones de niños menores de nueve años padecen sobrepeso u obesidad en el mundo y las cifras siguen aumentando. En nuestro país, datos actualizados señalan que una cuarta parte de la sociedad española adulta es obesa y un 38% sufre sobrepeso. En niños y adolescentes los porcentajes son de un 15% y un 25% respectivamente. De hecho, ocupamos el segundo lugar (después del Reino Unido) en el ranking europeo.

La obesidad es una enfermedad real, no un problema de actitud.

Mientras, en EE.UU. (donde se inventó el concepto de fast food) la obesidad afecta a más del 40% de la población. En Kuwait y otros Estados Árabes (cada vez más influidos por el estilo de vida y la dieta superprocesada de Occidente), las tasas de exceso de peso y obesidad combinadas llegan hasta el 60%. Vivimos en un escenario inédito en la historia de la humanidad.

“Tiene que quedar claro que el riesgo de obesidad depende en gran medida de los genes heredados y es muy importante que el paciente lo sepa, porque no es en absoluto responsable de su carga genética”, aclara Vidal-Puig. Los genes no cambian en 50 años (que es el periodo en el que ha estallado la epidemia de obesidad) por lo que tiene que existir algo más que explique la explosión de casos. Estudios de hace apenas tres décadas encontraron la explicación: la dieta, el estilo de vida y otros factores del entorno ponen “marcas” en la superficie de los genes que, sin cambiarlos, hacen que estos actúen o no actúen. Es lo que se conoce como epigenética. “Eso explica por qué personas con genes heredados que favorecen la obesidad (hay más de 50 de ese tipo) no la desarrollan cuando viven en un ambiente saludable, y por qué otras, con el mismo riesgo genético, acaban siendo obesas cuando siguen estilos de vida hipercalóricos y sedentarios”, añade el experto.

El mensaje ha calado. Prácticamente todo el mundo sabe ahora que una alimentación rica en alimentos altamente procesados está detrás de la epidemia de obesidad. “Rebosantes de grasas saturadas y trans, azúcares, sal e ingredientes que potencian el deseo de seguir tomándolos y fidelizan al consumidor, los alimentos altamente procesados favorecen el exceso de peso y están alterando los gustos y tradiciones de los pueblos”, insiste el experto. Al ser productos listos para tomar, o que apenas requieren preparación, están desterrando la costumbre de cocinar o de comer sentados a una mesa, en definitiva, eliminan hábitos que mantuvieron tasas de obesidad mucho más bajas que las de ahora.

Vivir en un entorno hostil

El efecto de estos nuevos hábitos de alimentación se suma al de los medios de transporte que evitan caminar; el tiempo de inactividad ante las pantallas; el estilo de vida estresado; las pautas de sueño erráticas... Un entorno hostil al que se añaden la publicidad y marketing de productos de fast food, sobre todo destinados a los menores.

Al contemplar ese escenario, la pregunta es: ¿quién tiene entonces la “culpa” de la epidemia de obesidad? ¿Qué parte de responsabilidad tienen la sociedad y las autoridades que no incentivan apropiadamente un ambiente mas saludable? ¿Por qué quienes tienen voz en el tema insisten en las mismas recetas y mensajes esperando resultados diferentes?

“A la hora de pensar en soluciones, hay que empezar por reconocer que la obesidad es una enfermedad real, no un problema de actitud ni una cuestión de desidia ni falta de autocontrol. Si interiorizamos ese concepto, es mas fácil incentivar acciones realmente efectivas para reducir su impacto. En definitiva, se trata de reconocer las enormes dificultades con las que una persona obesa se enfrenta cada día y convencerla de que está en su derecho reclamar toda la ayuda que la sociedad pueda proporcionarle para que puedan combatir el problema. La idea es empoderar al paciente para que se sienta autónomo y capaz de tomar decisiones que le ayuden a mejorar su salud”, termina diciendo Toni Vidal-Puig.

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