Incluso si tienes la misma mutación genética que heredó Angelina Jolie (la del gen BRCA1, que afecta al 1% de las mujeres y supone un 72% más de probabilidades de desarrollar un cáncer de mama), se puede hacer algo para prevenir esta enfermedad: someterse a una doble mastectomía antes de que el tumor aparezca, como hizo la actriz en 2013. Los nuevos estudios han comprobado que quienes se operan reducen claramente las probabilidades de desarrollar un tumor mamario e, incluso, de morir como consecuencia del mismo. Para demostración, ahí está la propia Angelina.
En 2018, la cifra de mujeres afectadas por cáncer de mama ascendió a 32.825, según datos de la Asociación Española contra el Cáncer. Una cifra alejada de los 25.215 casos nuevos que hubo en 2012. Por ello no es extraño que la idea de tener cáncer de mama nos cause miedo y que nos asustemos al ver cómo están aumentando los casos. “Antes oías que alguna conocida tenía cáncer de mama; ahora ves que lo tienen tus amigas, tus familiares, tus vecinas, tus compañeras de trabajo. “¿Cuándo me tocará a mí?”, piensas, y te preguntas qué puede estar provocando esa situación”, nos comenta Yolanda C., valenciana de 32 años, en un correo electrónico. Sus temores los comparten millones de mujeres.
“Es cierto que la incidencia del cáncer de mama aumenta cada año y, de hecho, se calcula que una de cada ocho mujeres desarrollará la enfermedad a lo largo de la vida”, explica Manel Esteller, director del Programa de Epigenética y Biología del Cáncer del IDIBELL y catedrático de Genética de la Universidad de Barcelona. Frente a eso, la mortalidad en cáncer de mama no para de bajar. Si antes morían el 80% de las pacientes, hoy lo hace un 25%. ¿Por qué? “Porque conocemos mejor los mecanismos (genéticos, moleculares y hormonales) implicados en el desarrollo de los tumores y porque, en consecuencia, los tratamientos son cada vez más personalizados y eficaces”, asegura Esteller.
Lo cierto es que la era del tratamiento único ha quedado atrás. Cada mujer tiene su propio cáncer de mama y lo que funciona para una puede no hacerlo en otra. “Ahora los oncólogos utilizamos información genética y muchos otros datos para clasificar el cáncer de mama que tiene cada mujer –explica la dra. Laura García Estévez, directora de la Sección de Tumores de Mama en el MD Anderson Cancer Center de Madrid–. Podemos analizar tejido tumoral obtenido por biopsia y ver qué tratamientos serían los más eficaces en ese caso”. Los que mejor pronóstico tienen estadísticamente son los tumores de mama hormonodependientes (entre el 70 y el 80% de los casos), es decir los que poseen receptores de estrógeno y/o progesterona. Y si tienen mejor pronóstico es porque actualmente se dispone de tratamientos como el tamoxifeno o los inhibidores de la aromatasa, capaces de bloquear la acción de las hormonas implicadas en su crecimiento.
En otros casos, como el de los tumores HER2 positivos, la aparición de fármacos dirigidos a la proteína HER 2 han logrado que ese tumor que tenía mal pronóstico posea ahora buenas tasas de curación. “Dicho eso, cuanto antes se diagnostique y se trate el tumor, mayores serán las probabilidades de curación. Por eso son tan importantes las mamografías y otras técnicas de diagnóstico precoz”, concluye la dra. Laura García Estévez.
Los avances no cesan. Por ejemplo, el estudio TAILORx ha comprobado que la mayoría de las mujeres con tumores luminales (con receptores de estrógenos y, a veces, de progesterona) pueden prescindir de la quimioterapia. Un auténtico hito, porque permite al 70% de las pacientes evitar sus efectos secundarios.
Aún así la pregunta sigue siendo por qué dos pacientes con el mismo tumor responden de forma diferente al mismo tratamiento. “La respuesta inmunitaria de cada paciente, su perfil genético, el estadío del tumor, la densidad de las mamas y su mayor o menor exposición a ciertos factores de riesgo introducen variables que influyen en la respuesta al tratamiento”, explica la dra. García Estévez.
Aunque los factores que incrementan el riesgo del cáncer de mama no se conocen bien del todo (el más claro es el aumento de la esperanza de vida, ya que la mayoría se dan en mayores de 60 años), sí se sabe que una exposición prolongada a las hormonas estrógeno y progesterona aumenta las probabilidades de sufrirlo. Dicho de otra forma: cuantas más menstruaciones tenga una mujer a lo largo de su vida, mayor será su exposición a esas hormonas y mayor el riesgo.
“Tener la primera regla antes de los 12 años o la menopausia a edades tardías aumenta las probabilidades. Lo mismo ocurre en mujeres que tuvieron su primer hijo después de los 30 años o las que nunca han tenido un embarazo. Por la misma razón, la terapia hormonal sustitutoria (para paliar los síntomas menopáusicos) y el empleo prolongado de anticonceptivos orales incrementan el riesgo de desarrollar un tumor mamario”, añade Manel Esteller.
Sus palabras nos hacen reflexionar sobre si los adelantos de las sociedades “desarrolladas” (con bajas tasas de natalidad, poca lactancia materna, elevado consumo de anticonceptivos orales y altas tasas de obesidad) no estarán contribuyendo al aumento de casos. Y las estadísticas confirman nuestras sospechas: cuanto más “avanzado” es un país, mayor es la incidencia de cáncer de mama.
La conclusión es que el ambiente “habla” con nuestros genes y que, como resultado de esa conversación, se generan marcas sobre ellos que, sin cambiarlos, alteran su expresión, haciendo que se activen o no. “Es lo que se conoce como patrón epigenético. Por ejemplo, una persona con antecedentes familiares de cáncer de mama puede reducir el riesgo de desarrollarlo porque hace ejercicio a diario, no fuma, come de forma saludable y no abusa del alcohol. En cambio, otra con menor riesgo genético puede acabar teniendo un tumor mamario por su estilo de vida sedentario, su dieta rica en azúcares y grasas saturadas o por exposición prolongada a la hormona estrógeno. Todas esas cosas pueden cambiar el patrón epigenético de nuestras células y aumentar nuestro riesgo”, concluye la dra. García Estévez.
Evita el exceso de peso. Las mujeres obesas en edad menopáusica tienen tumores mamarios más resistentes al tratamiento que las que no tienen sobrepeso. En general, su riesgo de cáncer de mama es entre un 30 y un 60% mayor que el de mujeres de su edad con un índice de masa corporal (IMC) normal. El consejo es mantener un IMC de entre 18.5 y 24.9. Un IMC de 25 o superior es exceso de peso.
Vigila lo que comes. Las dietas ricas en azúcares y grasas saturadas aumentan el riesgo de cáncer de mama. La mejor dieta es la mediterránea, rica en verduras y frutas frescas, AOVE, legumbres, cereales integrales y con pescados, huevos y carnes blancas. En cambio, hay que evitar los alimentos altamente procesados, ricos en calorías vacías de fibra y de nutrientes protectores.
Muévete más. El ejercicio ayuda a prevenir la obesidad y a combatir el estrés y la depresión, trastornos que aumentan las probabilidades de desarrollar tumores mamarios. Además, la actividad física reduce los niveles de insulina, leptina y estrógeno, hormonas que favorecen el crecimiento de tumores de mama. ¿Cuánto ejercicio hay que hacer? Los expertos aconsejan al menos 150 minutos de ejercicio moderado o bien 75 de ejercicio intenso por semana.
No te pases con el alcohol. Más de una copa de vino al día es perjudicial. A partir del alcohol, el organismo produce sustancias que dañan nuestro genoma y generan mutaciones que aumentan el riesgo de tumores.
No fumes. El humo del tabaco tiene un efecto inflamatorio y se asocia con mayor riesgo de cáncer de pulmón y de otros tumores, incluido el de mama. El efecto es mayor si empiezas a fumar antes de tener el primer hijo. Respirar humo de tabaco ajeno también aumenta el riesgo.
Evita los disruptores endocrinos. La lista incluye a los pftalatos, los pesticidas organofosfatados, los metales pesados y los disolventes de éteres de glicol. El más estudiado es el bisfenol A, presente en recipientes de plástico duro, el interior de las latas de conserva e incluso en los tickets que nos dan cuando pagamos con tarjeta. Como explica Ana Soto, profesora de Medicina Integrativa y Patobiología en la Universidad de Tufts (EE.UU.), “la exposición prolongada a los disruptores puede alterar el equilibrio hormonal y crear el entorno perfecto para el desarrollo de cáncer de mama”.
Cuidado con los implantes de silicona. Investigadores de la MD Anderson en Texas señalan una relación entre los implantes de silicona y un mayor riesgo de enfermedades autoinmunes e incluso con un tipo de de linfoma que aparece en el pecho.
Rechaza la terapia hormonal sustitutoria. Este tratamiento alivia los sofocos y otros síntomas menopáusicos, pero aumenta el riesgo de cáncer de mama a largo plazo y hace que el tejido mamario sea más denso.
Elige bien tus anticonceptivos. Los orales aumentan el riesgo de cáncer de mama. “Aunque ese riesgo se reduce con el tiempo. De hecho, las mujeres que llevan más de 10 años sin tomarlos ya no lo tienen”, explica Manel Esteller.
Procura no trabajar de noche. Las mujeres que trabajan en este turno tienen un riesgo de cáncer de mama ligeramente superior porque al trabajar con luz artificial, tienen bajos niveles de melatonina, hormona que evita el desarrollo del cáncer de mama; al no exponerse al sol, tampoco tienen suficientes niveles de vitamina D. Si trabajas en turno de noche procura compensar esas carencias caminando al aire libre al menos media hora diaria en horas al sol.
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