Presión ocular. Con un tonómetro se impulsa un pequeño chorro de aire en la córnea que rebota de nuevo al aparato dando una lectura de cuál es la presión dentro del ojo, un dato importante porque una presión alta es síntoma de glaucoma, una enfermedad que puede provocar ceguera.
Fondo de ojo. Con el oftalmoscopio, se proyecta un haz de luz hacia cada ojo para poder examinar la parte posterior del globo ocular: retina, vasos sanguíneos y cabeza del nervio óptico. Gracias a esta prueba se pueden detectar cambios que apuntan a enfermedades como la diabetes.
Superficie ocular. Usando un microscopio llamado lámpara de hendidura, que lleva una luz incorporada, se detectan anomalías o lesiones en la superficie de los ojos (córnea, iris y cristalino).
Los exámenes periódicos de nuestros ojos son fundamentales para detectar problemas a tiempo, y deberíamos hacerlos aunque veamos bien. Desde la Sociedad Española de Oftalmología, recuerdan que lo ideal sería hacernos un examen cada dos años. A partir de los 70 años (o si se sufre alguna enfermedad visual, como miopía magna), el examen debería ser cada 12 meses.
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