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¿Por qué nuestros hijos comen mal?

Sus paladares están acostumbrados a los productos ultraprocesados y ese gusto por la comida insana y las pantallas está poniendo en riesgo su salud. ¿Qué podemos hacer?

Hace unos días, una familia con dos hijas adolescentes pagaba delante de mí en el súper. En su carro de la compra vi zumos y refrescos azucarados, salchichas, bollería, aperitivos, pizzas congeladas y chucherías diversas. Nada fresco (ni frutas ni verduras ni legumbres ni pescado). Miré a las chicas y miré a los padres, y calculé que a todos les sobraban unos 20 kilos. “¿Se verán con sobrepeso o creerán que su talla está dentro de lo normal?”, me pregunté recordando dos estudios que indicaban que el 62% de los padres piensa que su hijo obeso tiene un peso normal y que casi la mitad de los chicos obesos y el 36% de las chicas obesas no creen que lo son.

Cada vez más jóvenes toman fármacos contra la diabetes o el colesterol.

“Los progenitores tienden a infraestimar el peso de sus hijos. Y claro, si ellos no perciben el problema, no podemos esperar que actúen como deberían”, aclara la dra. Nerea Martín-Calvo, pediatra e investigadora principal del proyecto SENDO cuyo objetivo es analizar el efecto de la dieta y el estilo de vida sobre la salud de los menores, desde los cuatro años hasta su mayoría de edad. “Nuestros datos indican que el principal problema de la dieta de los menores es el exceso de productos ultraprocesados y el déficit de alimentos saludables, como frutas y verduras. El drama es que el consumo habitual de esos productos, que se relacionan con un mayor riesgo de mortalidad por todas las causas, es un problema difícil de atajar. La obesidad puede considerarse una amenaza tan grave como el tabaquismo. Para revertir la tendencia haría falta cambiar muchas leyes y usos culturales y sociales, y lograr que esos cambios fueran sostenibles en el tiempo”, continúa la experta.

El profesor Miguel Ángel Martínez-González, uno de los más importantes investigadores en Nutrición del mundo y autor del libro Salud a ciencia cierta (Planeta), es tajante: “La obesidad infantil y juvenil aumenta a medida que crece el consumo de alimentos ultraprocesados. Y eso lo vemos tanto en España como en el resto del mundo. La segunda causa que la provoca es el sedentarismo. Los adolescentes ya no queman calorías ni fortalecen sus huesos y músculos con actividades al aire libre. Se pasan horas y horas sentados delante de algún tipo de pantalla (tabletas, smartphones, videojuegos, televisión, ordenadores...)”.

La consecuencia de este comportamiento no es solo estética, sino que afecta a su salud presente y futura. Cada vez más adolescentes españoles toman medicamentos que antes solo se recetaban a adultos, como fármacos para la diabetes tipo 2, la hipertensión, el colesterol, el síndrome metabólico, los dolores articulares o los problemas respiratorios, además de contra la depresión. Es un problema gravísimo y, aunque llevamos años hablando sobre este tema, no parece que hayamos comprendido su gravedad. La prueba es que, según los estudios, uno de cada tres menores de edad obesos seguirá siéndolo de adulto, con todos los riesgos que ello supone para su salud.

La incidencia de la obesidad en menores de 19 años se ha multiplicado por 10.

Tendríamos que volver la mirada a nuestros orígenes para ver que, a lo largo de la evolución en el planeta, nuestros genes jamás se habían topado con los ingredientes típicos de los alimentos ultraprocesados (azúcares añadidos, grasas trans, harinas refinadas, exceso de sal, aditivos químicos...). Una consecuencia de ese “ desconocimiento genético“ es la obesidad abdominal, la más peligrosa de todas. “Otra cosa que olvidamos es que nuestro cuerpo está hecho para el movimiento, no para la inmovilidad”, añade el profesor Martínez-González. El sedentarismo no hace más que deteriorar la salud ya desde la niñez.

“La responsabilidad la tiene toda la sociedad. La despensa familiar contiene cada vez más alimentos ultraprocesados y el sedentarismo se ha convertido en la norma. Eso explica por qué la incidencia de obesidad en menores de 19 años se ha multiplicado por 10 en pocas décadas”, asegura Nerea Martín-Calvo.

La triste realidad es que vamos a peor. Según un estudio publicado en la revista científica The Lancet, si la tendencia actual continúa, en 2022 habrá más menores obesos que con peso normal o bajo.

¿CÓMO PODEMOS EVITAR LA OBESIDAD?

  • Esa es la pregunta clave, y la doctora Nerea Martín Calvo propone estas medidas:

  • Seguir la dieta mediterránea. Las dietas basadas en productos frescos o mínimamente procesados (frutas, verduras, frutos secos, AOVE, yogures naturales, huevos, pescados, carnes blancas y agua) previenen la obesidad y las enfermedades crónicas, porque ayudan a controlar el colesterol tanto como las estatinas.

  • Fomentar actividades en familia. Propón planes de senderismo, natación o deporte a tus hijos: crearéis lazos y, de paso, reducirás sus horas de pantalla. Según expertos de la Universidad de Harvard (EE.UU), los niños que pasan más tiempo delante de ellas tienen más probabilidades de ser obesos porque están más horas sentados y porque se exponen más a los anuncios de alimentos ultraprocesados.

Sana y sostenible

“Un primer paso para revertir la tendencia actual sería que los alimentos saludables estuvieran más disponibles y fueran asequibles, especialmente para las comunidades con menos recursos. Hacer que la opción más saludable sea la más sencilla es un principio básico de Salud Pública”, declara la especialista Nerea Martín-Calvo.

Por si aún hay quien lo duda, varios estudios indican que las poblaciones de los países que menos alimentos ultraprocesados compran y que más platos tradicionales consumen (como Perú o Bolivia) tienen un IMC más bajo. En cambio, las de los países que más alimentos ultraprocesados compran y consumen (como México, EE.UU. o el Reino Unido), tienen un IMC más elevado.

El éxito de estos productos depende del márketing agresivo.

Por desgracia, las familias españolas están copiando cada vez más estas “dietas de riesgo” y abandonando la mediterránea. “La vuelta al modelo mediterráneo conseguiría grandes ahorros de agua, ayudaría a lograr un desarrollo sostenible y tendría beneficios para la salud, especialmente en generaciones jóvenes y urbanas”, señalan los autores de un estudio realizado en el centro I+D de la Universidad Politécnica de Madrid, el Centro de Estudios para la Gestión de Riesgos Agrarios y Medioambientales y el Observatorio del Agua de la Fundación Botín.

“Las leyes e impuestos deberían proteger a los sectores en peor situación económica”, declara a su vez Patricia Jara, líder de la División de Salud y Protección Social del Banco Interamericano de Desarrollo. Estadísticas de la OMS revelan cómo niños y adolescentes de países del Tercer Mundo tienen ahora altas tasas de sobrepeso y obesidad y, a la vez, desnutrición, por la invasión de alimentos ultraprocesados. “Con exceso de peso y un sistema inmunológico debilitado, ese niño o joven tendrá mayor riesgo de desarrollar infecciones, enfermedades crónicas y problemas de desarrollo que afectarán también a su capacidad de aprendizaje y, finalmente, a la economía de la población”, añade la especialista.

Cocinar es salud

Formulados para resultar agradables al paladar y desear más de lo mismo, el éxito de los alimentos ultraprocesados depende en gran parte de su márketing agresivo, sobre todo dirigido a los menores. Según la OMS, este tipo de productos (especialmente las bebidas azucaradas, la comida rápida y los snacks) son los factores más relacionados con la obesidad, la diabetes tipo 2, las enfermedades cardiovasculares, varios tipos de cáncer y hasta problemas óseos.

Algunos niños y adolescentes obesos lo son porque en sus casas no se compra ni se prepara comida sana, tanto por comodidad como por desconocimiento o por la falsa idea de que los alimentos saludables son más caros. “Nada más lejos de la realidad, porque las legumbres, las verduras y frutas de temporada, pescados como las sardinas o el jurel, los huevos o la carne de pollo son asequibles. Incluso el AOVE, que puede ser más caro que otros aceites vegetales, cunde más que cualquier otro y es el más sano de todos. Y saber cocinar es cultura”, concluye Miguel Ángel Martínez-González.