"Cuando el dolor es insoportable, nos destruye; cuando no nos destruye, es que es soportable". Ese es el lema que preside las paredes del gimnasio al que Raquel acude tres días a la semana. Se apuntó después de una ruptura amorosa. Su novio la dejó y ella se culpaba por sus kilos de más. Empezó a quemar calorías con clases de step, después se pasó al zumba y luego se hizo runner...
Ahora, años después, se entrena la mayor parte de los días, es una habitual de las carreras populares y recientemente se ha iniciado en el triatlón, un deporte que hasta hace poco solo se atrevían atletas del más alto nivel. Cuando su prueba reina se denomina ironman (3,8 km de natación, 180 km de bicicleta y 42,2 km de carrera) ya queda bastante claro que se trata de una práctica exigente.
Sin embargo, gana cada vez más adeptos: el número de practicantes crece a un ritmo del 12% anual y en nuestro país se disputan alrededor de 800 triatlones al año. También se organizan cada vez más carreras. Y están cada vez más concurridas.
Un ejemplo: en 1970, 55 corredores reunidos en Central Park inauguraban la maratón más popular del mundo, la de Nueva York. La última edición congregó a más de 50.000 participantes... y otros miles de candidatos se quedaron sin poder correr. Hasta han nacido agencias de viajes especializadas en las grandes maratones: organizan vuelos, estancia y gestionan los trámites del dorsal para las carreras de Berlín, París, Boston, Nueva York...
El ejercicio es salud. Pero no siempre mayor intensidad y tiempo es sinónimo de estar haciendo las cosas bien. "Debemos ponernos metas. El problema está en los tiempos que nos fijamos. Las prisas no son buenas. Ya sea para perder peso, para marcar el cuerpo o para afrontar retos deportivos", explica la entrenadora personal Amaya Méndez. "Estás en forma cuando te sientes enérgico y con autoestima. Cuando eres capaz de llevar una vida activa compaginándola con tus obligaciones, tus aficiones y tu gente", asegura esta experta. Esa es la filosofía del MovimientoEnForma.es en el que Amaya combina, adaptado a cada persona, alimentación, ejercicio y descanso.
Si Raquel hubiera roto con su novio hoy, probablemente se habría apuntado a crossfit, otra exigente modalidad que arrasa. Nació en 2001 en Estados Unidos para entrenar a los policías de California, fue luego adoptado por marines, bomberos y militares, y hoy se ha popularizado.
En España hay ya cientos de boxes, que es como se llaman los espacios donde se practica, una especie de hangares industriales en los que no hay espejos, ni televisores ni parqué reluciente y sí sogas para trepar, muchas pesas y hasta ruedas de camión. Sus incondicionales presumen de su dureza en las redes sociales, exultantes de satisfacción: las llagas y callosidades de las manos y las agujetas extremas que relatan sus fieles, hablan por sí solas.
"Cada vez son más los practicantes de deportes exigentes, pero eso no significa que quienes los practiquen estén preparados para hacerlo. En general, quien se apunta a disciplinas de elevada exigencia suele hacerlo como un reto, pero no siempre se acompaña de un conocimiento adecuado de los requerimientos físicos y mentales a los que van a someterse", asegura la dra. Eva Ferrer, médico especialista en la Unidad Medicina del Deporte del Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona, fundadora y directora de la iniciativa El Deporte en Femenino y miembro de Top Doctors.
El 94% de los casos de muerte súbita son de origen cardiovascular y su prevalencia aumenta en deportistas aficionados, desconocedores de que sufren alguna cardiopatía y que someten su cuerpo a ejercicios extenuantes. A pesar de los posibles riesgos, según un estudio de la Fundación Española del Corazón el 61% de los corredores no se ha realizado nunca una prueba de esfuerzo. Sin embargo, un 17,7% de los participantes en carreras dicen haber sufrido en alguna ocasión dolor torácico, palpitaciones, mareo intenso o pérdida de conciencia durante la práctica deportiva.
Llegados a este punto, las preguntas se amontonan: ¿nos exigimos demasiado? ¿No hay recompensa sin dolor? ¿Qué nos empuja a someternos a tanta autoexigencia? Diversos autores apuntan hacia varias direcciones: está, por supuesto, la eterna persecución de cuerpo soñado, la competitividad, el afán de reconocimiento público...
"Todos tenemos necesidad de destacar. El deporte extenuante supone una oportunidad de ponerse a prueba. Tiene mucho de desarrollo personal e, incluso, de terapéutico", dice José Ángel Caperán, psicólogo deportivo. Mientras que la motivación del deportista profesional para soportar el sufrimiento está en el premio final, para el aficionado experimentar ese esfuerzo, realizar la tarea agotadora, ya es satisfactorio. "Ahora bien, debemos indagar por qué ese cerebro considera placentera la fatiga muscular o la falta de aliento", sugiere el psicólogo.
Una investigación de la Universidad de Pensilvania (EE.UU.) sugiere que las personas cuyas vidas se encuentran en un momento algo caótico en el que los asuntos laborales, familiares, amorosos o económicos escapan a su control, son particularmente propensas a someterse a entrenamientos de alta intensidad porque "les hace sentirse capacitados". Los autores del estudio concluyeron que cuanto más desbordado se siente alguien en otros ámbitos de su vida, más duro deseará ejercitarse para "sentir que tiene el control y que puede conseguir lo que se proponga".
José Ángel Caperán ahonda en el mismo argumento: "Si echamos un vistazo a mucha de la gente que practica este tipo de deportes, nos encontramos con empleos rutinarios y pocas posibilidad de desarrollo asegura. La actividad física agónica permite poner a la persona en la circunstancia de vencer a un enemigo poderoso, a un rival reseñable como es el dolor. Supone una gran victoria que solo depende de su voluntad y de su entrenamiento para, además de querer, poder".
"Una persona amateur, a diferencia de un profesional, no dedica el mismo tiempo a entrenar, ni se realiza los controles médicos de seguimiento ni se alimenta según unas necesidades concretas", advierte la doctora Eva Ferrer, que conoce bien las consecuencias: lesiones de distinto alcance, agotamiento, déficits nutricionales o incluso patologías más graves asociadas al sobreentrenamiento. Pero no solo eso: machacarnos persiguiendo una meta mal establecida conducirá al deportista al fracaso, a la frustración y no volverá a levantarse del sofá nunca más.
"Cuando tus piernas y tu cabeza no puedan más, tu corazón hará el resto", proclama otro de los lemas motivacionales del gimnasio de Raquel. Alude al pundonor de no tirar nunca la toalla, ignorando la resistencia física. ¿Acaso sufrir produce satisfacción?
Brock Bastian es un psicólogo de la universidad australiana de Queensland que ha realizado numerosas investigaciones sobre el dolor y su funcionalidad. Ha demostrado, por ejemplo, que muchos deportistas lo viven como prueba de entrega y compromiso; que se busca para mitigar los sentimientos de culpa y que sentirlo justifica una recompensa...
Desde una perspectiva psicoanalítica, Gerad Szwec, en su libro Los galeotes voluntarios (Ed. El duende) analiza conductas de deportistas de élite que llegan al límite de sus fuerzas y, sin haber descansado apenas, vuelven a la tarea. Para ellos, la aventura se convierte en una repetición automática de un comportamiento siempre idéntico. Concentrarse, vaciarse internamente, dejar de lado el dolor, los sentimientos dolorosos, ser todo cuerpo, una máquina perfecta.
Como señala Szwec, es sufrir para no sufrir. Como si en ese acto se pudiera dominar lo que alguna vez fue desbordamiento, indefensión y muerte. Buscan en ello, a juicio del psicoanalista, apaciguar una excitación que desborda sus propias defensas psíquicas mediante el recurso a otra excitación, esta vez de tipo motor y perceptivo-sensorial. Es decir, callar a la mente para ser solo cuerpo.
El psicólogo deportivo José Ángel Caperán asegura que si logramos algo que supone llevar nuestro cuerpo hasta el límite, le damos más importancia. "Porque nos apasionamos cuando logramos derribar nuestros miedos, como el miedo al dolor y puede llegar a ser algo adictivo". De hecho, los adictos al crossfit se vanaglorian en las redes de la solidaridad entre compañeros de fatigas. Se motivan con eslóganes como este: "Llevará tiempo, quizá duela, requerirá sacrificio, pero te prometo que vale la pena"... La pregunta es: ¿seguro que merece la pena?
La afición cada día más extendida de someternos a disciplinas exigentes puede considerarse un fenómeno social, en la medida en que se trata de comportamientos realizados de manera masiva y que siguen unas mismas reglas y pautas de interacción.
Y como tal, tiene una lectura sociológica. Ramón Llopis- Goig, sociólogo de la Universidad de Valencia y coautor del libro Correr con cabeza (Ed. Alto rendimiento) explica que nos hemos ido alejando de las instituciones y marcos normativos que tradicionalmente han pautado nuestro desarrollo personal para convertirnos en arquitectos de nuestra propia identidad.
"El individuo actual tiene también un proyecto referido a su cuerpo y que, por tanto, deja de ser algo dado. Esto quizás sea difícil de entender si solo vemos el lado del sufrimiento (al fin y al cabo casi todas las actividades humanas que persiguen objetivos y metas elevadas han implicado siempre un cierto grado de sufrimiento)".
Y va más allá al identificar estas prácticas deportivas como un pegamento social. "Participar en una carrera popular multitudinaria, realizar tareas de manera desinteresada en un club deportivo o apoyar a un equipo son prácticas que pueden aumentar la cohesión de una sociedad. Todas ellas generan puntos de encuentro y permiten desarrollar la sociabilidad espontánea y aumentar los vínculos sociales".
20 de enero-18 de febrero
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