Y de repente las estaciones de esquí se nos han quedado pequeñas. Ya no nos basta con deslizarnos por kilómetros y kilómetros de dominios esquiables, con montar en telesillas que ascienden seis metros por segundo como el de Zermatt o con superar el Harakiri, la mítica pista negra de la estación de esquí austriaca de Mayrhofen. Queremos más adrenalina y diversión, y para ello estamos dispuestos a lanzarnos en helicóptero sobre los picos más remotos del planeta. Como en la península de los Trolls de Islandia, en la que gracias al heliski podemos dejar nuestra huella sobre la nieve virgen a más 1.000 metros de altitud, justo antes de alcanzar en freeride una playa negra de origen volcánico al nivel del mar.
Tampoco deseamos perder el tiempo sentados en un telesilla cuando podemos sobrevolar un glaciar a toda velocidad en una tirolina. La megatirolina francesa que une Les 3 Vallées (3.230 m de altitud) con Val Thorens (3.000 m) nos permite pasar de un lugar a otro a más de 100 km/h, deslizándonos por un cable de acero y llevando nuestro equipo de esquí atado a la espalda para continuar esquiando.
Está claro que nos hemos olvidado de la comodidad y que tan solo parecemos dispuestos a apoyar nuestras posaderas si es en el sillín de una bicicleta para practicar skibiking o snowbiking, un deporte de invierno que no es nuevo (los pioneros fueron los carteros de Suiza a principios del siglo pasado), pero que cada día gana más y más adeptos debido a las velocidades de infarto que se llegan a superar: más de 150 km/h, para salvar los desniveles más espectaculares.
Aunque para espectacularidad la que derrocharemos con el speedride, una mezcla de esquí y parapente que nos permite deslizarnos sobre la nieve y salvar los obstáculos más complicados alzando el vuelo gracias a una vela similar a la que se utiliza en el deporte de viento convencional. Y si queremos ir acompañados, nada mejor que practicar skijöring, y que los perros o un caballo se ocupen de arrastrarnos mientras nosotros esquiamos enganchados a los animales gracias a un arnés, una modalidad cada vez más popular en Estados Unidos y Canadá.
Lo del zorbing (lanzarse rondando colina abajo dentro de una esfera de plástico) o el snow tubing (tirarse en un colchón circular inflable por toboganes) es otra historia más propia de un reportaje sobre animación en la nieve, pero allá cada cual con su capacidad para marearse.
Para aquellos que todavía busquen tener los pies en la tierra, atrás quedaron las raquetas o el trineo de toda la vida, porque lo que se lleva es salirse del camino marcado y, por el contrario, marcar nuestro propio camino. Así, el skimo, una especie de maratón en la nieve, combina largas travesías de esquí de montaña (por etapas y en equipo) con tramos de cronoescalada o relevos, dependiendo del tipo de competición en el que estemos inscritos. Más solitario es el snowfeet, una práctica deportiva que mezcla (necesariamente con mucha habilidad) técnicas de snowboard, de esquí de fondo e incluso del patinaje... y todo ello sin tablas ni patines, tan solo con un calzado especial que resbala sobre la nieve y el hielo. Este último elemento nos lleva al deporte de invierno más demandado por los aventureros: la escalada en hielo. Equipados con crampones, piolets y tornillos especiales, el objetivo es escalar una pared vertical helada o incluso una cascada.
¿Y qué sucede cuando llega la hora del après ski y la relajación? Que ya no nos conformamos con el agua calentita de un spa al resguardo de los elementos, porque el contacto con la naturaleza es tan fundamental que no habrá temperatura extrema que nos frene a la hora de mantener el equilibrio con las posturas del árbol, el águila o el guerrero. El yoga en la nieve es una tendencia que, además de hacernos ganar concentración y tono muscular, nos hará sumar seguidores en Instagram, si tenemos en cuenta que el hashtag #Snowga cuenta con más de 70.000 publicaciones.