Las confesiones más íntimas de Tamara Falcó tras la publicación de su libro de recetas: qué cocina a su novio, qué se come en casa de Isabel Preysler, a qué sabe su infancia...

Charlamos con Tamara Falcó por la publicación de 'Las recetas de casa de mi madre', su primer libro. Y entre lentejas y tortillas de patata, descubrimos muchas cosas sorprendentes sobre la Marquesa de Griñón y su famosa familia.

Desde hace unos días, solo quiero ir a casa de Isabel Preysler a comer lentejas y tortilla de patatas. Y croquetas de chorizo. Porque no caigan en el prejuicio, como hice yo, de pensar que en la mansión de Puerta de Hierro solo se toma caviar y Ferrero Rocher. Tamara Falcó me lo confirma en la entrevista sobre su primer libro, 'Las recetas de casa de mi madre' (Espasa), un compendio de sabiduría gastronómica familiar cocinada a fuego lento durante las sobremesas en la pandemia, con sabor a Filipinas y a España, con la herencia de su abuela Beba muy presente y platos de esos que se prepararían en cualquiera de nuestras casas. «En casa es que somos de comer mucho y bien», recalca la Marquesa de Griñón. Y yo la creo, porque a Tamara, tan transparente, educada y amable siempre, solo puedes creerla cuando te cuenta las cosas y quedarte con ganas de compartir un ratito más: como en los buenos restaurantes (que ella misma nos recomienda), una charla con ella siempre nos deja con la boca hecha agua.

Aunque reconoce que «hacer un menú improvisado es complicado porque no puedes hacer nada sofisticado», Tamara lo tiene claro, y si nos presentáramos por sorpresa en su casa, nos prepararía unos huevos: « siempre quedas bien con un pisto con huevos fritos, unos huevos rotos... Los huevos siempre te salvan de cualquier imprevisto. Mario siempre dice que un huevo lo salva todo (él, de hecho, lo pone siempre en las lentejas)«. La Marquesa de Griñón confiesa que »en el confinamiento no cociné mucho porque no me sentía con mucho ánimo por todo lo que había pasado con mi padre. Veía dibujos, las noticias eran tan terribles... me centré más en la paz personal, en la oración, de disfrutar de las comidas largas con mi familia, jugar en el jardín con mi sobrino, hacer deporte... pero me alejé de todo lo que eran obligaciones. Quería disfrutar como normalmente no puedo con mi familia, de esas sobremesas que duraban horas, y la comida formó parte de eso«.

De esas sobremesas eternas surgió 'Las recetas de casa de mi madre', «sentarte alrededor de una mesa es precioso, y esas historias son las que cuento en el libro». Porque, además de recetas, la primera publicación de Tamara Falcó está llena de confesiones y anécdotas. «Las raíces filipinas hacían que de pequeños comiéramos cosas que no eran tan habituales en aquella época, tallarines de arroz, rollitos, mango...», pero la infancia de Tamara Falcó también sabe a «lentejas, que me encantan, me gustaban hasta las del cole; a tortilla de patata, a filetes empanados«. ¿Sorprendidas? Reconozco que yo también.

La herencia filipina de su abuela Beba, fallecida hace solo unos meses, marca cada una de las páginas del libro de cocina de Tamara Falcó. «Fueron sus recetas, las que viajaron desde Filipinas con mi madre, las que marcan los sabores de mi infancia. Pero un día, en una mudanza, el libro en el que mi abuela guardaba sus recetas se extravió. Ella misma me lo contó con una pena inmensa, era algo totalmente irrecuperable y, quizá sin saberlo, aquel instante fue el germen de este libro«.

El libro que ha publicado la hija de Isabel Preysler de la mano de Espasa es un viaje gastronómico alrededor del mundo, con parada en Filipinas, en Italia, en Francia, en EE.UU., pero si tiene que quedarse con una cocina, Tamara Falcó lo tiene claro: «la española, sin duda. Es una pena que no lo tengamos tan bien documentado como los franceses, y es verdad que nuestras presentaciones no son tan cuidadas, pero de sabor, como la comida española no existe ninguna. Tenemos suerte porque, además, es un país en el que se cocina, y se cocina bien, aunque tenemos que tener cuidado, porque lo estamos perdiendo. Y no podemos perder eso, porque es importantísimo comer sano, con productos de proximidad, y más teniendo nosotros la dieta mediterránea«. Y nos deja otro retrato que tampoco hubiéramos imaginado: »cuando de pequeña iba a la casa de mi padre en el campo, cogía los huevos frescos de las gallinas, y ese sabor...«.

Y con muchos huevos, « el plato del que nunca me voy a cansar es de la tortilla de patata. Cuando cocinas otros platos te puedes cansar de ellos antes de comerlos, pero con la tortilla no me pasa eso«. Después de compartir su receta y la de mi padre ( la mejor del mundo, por cierto), Tamara Falcó me confiesa, además, que Íñigo Onieva, su novio «es muy comilón, pero los viernes, él tiene que tener su tortilla». Recién diplomada en la reputada Le Cordon Bleu, la Marquesa de Griñón es una chef de los pies a la cabeza: «tú no cocinas para ti, cocinas para que los otros disfruten, y a veces vas a cocinar cosas que no te gusten o que no comerías, pero las tienes que hacer».

En el prólogo del libro, escrito por la propia Isabel Preysler, se hace mucho hincapié en la presentación de los platos y la decoración de la mesa. «No es que a mí no me guste la cocina. Es sencillamente que yo encuentro el placer último en la comida, mientras Tamara lo encuentra desde el momento en que elige los ingredientes. Para ella es un proceso. Para mí, es un fin. Cuando pienso en un plato, creo que no lo hago solamente en un sabor ni siquiera en un aroma. Pienso en una mesa. Una mesa bien puesta, con flores, arreglada, adornada, y ese plato servido en una vajilla bonita y esperando a los invitados. Para mí la cocina es eso: una mezcla de estímulos que despiertan todos tus sentidos y la seguridad de poder disfrutar, junto a los míos, de un momento importante«, asegura la orgullosa madre Tamara Falcó.

Y como no se nos ocurre mejor anfitriona para predicar con el ejemplo que Isabel Preysler, nuestra entrevista con Tamara Falcó termina, precisamente, hablando de mesas y decoración. « Cualquier comida sabe mejor en una mesa bien puesta. Mi madre me enseñó que la comida tiene que entrar por los ojos. El emplatado es una forma de expresión brutal. Cuando era pequeña, preparé no me acuerdo qué que tenía una pinta horrible, y se lo di a probar a mi madre. Y no quiso, con ese aspecto no«. »La gastronomía es una experiencia 360 grados, el trabajo del chef está dentro de la cocina, pero todo suma, desde la recepción a la atención en sala, cómo te venden el plato y la idea del chef«.