No podemos quejarnos de que nuestros hijos sean mustios, silenciosos o apocados. Todas las noches se sientan a cenar frente a nosotros, tres contra dos, para demostrarnos que son mayoría. Nos retan con la mirada y luego se ponen a hablar muy rápido. Del colegio. De sus cosas. De las notas. De Vegetta. De Sergio Ramos. De Koke. De Griezzmann. De una profesora. De un maestro. El que no habla, tararea. Los otros siguen. Un nivel de no sé qué juego. Una app. Una canción. Un chiste. Una estupidez. Ellos comen y Pablo y yo intentamos alcanzar su velocidad de conversación, pero siempre nos quedamos rezagados. Cuando se nos escapa un "¿Eh?", los tres, sincronizadísimos, hacen el dab y se parten.
Al principio, yo entendía daf y Pablo gag, pero moriríamos antes de preguntar y reconocer que habíamos nacido en el siglo XX. Tampoco confiábamos en la respuesta: nuestros niños están en distintos grados de adolescencia, esa enfermedad que se ha adelantado y empieza ahora cuando tu hijo deja de ver Pocoyó y pone un youtuber en su vida.
Pablo pensaba que era un estornudo, algo de una película, un libro de Tom Gates. Pero yo tenía mis sospechas y esperé a que los de Pablo estuvieran con su madre para acorralar al mío, al pequeño, con mi voz de madre de cuento de hadas: "Peru, ¿me lo deletreas?". Lo escribió en la pizarra que toda familia moderna tiene en la cocina: "D-A-B". Así, en mayúsculas. Y yo le hice una señal de agradecimiento levantando el pulgar, porque es el único emoticono que consigo representar para que me entienda. Mi bebé "dabbero" se fue de la cocina y yo me abalancé sobre la Wikipedia. El dab es un paso de baile urbano cuyo origen... Mejor que cada uno lo busque bajo su propia responsabilidad.
Esperé a Pablo esa noche y le propuse contraatacar, preparar una coreografía con la que defendernos y hartarlos hasta que ellos depusieran el rollete youtubero. Pablo se negó: "Somos prehistóricos, pero dignos". Esa noche volvieron sus hijos, con las notas. Pablo tiene un corazón delicado y su hija poca tolerancia a las matemáticas. "¿No es mejor que se las enseñes primero a tu madre y que ella nos haga un resumen?", sugerí. "¡Qué falta de confianza, madrastra!", respondió. "¡No me llames madrastra!", le dije. "¡Pues no lo seas! ¡Atrévete a leer mis notas!".
Cuando tienen razón, tienen razón. Miré a Pablo, me autorizó y le fui leyendo. "¡Toma! ¡Toma! ¡Toma...!". Cuando llegamos a las matemáticas, Pablo estaba bailando alrededor de la mesa una danza prehistórica, probablemente indigna, pero con un agradecimiento sincero hacia los profesores youtubers que se esfuerzan en publicar clases prácticas y empáticas.
20 de enero-18 de febrero
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¿Qué me deparan los astros?