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Llega el otoño y con él los temidos mocos. Compañeros fieles de nuestros hijos, suelen llegar con el curso escolar y no desaparecen hasta llegado de nuevo el verano. Se convierten en un quebradero de cabeza para las madres, especialmente cuando los niños son muy pequeños ya que les puede costar respirar o llegan a perder el apetito.
Sin embargo, por más que nos empeñemos en eliminar los mocos de los niños, puede decirse que se trata de algo así como la misión imposible de cada curso. Los mocos son una defensa ante los cientos de virus con los que brega nuestro organismo cada día y el mejor aliado para evitar su abundancia es el agua.
Agua para beber y mantener las vías respiratorias hidratadas y evitar la sequedad y la irritación.
Agua para lavar las manos tantas veces como os acordéis y así eliminar en lo posible los virus.
Agua (suero fisiológico) para realizar irrigaciones nasales que ayuden al niño a descongestionar la nariz.
Es imprescindible recordar una vez más que los procesos víricos no se curan con antibióticos y que en la mayoría de los casos desaparece de forma natural en una semana. Sólo algunos casos es necesario utilizar medicamentos antinflamatorios o antitérmicos para que remitan los síntomas y el dolor. Pero, muy probablemente, los mocos permanecerán y seguirán ahí cuando el siguiente virus se haga fuerte en nuestro pequeño ya que los niños pueden pasar hasta una decena de catarros a lo largo del curso escolar.
Lo interesante es acompañar el agua con otras rutinas saludables como el uso de pañuelos para cubrirse la boca al toser o al estornudar o enseñar a los niños a no cubrirse con la mano, olvidado eso de ‘Ponte la mano al toser’ ya que las manos son las mayores transmisoras de virus. Con ellas cogen los lápices, comparten los juguetes, se ponen la ropa y se abrazan unos a otros. La recomendación es que los niños se cubran con el brazo, limitando en los posible la transmisión de virus y, por supuesto, una vez más, lavarse las manos una y mil veces.
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