Solo hace falta una cuchara, un poco de imaginación e imitar, con más o menos talento, el sonido de un motor. El "avioncito" es un clásico de toda la vida para que un bebe distraído coma los primeros purés. Y funciona. Sin embargo, en la era de la omnipresencia tecnológica, algún ejecutivo visionario pensó en darle una vuelta de tuerca al concepto y, de paso, hacer caja: hace unos meses, una conocida marca de alimentos infantiles presentó un prototipo de cuchara para bebés que creaba hologramas con la ayuda de un smartphone. En el anuncio, una pareja joven trataba de alimentar a un bebé poco interesado por el puré (o por el "avión" analógico), que empezaba a comer con entusiasmo hipnótico cuando la cuchara proyectaba el correspondiente holograma.
El spot despertó la indignación de padres y profesionales. De hecho, una petición impulsada por dos pediatras en Change.org recogió miles de firmas solicitando su retirada. La marca decidió hacerles caso y explicó que, en realidad, solo era un prototipo y que no entraba en los planes de la empresa llevarlo al mercado.
Según los promotores de la petición, el producto contradecía todas las recomendaciones de los expertos, que desaconsejan distraer a los niños mientras comen y dicen que es necesario respetar su sensación de apetito y de saciedad. En eso, precisamente, consiste aprender a comer. Pero ese no era el único problema. Ni tampoco el que planteaba más interrogantes. La cuchara volvía a poner sobre la mesa -nunca mejor dicho- un asunto recurrente en la cultura contemporánea: la relación entre los niños y las pantallas.
La polémica coincidía, además, con la presentación de una controvertida campaña en Estados Unidos. En febrero, la ONG Common Sense lanzó Truth about tech [La verdad sobre la tecnología], una iniciativa destinada a concienciar sobre la naturaleza adictiva de las redes sociales e internet, y a desenmascarar los intereses ocultos de la industria tecnológica. En vídeos y eventos, los adolescentes narraban su problemática relación con las redes ("Miro constantemente mi teléfono, desde que me despierto hasta que me acuesto", confesaba una chica); además, Common Sense buceaba en la hemeroteca para rescatar declaraciones polémicas (y muy ilustrativas) de distintos gurús de la tecnología. "Las redes sociales han producido resultados comerciales increíbles, pero han socavado nuestras relaciones personales", escribía Evan Spiegel, creador de Snapchat. "Estamos compitiendo con el sueño", decía Red Hastings, CEO de Netflix, sobre su abrumadora oferta de contenidos. "No tengo hijos, pero sí un sobrino. Y no quiero que forme parte de las redes sociales", afirmaba Tim Cook, directivo de Apple.
Cuanto más tarde, mejor. "El uso responsable empieza por la edad. Y la regla de oro es sencilla: cuanto más tarde, mejor. Las pantallas no son como el gluten o los alérgenos, no hay que introducirlas poco a poco. A un niño no hay que ponerle la tele 10 minutos al día para que se vaya acostumbrando. No tenemos que preocuparnos por iniciarles en la tecnología, sino más bien por frenar la avalancha social".
¿Cuándo le compro un móvil? "Nunca antes de que lo pida. ¡Como mínimo! A veces, los padres se adelantan por agradar, y es un error. Hay que esperar a que el niño lo pida y entonces, decidir si es buen momento".
Cuestión de ley. "Legalmente, un chaval no puede estar en ninguna red social hasta que cumpla 14 años. Y, como padres, tenemos que enseñarles a respetarlo, de la misma manera que les decimos que no se cruza la carretera cuando el semáforo está en rojo. Hay que decirle: "Lo siento, hijo. Hasta que no tengas 14 años, no vas a tener una cuenta de Instagram".
Usos y costumbres. "Hay que supervisar el uso de las pantallas. Es conveniente establecer horarios y restricciones. Por ejemplo, no se puede dormir con el móvil ni ir a clase con él, debe utilizarse en los lugares comunes de la casa y está prohibido mandar WhatsApp durante la cena".
Predica con el ejemplo... "Cuando estés en la mesa, no tengas el teléfono al lado, no mandes WhatsApp delante de tus hijos, no tengas la televisión puesta de fondo... Haz el uso que te gustaría que tu hijo hiciera cuando sea adolescente".
Y sé coherente. "A veces, se da la paradoja de que los padres comparten fotos de sus hijos en las redes sociales y luego les piden a ellos que no lo hagan. Hay que ser coherentes y velar por la intimidad de los niños, para luego tener la legitimidad de decirles: "Ten cuidado. No te pases compartiendo tu vida privada en internet".
De hecho, los promotores de la campaña han comparado la iniciativa con las que, en los años 80, pretendían reducir el consumo de tabaco desvelando las prácticas más siniestras que la industria tabacalera utilizaba para fidelizar a su clientela. Sin embargo, tal como apuntaba recientemente el New York Times, quizá la comparación no era la más acertada. Con el tabaco, el mensaje era inequívoco: hay que dejar de fumar o, mejor todavía, no empezar a hacerlo nunca. Pero esa regla no es aplicable a la tecnología. Teléfonos, ordenadores y tabletas forman parte de nuestra realidad cotidiana y no van a desaparecer. De hecho, cada día su presencia es más abrumadora.
Pese a todo, para el psicólogo experto en crianza infantil Alberto Soler, la comparativa no es tan descabellada. " Al principio, se ponía en duda que el tabaco fuera nocivo -explica-. Fue después de mucho tiempo y de muchos estudios cuando se entendió su efecto negativo sobre la salud. De hecho, los médicos prescribían fumar a algunos pacientes. Muchas veces, tiene que pasar un tiempo para poder hacer recomendaciones. Mientras tanto, hay que aplicar la prudencia".
Quizá por eso, los expertos dan solo recomendaciones orientativas. En España, por ejemplo, los pediatras se remiten a las que establece la Asociación Americana de Pediatría: nada de pantallas antes de los dos años, con la excepción de las video-llamadas con amigos y familiares. "En niños pequeños, cualquier uso es problemático -explica Soler-. A esas edades, no hay nada que puedan obtener a través de medios digitales que no puedan recibir muchísimo mejor por medios tradicionales. Lo que ocurre es que, en muchos casos, se usan las pantallas como niñeras digitales. Y ese es el peligro. Ese es un tiempo que los niños no invierten en la interacción con sus iguales o con sus padres".
Pero las evidencias tras esas "normas" también son controvertidas. De hecho, un portavoz de la Asociación Americana de Pediatría admitía al New York Times que la recomendación de evitar las pantallas antes de los dos años no tenía base científica: "No hay evidencias. Ninguna. Nos la inventamos", dijo. Para Soler, sin embargo, los estudios publicados hasta la fecha justifican, al menos, la restricción de pantallas en edades tempranas. A su juicio, se ha demostrado que influyen en el desarrollo cognitivo, el lenguaje y las relaciones personales de los más pequeños.
Por otra parte, por mucho que digamos estar "enganchados" al móvil, la tecnología no es exactamente una adicción: "No hay evidencias para sostener que la tecnología tenga un componente adictivo -dice el psicólogo-, ni está definida o catalogada la adicción a las pantallas. Al menos, todavía. Sí son conductas compulsivas, que tienen aspectos parecidos a los de algunas adicciones".
Efectivamente, diferentes estudios han conseguido vincular el uso compulsivo de la tecnología con problemas como la obesidad o la falta de sueño en niños, e incluso con procesos depresivos y tendencias suicidas en adolescentes. Pero también hay estudios que contradicen esas conclusiones.
El año pasado, una investigación llevada a cabo por psicólogos experimentales de la Universidad de Oxford concluía que el uso intensivo de la tecnología no guardaba una correlación significativa con el bienestar de los adolescentes; y sugería que algunas recomendaciones podrían ser demasiado restrictivas. "Las pantallas se han convertido en una parte inseparable de la infancia moderna. Dependiendo de a quién le preguntes, o forman parte fundamental de la creación de una generación de "nativos digitales" o son una especie de hombre del saco, que predispone a los jóvenes a convertirse en delincuentes", ha explicado Andrew Przybylski, principal responsable del estudio.
Pero, para Soler siempre hay que revisar la letra pequeña de este tipo de investigaciones. "Leí un estudio que hablaba maravillas de los nativos digitales y la curiosidad que sienten por las redes sociales. Lo había encargado una empresa de comunicación que pertenecía a un conglomerado de estudios cinematográficos y de productoras de contenidos infantiles. Obviamente, una empresa así quiere vender cuantos más dispositivos mejor, y tener toda la información posible de esos niños. Los niños son clientes potenciales y los padres tienen que protegerles".
Pero también hay otra posible analogía, quizá más ilustrativa. Debemos aprender a utilizar la tecnología como, en su día, aprendimos a manejar los coches. Con prudencia, incentivando la conducción responsable y respetando los límites. "Siempre pongo ese ejemplo: los coches están muy bien, pero para adultos con las habilidades cognitivas y motoras y la responsabilidad del cerebro del adulto -explica el psicólogo-. No se nos ocurre darle las llaves del coche a un niño de seis años. A los 18, ya se sacará el carné. Con las pantallas pasa algo similar: son una herramienta para adultos".
La industria tecnológica también debe asumir su parte de responsabilidad. E, igual que los fabricantes de coches tuvieron que producir vehículos cada vez más seguros, la autorregulación es indispensable entre las multinacionales que controlan las plataformas, los contenidos y los productos dirigidos a los menores de edad. Nadie discute que las pantallas forman parte de la vida de los niños o que han transformado la manera en la que juegan, aprenden y se relacionan. Pero no todo en la vida debe proyectarse sobre una pantalla. Es cuestión de sentido común. El humilde "avioncito" es la prueba del algodón.
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