vivir
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Todos somos hijos de una madre y un padre, y hemos organizado una subjetividad, única e irrepetible con lo que hemos recibido de ellos. A esos cimientos se suman, para organizar nuestra casa interna, las influencias de todos los demás adultos que tienen un lugar afectivo en nuestra vida: abuelos, hermanos, tíos, maestros... Y también la pareja del padre o de la madre cuando, después de una separación, han construido un nuevo núcleo familiar.
Crear una nueva familia no es una tarea fácil. Conlleva una gran complejidad psicológica, pero puede traer mayor bienestar a la familia. Elaborar lo que hizo fracasar la relación anterior permite crear una familia mejor. Eso sí, los comienzos no siempre son fáciles, y habrá temores y recuerdos perturbadores.
Elisa y Daniel llevaban viviendo juntos seis meses. Ambos estaban divorciados y él tenía una niña de seis años de su anterior unión. Elisa se empeñaba en tener una buena relación con la niña, pero le estaba costando. Daniel no confiaba en la madre de su hija y, sin darse cuenta, le estaba pidiendo a su nueva pareja que funcionara como si fuera también la madre.
Elisa, a su vez, por no decepcionar a Daniel, intentaba participar mucho en el cuidado de la niña, pero empezaba a sentirse un poco perdida y agotada, porque la pequeña la ponía en situaciones límite y se enfrentaba a ella constantemente. Por su parte, la niña no solo estaba celosa de la nueva pareja de su padre, sino que también se sentía culpable si la aceptaba, porque lo vivía como si fuera una traición a su madre.
Cuando Elisa pudo poner palabras a sus sentimientos encontrados, todo cambió. Logró darse cuenta de lo que le estaba pasando al acudir a una psicoterapia: se ocupaba demasiado de la hija de Daniel en un intento de reparar el abandono que había sentido de niña. Además, al cuidarla cumplía con lo que su pareja esperaba de ella y, a la vez, alejaba a la niña de su padre, con lo que se hacía la ilusión de tenerlo solo para ella. Elisa tenía celos de la niña. Pero su agobio se fue diluyendo cuando dejó de ejercer de “madre sustituta”. Entonces la pequeña comenzó a llamarla Eli y a hacerle caso en algunas cosas. Así consiguió colocarse en un lugar más adecuado.
La forma de nombrar esa relación define en gran parte el vínculo. Es muy distinto llamarla por el nombre de pila o “la novia de papá”. En esta manera de nombrarla se defiende el lugar de la madre y queda señalada como miembro de otro núcleo familiar. Cuando el hijo o la hija se deciden por el nombre de pila, la relación es más personal y ya no solo tiene que ver con el padre, por lo que los niños pueden vivir a ese tercero como alguien que les aporta sostén y ayuda.
Los conflictos entre los hijos y la nueva pareja pasan por lealtades y fidelidades a la familia de origen. Por su parte, el miembro de la nueva pareja que ya tiene hijos tiene que dar un lugar al otro para que ejerza las funciones maternales. Cuando los niños se sientan seguros, aceptarán la ayuda que puede venir de la nueva pareja de su padre.
Establecer una comunicación capaz de construir sólidos lazos afectivos con los pequeños es la tarea a la que habrá que dedicar más tiempo y la que conlleva dificultades.
Para los niños, en principio, la nueva mujer del padre será la “ madrastra”, porque sirve para depositar en ella todo lo malo que ha ocurrido entre su padre y su madre. Los hijos necesitan tiempo para darse cuenta de que ella no les ha “robado” a su padre y liberarse del sentimiento de desprotección que todo hijo de padres separados sufre.
La nueva pareja también requiere tiempo para aceptar a unos niños ajenos que llegan de golpe y no debe ceder a la tentación de tratar de llenar un vacío que no existe. No hay que competir con la madre, a quien tampoco se debe criticar, aunque no se compartan sus reglas educativas. Los hijos suelen desplazar su enfado hacia la nueva mujer de su padre, que tiene que poner límites para hacerse respetar. La comunicación de la pareja es fundamental para que el proyecto salga adelante y es el padre el que tiene que apoyar esos límites.
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