vivir
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Carrie es una de las pocas protagonistas de una serie de televisión liberada sexualmente. Sin el glamour machista de James Bond, sabemos que es capaz de acostarse con cualquiera si es lo que precisa su misión. Es de agradecer que desde el piloto de Homeland asistamos a su promiscuidad, en lugar de entrar en el tópico juego de la atracción erótica dilatada ad infinitum. Por eso son tan atractivos los primeros episodios: sabemos que es una mujer autónoma.
Así, cuando vigila a Brody, el soldado americano que ha regresado como un héroe tras un largo cautiverio y de quien solo ella sospecha que se ha convertido al terrorismo islámico, nos transformamos en voyeurs de un enamoramiento peligroso, fascinación destructiva de igual a igual.
No estamos ante la fórmula de la tensión sexual no resuelta, sino ante una máquina de triturar rechazo y deseo. Por eso la mejor escena de la serie es el interrogatorio de la segunda temporada. Carrie, amante y agente de la CIA, acribilla a preguntas a Brody, amante y agente doble y confuso. Preguntas y respuestas que son puro sadomasoquismo. Crónica de una muerte anunciada.
Lamentablemente, no son esa independencia sexual, ni su brutal intuición, los rasgos más importantes de Carrie, sino su desequilibrio mental. Porque los grandes antihéroes de la tele son casi siempre sus peores enemigos. Sufre bipolaridad, se medica. De modo que su promiscuidad y su genialidad podrían ser vistas como un recurso de los guionistas a los estereotipos que distorsionan la realidad de esa enfermedad psíquica.
Pero, a la vez, hace posibles escenas dramáticamente espléndidas, cuando la visión individual se enfrenta a la colectiva, cuando Carrie descubre, gracias a su conciencia alterada, lo que el resto de la CIA es incapaz de ver. La imagen más extrema de su enfermedad es un primer plano de su cara en el momento del electroshock. La imagen más brillante de su genialidad es la del mural con hilos que conectan fotografías y apuntes, descubriendo la conspiración.
Homeland es muy irregular. Una montaña rusa de excelencia y mediocridad que da como resultado un cardiograma notable. La inestabilidad de sus guiones, al fin y al cabo, es coherente con la de su protagonista. Su extravío es paralelo al de un imperio que está perdiendo todas sus guerras, también bipolar, rehén del litio, siempre a punto de estallar.
Jorge Carrión es autor de Teleshakespeare (Errata Naturae).