vivir
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Jóvenes vestidos a la europea, mujeres con trajes tradicionales, clientes que insistían en fotografiarse con su nueva moto... En los años 50, el estudio de Seydou Keïta era un crisol donde confluía toda la sociedad de Bamako (Mali). En las imágenes que captaba, esa sociedad iba cambiando (vestidos occidentales en lugar de estampados vibrantes, piernas femeninas al desnudo), pero su talento para capturar el alma de sus retratados permanecía intacta y deslumbrante.
Seydou Keïta
Se inició en la fotografía a los 14 años, con una Kodak que su padre le trajo de Senegal. El flechazo fue tal que dejó su puesto de aprendiz de carpintero y abrió su propio estudio. Allí permaneció hasta que el gobierno de la recién independizada Mali lo convirtió en su fotógrafo oficial, en 1962. Su estilo, motivado por la austeridad económica blanco y negro, luz natural, una toma por cliente, lo ha llevado a ser reconocido como "padre" del retrato africano y sus fotografías se han convertido en documentos históricos de una época de cambio y descolonización.
Más de dos décadas después de que Europa viera por primera vez su obra (fue en 1994, en la parisina Fondation Cartier) y 15 después de su muerte, el Grand Palais de París le dedica una merecida retrospectiva. Seydou Keïta (que puede verse hasta el 11 julio) reúne, por primera vez, las mejores 300 fotografías del Avedon africano.
La obra de Keïta era prácticamente desconocida para el público europeo hasta los 90, cuando comenzó a conocerse gracias a la fotógrafa francesa Françoise Huguier. Sobre estas líneas, fotografías de 1949-51 y 1956. En la otra página, imagen de 1953; todas fueron emulsionadas en el estudio del artista.