Cuando tenía 11 años, un hombre me dijo que me daría un trabajo si me iba con él, pero me llevó a un burdel en la India. Como era demasiado pequeña, me obligaron a ponerme ropa larga para disimular mi edad. También me obligaron a acostarme con dos o tres clientes al día. Si me negaba, me maltrataban".
Así comienza su relato Phulsani, una joven superviviente nepalí, rescatada de las redes de trata de mujeres, y que hoy vive a salvo en el hogar que ha creado en Katmandú la ONG local Maiti Nepal, que trabaja mano a mano con la española Ayuda en Acción. Gracias ellos, Phulsani fue rescatada, ha recibido una educación y ahora trabaja como peluquera en uno de los mejores salones de la ciudad. "He tenido mucha suerte -confiesa-, pero muchas otras chicas no pueden contarlo".
A su lado está Radhika. Su mirada desafiante y su media sonrisa no ocultan el dolor que ha sufrido. Casada antes de los 14 años, su marido la llevó un día a hacerse un análisis de sangre. "Al día siguiente me desperté en un hospital -afirma Radhika-. Me habían extirpado un riñón". Su gesto se endurece y continúa: "Luego tuve un hijo y, cuando cumplió los seis meses, mi marido nos vendió a mí y a mi pequeño a un burdel de la India. Allí me obligaban a prostituirme y, para que mi hijo no llorara, le cortaron la lengua. Me echaban agua hirviendo cuando no trabajaba bien".
Un día, Radhika logró escapar con su hijo. Agotada, se quedó inconsciente en una estación de tren y un hombre se apiadó de ellos. Ahora viven en el hogar de Maiti Nepal. "Gracias a los abogados de la ONG, hemos conseguido meter a los traficantes en la cárcel -señala Radhika-, entre ellos a mi marido. Él murió cuando la prisión se derrumbó por el terremoto".
La cifra de niños que Maiti Nepal ha conseguido salvar de las redes de trata de personas asciende a 25.000. Pero quedan muchos más. "Sobre todo tras el seísmo que el país sufrió hace un año, y del que mujeres y niños fueron las primeras víctimas", asegura Anuradha Koirala, fundadora de la organización. Según los datos que maneja la ONU, más dos millones de niños resultaron afectados por el terremoto, de los cuales 320.000 han quedado huérfanos. Y muchos, sin un techo bajo el que cobijarse. "Un caldo de cultivo ideal para los traficantes", apunta Anuradha.
Kanchi lo perdió todo por culpa del seísmo. "El terremoto destruyó mi casa y mató a mi madre. Me quedé sin nada. Un hombre llegó a la aldea y nos ofreció trabajo a mí y a otras nueve amigas, como empleadas del hogar en Dubai", relata. Afortunadamente para ella, al llegar al puesto fronterizo fueron detenidos por "las guardianas de la frontera", chicas supervivientes gracias a la ONG, que patrullan para evitar nuevas víctimas.
Ellas la salvaron. "Los traficantes se llevan a las mujeres por la frontera de la India -reconoce Bishwo Khadka, director de Maiti Nepal- porque no necesitan pasaporte para cruzar. Y desde allí las llevan a Oriente Medio, a Tailandia o a Tanzania".
Desde Katmandú viajamos a Bhairahawa, una de las 26 fronteras oficiales de Nepal con la India. Allí encontramos a Sita, una de las chicas guardianas que intenta detectar a los traficantes entre el caos de camiones, bicicletas, gente y vacas que cruzan. "Me llevaron con 13 años a la India y me vendieron. Pero las guardianas me rescataron y me dieron este trabajo.
Sé cómo actúan las mafias, así que hablo con las mujeres que transitan la frontera. Ayer paré a una mujer que traía dos niñas. Decía que una era su hija y que llevaba a la otra a trabajar a un hotel, pero no la creí". Más de 4.000 mujeres han sido interceptadas este año en la frontera. Según el informe de la Comisión Nacional de Derechos Humanos de Nepal (NHRC), alrededor de 29.000 personas fueron objeto de tráfico entre 2012 y 2013.
El 27% de las niñas son traficadas internamente en un país o una región, mientras que el 70% son víctimas de trafico transfronterizo y son arrancadas de su país. La ONG española Ayuda en Acción ha puesto estos días en marcha la campaña Sácalos del mercado.
Suena el teléfono en la oficina de Ashis Rangit. Es una nueva denuncia de desaparición. Rangit dirige el nuevo equipo de rescatadores que ha creado Maiti Nepal tras el terremoto para ayudar a solventar el aumento de casos de trata. Los integrantes del equipo se infiltran en los burdeles como clientes y tratan de conseguir la confianza de las víctimas. Cuando ellas confiesan que han sido raptadas y torturadas, el equipo se pone en marcha. Con la policía, tratan de ayudarlas. El mes pasado, 11 chicas fueron rescatadas gracias a ellos.
"Pero no siempre es así -confiesa Rangit apesadumbrado-, de hecho los traficantes amenazan a la población y, en cuanto llegamos, todos ayudan a esconderlas. Las colocan en trampillas ocultas en los techos o en agujeros en el suelo. A veces mueren asfixiadas en estos rincones. Nadie se imagina las condiciones tan duras en las que viven estas niñas, las torturan de todas las formas imaginables para que pierdan la voluntad. Hacen de ellas despojos humanos".
Madre de Neeta
"Maiti significa en nepalí la casa de la madre para nosotras -explica Anuradha-, esto es lo que yo he creado para estas niñas". En el hogar de Katmandú no solo acogen a niñas rescatas de los prostíbulos o interceptadas en las fronteras. A veces, dice Anuradha, "nos llegan bebés que alguien ha lanzado al río en bolsas de plástico o traen a niños que están tirados en la calle. Ellos son víctimas potenciales de la trata y también necesitan ayuda. Aquí les damos la oportunidad de vivir una nueva vida".
En el hogar de Maiti también hay un espacio para todas las mujeres que han sido esclavizadas y luego rechazadas, tras ser contagiadas por alguna enfermedad venérea o, en muchos casos, por sida. "Las utilizan, las maltratan y, cuando ya no sirven, las dejan en la calle. Yo no puedo dejarlas morir solas y desahuciadas -afirma Anuradha-. Por eso hemos creado el Sonja Kill Memorial Hospice, para que puedan permanecer en un auténtico hogar durante el resto de su vida".
En este cálido centro, situado a las afueras de Katmandú, encontramos a Puspa. Camina con dificultad, pero intenta no perder su sonrisa mientras saluda. Tímidamente, Puspa confiesa que no sabe su verdadera edad. Calculan que tenía 12 años cuando fue raptada. "Una amiga me llevó al cine, me dio una medicina y luego desapareció. Cuando desperté, me había vendido a un hombre. Él me llevó a Bombay, a un prostíbulo".
En aquel lugar, Puspa fue torturada y acabó perdiendo la movilidad de uno de sus brazos. "Pero cogí el sida y me estoy muriendo", reconoce. Su mirada transmite una tristeza infinita cuando habla de sus padres: "Puede que me estén buscando, pero nunca podré encontrarles porque no sé de dónde soy. Era demasiado pequeña para recordarlo". La mujer se queda sin palabras y comienza a llorar. Anuradha, a su lado, la abraza y añade: "No puedo dejarlas solas, todas ellas son mi familia".
"La educación es uno de los pilares fundamentales para solucionar el problema del tráfico de personas -comenta Alberto Casado, director de campañas de Ayuda en Acción-. Sin una formación adecuada, podrían volver a enfrentarse al mismo problema". Para estas niñas se ha creado en Katmandú la Teresa Academy, en memoria de la madre Teresa de Calcuta. Con ayuda de psicólogos y arropadas por personas que han sufrido tanto como ellas, estas jóvenes intentan allí vencer el horror que han vivido para salir adelante.
Alberto Casado
Neeta es una de las aplicadas estudiantes del centro. Entona el himno de Nepal, ataviada con el uniforme de la academia. Hace unos meses, su situación era bien distinta. Con 14 años, se dedicaba a bailar medio desnuda en la barra de un bar de la capital. Fue su madre quien la encontró y la llevó a la academia. Con una familia desestructurada y pocos recursos, su futuro más probable era acabar como esclava sexual en Bombay. "Ahora es una brillante estudiante, con un gran futuro por delante", afirma orgullosa su madre.
Además de la educación, "la prevención es otro de los pilares fundamentales de la lucha contra la trata -señala Casado-. Por eso se han creado centros de prevención en los que se acoge a chicas que están en situación de riesgo. Durante seis meses aprenden una profesión y se les explica qué es la trata, cómo funciona. Cuando salen de aquí y regresan a sus aldeas, ellas son capaces de ayudar a otras chicas para que no caigan en las redes de los traficantes".
Anuradha camina arriba y abajo en su centro de Nepal. Conoce a todos los niños por sus nombres y ellos la consideran una madre. Pero en su despacho habla de las oscuras historias que rodean a esos niños y comienza a llorar. Desde la ventana, señala a las niñas que charlan animadamente en el patio: "Sus sonrisas solo son una máscara. Por ejemplo, Phulsani lo ha perdido todo; puede reírse, pero en su corazón lleva escrito el dolor. Las cicatrices que estas niñas llevan dentro nunca desaparecerán".
Y continúa con un gesto de rabia: "Quiero preguntar al mundo entero: hablamos y hablamos de los Derechos Humanos, pero ¿dónde está la infancia de estas niñas? ¿Queréis seguir hablando o vais a actuar?".