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En 1958, tras llegar al punto de partida de su recorrido por el Danubio, la fotógrafa Inge Morath escribió en su diario: "La gran aventura puede comenzar". Aquel día, la primera mujer a la que Robert Capa invitó a unirse a la agencia Magnum, la agencia fotográfica más importante del mundo, iniciaba un viaje que le cambiaría la vida. Cuentan sus íntimos que Inge sintió cierto pánico.
Quienes no la conocían demasiado pensaban que lo que la intranquilizaba eran los obstáculos que una mujer podía encontrarse en la Europa del Este de finales de los años 50. Pero en realidad, lo que preocupaba a la fotoperiodista austriaca era ser incapaz de transmitir en imágenes la historia escrita desde hace generaciones en las orillas del Danubio.
No solo lo logró, sino que su trabajo abrió los ojos al mundo. Morath, que años después se convertiría en esposa y colaboradora del dramaturgo Arthur Miller, regresó en más ocasiones al Danubio para terminar un viaje que no pudo completar hasta después de la caída del Muro de Berlín. Pero fue aquel primer recorrido, realizado en 1958, el que marcó su carrera.
Casi medio siglo más tarde, ocho fotógrafas se embarcaban en la aventura de seguir los pasos de Morath por el Danubio. ¿Sus herramientas? Un camión que convirtieron en galería, sus cámaras y la idea de homenajear a una de las grandes figuras de la fotografía documental.
"Fueron cinco semanas muy intensas, agotadoras, pero volvimos a casa con sensación de plenitud", cuenta la española Lurdes R. Basolí, una de las impulsoras de este proyecto documental. Con una dieta de entre 20 y 25 € diarios, durmiendo en habitaciones compartidas en albergues para ajustar los gastos, y acompañadas de poco equipaje, sus cámaras, los ordenadores y también de sus hijos, las ocho fotógrafas hicieron 2.800 km por carretera.
Siguieron el recorrido de la profesional que abrió el camino de la fotografía documental a las mujeres, cerrada en cal y canto hasta su aparición en los años 50. Ahora, Fundación Telefónica muestra en Madrid (C/ Fuencarral, 3) ese trabajo y parte de la obra de la pionera en la exposición 'Tras los pasos de Inge Morath. Miradas sobre el Danubio', que se inaugura el 27 de mayo.
La fórmula de un road trip con un camión-galería para exponer la obra de la fotoperiodista en los lugares que fotografió surgió de cuatro mujeres galardonadas con el premio Inge Morath, otorgado cada año a una joven documentalista. Ocurrió en Salzsburgo, donde la galería Fotohof celebró una exposición a la que invitó a algunas de las ganadoras.
Kurt Kaindl, director de la galería y amigo y compañero ocasional de viaje de Morath, les contó lo que aquel recorrido por el Danubio supuso para ella. "Nos habló de lo especial que fue y de la conexión con los personajes que fotografió", cuenta Emily Schiffer, una de las organizadoras del proyecto. "Alguien mencionó que sería buena idea que los protagonistas de esas imágenes vieran los trabajos de Inge. Pero ¿cómo llevar sus fotos a un pueblo de Rumanía? Por eso nos embarcáramos en este proyecto", explica la artista estadounidense.
Inge Morath nació en Graz, Austria, en 1923 y murió en Nueva York en 2002.
Una hora después de que surgiera la idea, Schiffer, Lurdes R. Basolí y Olivia Arthur la última mujer en incorporarse a la agencia Magnum, ya habían decidido que llevarían las imágenes al lugar donde nacieron, convirtiendo un autobús en una galería. Finalmente fue un camión el que recorrió el Danubio de Inge Morath, y el trío organizador se convirtió en cuarteto tras la incorporación de la australiana Claire Martin.
El sueño se cumplió dos años más tarde, el tiempo que tardaron en coordinar el proyecto y en conseguir financiación a través de Fundación Telefónica y de una campaña de crowdfunding, gracias a la que recaudaron la mitad de los fondos que necesitaban.
Solo quedaba invitar a otras ganadoras del premio Inge Morath a sumarse a la aventura y comenzar un proyecto que daría como frutos un documental y un libro con fragmentos inéditos de los diarios de Morath, además de la exposición que esta semana abre sus puertas en Madrid.
"Fue una experiencia alucinante, divertida, emocionante... Pero también dura, porque nos movíamos cada dos días y resultó agotador cuenta la australiana Claire Martin. En un día había que viajar, llegar al siguiente punto de destino, abrir el camión para la exposición, organizar charlas, realizar proyecciones nocturnas, sacar tiempo para hacer tus propias fotografías... Fue mucho esfuerzo, pero estoy muy orgullosa del resultado".
A su juicio, el hecho de que fuera un proyecto realizado por mujeres además de las fotógrafas, viajaron una coordinadora, una directora de contenidos, la conductora del camión y una canguro le hizo preguntarse por la situación de la mujer en nuestra sociedad. "La verdad es que no había reflexionado mucho acerca de ser una fotógrafa mujer, y este proyecto me ha hecho ser más consciente de los obstáculos y ser más crítica", comenta.
De esos obstáculos habla también Emily Schiffer, que cree que en la fotografía, especialmente en el terreno documental, debe haber más igualdad de género. "El hecho de que mi hija Lola, que entonces tenía 16 meses, viniera conmigo fue algo práctico porque no podía separarme durante unas semanas de ella siendo tan pequeña. Pero también era una forma simbólica de expresar que no deberíamos tener que elegir entre nuestras carreras y nuestros hijos", comenta la fotógrafa estadounidense.
Algunas de las fotografías realizadas durante el viaje:
Cuando se le pregunta por las complicaciones del viaje asegura que Lola, en contra de lo que ella pronosticaba, puso las cosas muy fáciles. Sin embargo, respetar los tiempos de la agenda fue un reto. "Muchos fotógrafos en un coche no es una buena combinación dice riendo. Siempre vemos algo que fotografiar, así que hay que parar cada poco tiempo".
La acogida de su periplo por los rincones que inmortalizó Morath se tradujo en centenares de agradecimientos de vecinos, inspiración para los jóvenes artistas y hasta propinas originales e inesperadas. "En Rumanía, donde no están acostumbrados a la cultura gratuita, agradecían que lleváramos la exposición con lo que tenían: ¡hasta un racimo de plátanos!", cuenta Basolí, que asegura que el camión que transformaron con sus propias manos, pintándolo y colgando las fotografías de Morath, fue una segunda casa bastante acogedora durante las cinco semanas del viaje.
Aquel camión alrededor del que se reunían mañana, tarde y noche se convirtió en la sede de una de las colaboraciones fotográficas más extraordinarias de las últimas décadas, con la que las ocho fotógrafas dicen sentirse más que satisfechas.
"El viaje es una celebración de la fotografía explica Lurdes R. Basolí. Pero también es un homenaje en el que intentamos revertir los procesos: se trataba de devolver esas fotografías al lugar donde fueron tomadas, de unir el pasado y el presente, de actuar en grupo rompiendo la individualidad del fotógrafo... Hay muchas capas de significado en este proyecto", afirma.
La fotógrafa barcelonesa recuerda que uno de los momentos mágicos de este road trip tuvo lugar en Passau, cuando una de las artistas que fotografió en su día Inge Morath entró en el camión-galería y vio su propia imagen tomada décadas atrás.
"Era Barbara Dorsch, cantante, pianista y, en su día, también actriz. Nos invitó a desayunar en su casa a la mañana siguiente y estuvimos con ella viendo fotos, escuchándola tocar el piano, charlando... Fue maravilloso. En aquel momento, todo este proyecto adquirió sentido", recuerda Basolí.
Las fotógrafas pudieron trabajar a lo largo de las cinco semanas durante las que el camión-galería del proyecto Danube Revisited estuvo en la carretera.
Decía Inge Morath que los poetas “son magníficos para decir dónde está el alma del país”. Por eso, al llegar a un destino entablaba relación con los poetas locales, organizando charlas y debates. De hecho, tuvo muchos amigos escritores.
Ella misma comenzó escribiendo: trabajó como reportera antes de ser ayudante de Henri Cartier-Bresson varios años. Pero a partir de entonces, la fotografía ocupó casi todo su tiempo y la llevó por los cinco continentes.
Morath cultivó su alma nómada desde niña, acompañando a sus padres, científicos, por Europa. Su marido, Arthur Miller, a quien conoció cuando fotografiaba el rodaje de Vidas rebeldes y con quien se casó después de que el dramaturgo se divorciara de Marilyn Monroe, aseguraba que viajar con Inge era “un privilegio” porque gracias a ella pudo conocer la cultura de los países que recorrían juntos.
El autor dijo, tras morir su esposa, que tenía la capacidad de captar la celebración de la vida. Quizá por eso solo hubo un tema que Inge Morath se negó a fotografiar: la guerra. “No quiero hacer tragedia, la conozco bien”, decía.