
vivir
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Confieso que me enamoré de Isabelle: esa chica enigmática que Bernardo Bertolucci enclaustró en un piso de los 60, en Soñadores. Confieso que me enamoré de su baile desnuda, de sus 20 veranos en llamas, de la actriz que la encarnaba: Eva Green.
Confieso que nunca más la vi, pese a todas la películas en que participó, hasta que me encontré en 2014 con la adolescente transformada en mujer, con los rasgos de Isabelle afilados por el tiempo, con ese otro personaje magnético, muchísimo más complejo, llamado Vanessa Ives. De ésta confieso que es imposible enamorarse.
En un capítulo de Penny Dreadful se relata esa transformación. Vanessa era una niña cándida hasta el día en que descubrió que su madre se acostaba con su vecino, el explorador sir Malcolm Murray. Ese trauma oscureció su psique e hizo que años más tarde, al descubrir su propia sexualidad, sedujera al prometido de su mejor amiga, Mina Murray, la víspera del matrimonio.
Es una serie de terror gótico ambientada en la Inglaterra del siglo XIX.
A partir de entonces los desajustes psicológicos de Vanessa, sus internamientos en sanatorios, empezaron a contrapuntearse con posesiones diabólicas y enseñanzas de bruja. Cuando Mina sea esclavizada por un vampiro, su vieja amiga se aliará con sir Malcolm para intentar salvarla. Y empezará la serie. Médium, desterrada, bruja, aventurera, Vanessa está condenada, por tanto, a la oscuridad.
Cuando esos amigos improbables que la ayudan en su misión, como el hombre-lobo Ethan o el doctor Frankenstein, la rodean en espacios asediados por enemigos sobrenaturales, vemos que es el centro del relato. Un centro femenino rodeado de masculinidad. Penny Dreadful cuenta la historia de dos amigas raras, la presente y la ausente.
Dos amigas solas separadas por demasiados hombres. Confieso que deseé a Eva Green con su máscara de Isabelle; pero que la admiro en su disfraz de Vanessa Ives. En las escenas más extremas, cuando es poseída y sus miembros se desencajan, cuando es atemorizada y su cara se licua hasta ser un garabato o un grito, la actriz se reivindica en su abanico de registros dramáticos.
Es imposible enamorarse de su personaje, ni siquiera cuando baila elegantísima con Dorian Grey, porque su soledad y su oscuridad no tienden puentes. Pero que mi amor y mi deseo se hayan transformado en admiración solo puede ser una buena señal. ¿De qué? Prefiero no saberlo.
Jorge Carrión es autor de Teleshakespeare (Errata Naturae).