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Relatos de verano: 'De amigos y hombres'

Ser madre impar y veranear con dos parejas y los niños también puede tener su encanto. Paloma Bravo nos relata un encuentro que puede ser el inicio de una bonita amistad.

Ilustración para 'De amigos y hombres' / Maite Niebla

Paloma Bravo Madrid

Siempre son los mismos. Cinco niños, cinco adultos. Un empate que, por supuesto, ganan los pequeños. La teoría es razonable: los niños se entretienen más y mejor, y así los adultos descansan, hablan de política y de nada, hacen turnos para las palas y la siesta, empiezan un libro, lo sueltan... En la práctica, algunos se escaquean y uno, casi siempre el mismo, pringa porque los niños se excitan, se provocan, se pelean, juegan. Hasta que no suenan. Oye su silencio solo un adulto, el que pringa.

- ¿Los oís?

Los otros cuatro adultos no oyen ni la pregunta ni la ausencia. Se levanta y recorre la enorme piscina de este hotel que tanto detesta, este hotel lleno de familias como ellos (sudando en bañadores que no les favorecen). Los niños no están. Se asoma a la playa, aunque sabe que la playa no les gusta. Ni rastro de ellos. El adulto que pringa es un adulto inquieto, autocrítico, inteligente. No pringa por exceso de celo, por fe en la paternidad sacrificada. Su sacrificio es otro. Porque este es el adulto impar y a veces se aburre de serlo; entonces pringa para alejarse de las otras dos parejas razonablemente perfectas, que se leen las noticias en voz alta y, entre risas y cerveza, se sueltan pullas romas, suaves, cariñosas...

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Pero nos estamos perdiendo y los que se han perdido son los niños. El adulto que pringa regresa de la playa por la pasarela de madera, llena de pegotes de crema, Nocilla y sal, cuando le asalta una de las niñas perdidas:

- ¡Te estaba buscando! ¡Ven, que vas a flipar!

No es su hija, no. Es la hija de sus amigos más antiguos. Esa niña a la que conoce desde siempre y a la que quiere porque es lista, macarrilla, buena.

- ¡Ven, ven, que tienes que ver esto!

Y arrastra al adulto a la trasera del hotel.

Al fondo, en un pequeño refugio de sombra, han montado un escenario mínimo. O, más bien, una sencilla tarima de madera rodeada por una franja de hierba en la que están sentados e hipnotizados los otros cuatro niños de la pandilla. Sobre el escenario, lo que justifica el grito (y la hipnosis): la clase de zumba. O sea, un monitor con más músculos que años. Chulito, guapete. Detrás de él, 12 mujeres de edades diferentes (de ocho a 70) y un hombre. Un hombre de 40 y pocos, entusiasta, entregado, atractivo. Los otros cuatro niños ven al adulto que pringa y gritan:

- ¡Te hemos encontrado un novio!

- ¡Ana va a tener padrastro!

- ¡Ya era hora!

Se ruboriza porque el padre zumbero ha dejado de bailar para fijarse en ella.

El adulto que pringa es mujer, madre soltera. Una mujer feliz que se ha convertido, inconsciente y afortunadamente, en la persona independiente con la que, quizá, sí se habría casado. Y ahora que sabemos su género podemos decir que enrojece. Se ruboriza porque el padre zumbero ha dejado de bailar para fijarse en ella. Y ella también se ha visto: sus 30 y muchos, su delgadez que no es firmeza, su sentido del humor, sus manías, su necesidad de libertad... Y lo ha visto a él: ese padre entusiasta que soporta el hotel por los niños y se entrega al zumba sin vergüenza. Le cae bien.

Ataca otro enano de su tribu:

- Hemos investigado: está aquí solo con dos niños. Separado o viudo. Mejor viudo, ¿no?

- Venga, chicos... ¿Os venís al bar? -pregunta ella.

- Yo invito se apresura el padrastro, que aparece al lado.

Van todos. Él se presenta. Se llama Miguel y, sí, está separado. Vive en el norte, sus hijos están ahora en clase de tenis. Ella le pide disculpas:

- ¿Me dejas dos minutos para que les explique una cosa a esta pandilla de melones?

La hija de ella ya sabe lo que viene y se sienta en las rodillas de su madre.

- Ana no necesita un padrastro. Y yo tampoco necesito un novio. Es tristísimo veros tan pequeños y tan cuadriculados. No es obligatorio vivir en pareja, lo obligatorio es ser libre.

Los hijos de sus amigos la miran. ¿Alguien sabe dónde está la pelota? Huyen. Su hija susurra "te quiero, mami" y los sigue.

- Bonito discurso. ¿Hace una cerveza helada?

- Soy alérgica al gluten, pero te acompaño.

- Tu hija no lleva pendientes. Libre desde bebé...

- Yo tampoco. Mi padre me enseñó que no había que marcar a los niños como a los terneros.

- Ey, que estoy de tu lado.

- Perdona... ¿A qué te dedicas?

- Marco terneros.

- En serio...

- En serio: soy ganadero. ¿Tú?

- Escritora. Pero no de novelas románticas.

- No pegamos nada, ¿no? La escritora y el ganadero.

Se quedan en el bar mucho rato y, como no hay otros adultos pringando, ella controla a los niños: están lejos, pero en su línea de visión. Sus amigos, en cambio, la sorprenden por la espalda. Vienen dos, cambiados de pareja. Y se sientan.

Otro relato:

- Blanca. Carlos. Miguel.

Blanca está morena y fibrosa. Presume de que no se corta:

- ¿Estáis ligando?

Ninguno contesta.

- Es una tía estupenda, pero demasiado independiente, si me pides mi opinión.

La verdad es que no te la he pedido -responde él. Su tono no es borde, sino natural: cree en el discurso de ella.

Tienes razón -recula Blanca.

Se hace todo el silencio posible en este hotel de batalla.

- ¿Pero interrumpimos? -insiste Carlos.

Llega el camarero. Los amigos piden más cerveza. Y aceitunas. Patatas. Estamos caninos.

- ¿Dónde vamos a comer? ¿En el chiringuito? A estos -y Blanca hace un gesto hacia el cielo porque no sabe dónde están los niños, les va a devorar un día el hambre... ¿Comes con nosotros, Miguel?

Entonces llegan dos niños y Miguel los presenta. Jaime, ocho. Pablo, seis. La adulta que pringa les sonríe.

- ¿Tenéis amigos aquí?

Los niños niegan.

-Pagáis vosotros -dice a sus amigos.

Ella y el padre se levantan y reúnen a los pequeños. Ahora son dos adultos que pringan frente a siete niños que juegan.

- Nos vamos mañana dice el ganadero.

No pasa nada. No creerías que esto iba a ser una peli romántica, ¿no?

- O el principio de una bonita amistad, como en Casablanca...

- Vaya: un ganadero cinéfilo.

- Vaya: una escritora con prejuicios.

Touché.

- ¿Me das tu número y coordinamos fechas el año que viene?

Ella no está segura de si quiere seguir veraneando con sus amigos pares. Mira a su hija, feliz con su pandilla. Se resigna.

- Vale, pero que conste que yo no quiero pareja.

La autora

Paloma Bravo escribe en Mujerhoy la sección Tercera vuelta y acaba de publicar su tercera novela, Solos (Alfabia), que llega tras La novia de papá y La piel de Mica.

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Libros

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