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La tele de nuestra vida: todo es pantalla

Si algo define nuestra época es la constante disolución de lo privado. Desde las redes sociales a Wikileaks, todos nuestros secretos parecen estar por voluntad propia o por obligación, al alcance de cualquiera. Las series no han tardado en reflejar esa paranoica realidad.

Fotograma de 'El show de Truman' / D.R.

Jorge Carrión Madrid

La telerrealidad fue primero ficción. En 1998 se estrenó El Show de Truman y, al año siguiente, se emitió la primera edición de Gran hermano. En la película de Peter Weir asistimos al momento en que la criatura interpretada por Jim Carrey, que sin saberlo ha protagonizado un programa de televisión cuya materia no es otra que su vida, comienza a sospechar de esos actores y actrices que supuestamente son sus familiares y amigos, de ese parque temático que representa que es su realidad, su mundo.

Desde su origen holandés, la franquicia Gran hermano ha aislado sistemáticamente a un grupo de personas en una casa para que se conviertan durante unas semanas en las cobayas de un experimento diseñado para alimentar nuestro morbo. Parece mentira que ambos proyectos narrativos sean absolutamente coetáneos. O no: las ideas están en el ambiente, pululan por el espíritu de una época, y en el cambio del siglo XX al XX se hizo evidente que la revolución sí sería televisada, porque de un modo u otro absolutamente todo incluidas nuestras vidas insignificantes y nuestros hogares anodinos sería televisión.

Black Mirror no es exactamente una serie, y sin embargo es la gran serie de nuestra época.

Estamos cansados de pirotecnias y efectos especiales, no hay nada falso sobre el propio Truman, no hay guiones ni cartas escondidas", dice Christof, el personaje encarnado por Ed Harris: "No es siempre Shakespeare, pero es genuino, es una vida". Y dice otro personaje: "Para mí no hay diferencia entre vida privada y vida pública". Y añade un tercero: "Nada es falso aquí, todo es real". El ritmo narrativo de la película lo marcan las "conexiones en directo". Entonces vemos a gente común mirando la televisión, viendo a Truman, opinando sobre Truman.

No solo en el día actual, también en "los mejores momentos", en esos episodios del pasado que ya conocen, que ya han visto, y cuyo desenlace también se saben de memoria. Christof lo decide todo, el guión, los movimientos de cámara, el montaje: es el realizador. Es el ojo que todo lo ve, la mano que mece la cuna: el Gran Hermano.

Para nosotros Truman es pantalla; pero para Truman la pantalla no existe. Estamos en el prólogo del siglo XXI, en su momento fundacional y previo: en la película internet no tiene ninguna relevancia todavía. Por eso los personajes de la serie Black Mirror son mucho más parecidos a nosotros que Truman. O tal vez no: porque todos somos, también, Truman.

Black Mirror explora hasta el límite los efectos de la tecnología. A la izq., fotograma del episodio 15 millones de méritos. A la derecha, la vida convertida en un reality, en El Show de Truman. / D.R.

Seres sin conciencia constante de estar siendo vigilados, filmados, controlados. Cuando Truman huye en barco choca contra la cúpula que rodea el parque temático. Con el límite hemos topado, Sancho. Tras caminar por su perímetro como por el interior de un enorme cuadro de Magritte (un cielo pintado con nubes), encuentra al fin las escaleras que le permitirán escapar de esa pantalla opaca.

Pero antes de todo ello habla con Christof, quien le revela que es el creador de un programa de televisión del que él es la estrella. ¿Nada fue real? "Tú lo eres". "Tú nunca tuviste una cámara en mi cabeza", dice Truman antes de salir por la puerta de emergencia, por la ratonera de la cúpula. Eso es justamente lo que hará Black Mirror 16 años más tarde: ponernos una cámara en la cabeza.

Black Mirror no es exactamente una serie de televisión y, sin embargo, es la gran serie de televisión de nuestra época. Cada uno de sus capítulos mediometraje son independientes, pues cambian de historia, ambientación y personajes; pero están unidos por un poderoso tema común, tal vez el tema fundamental de estas décadas de transición: la pantalla.

El narrador de Person os Interest es realmente omnisciente, es Gran Hermano, es Tecnodios.

En efecto, en tono satírico y en clave de ciencia-ficción, el proyecto del genial Charlie Brooker consiste en explorar en diferentes contextos los efectos que causa la tecnología en nuestros cuerpos y en nuestras almas. En una entrevista dijo: "Si la tecnología es una droga, y se siente como tal, ¿cuáles son sus efectos secundarios?".

Por eso la serie no aborda la concepción y el desarrollo de grandes inventos, de extraordinarias nuevas tecnologías, sino que asume que ya fueron creadas en algún momento, que su uso se normalizó, y sitúa una trama en sus incómodas consecuencias. Que aunque parezcan lejanas en el tiempo, a menudo podrían ya estarse dando en estos momentos en algún rincón de nuestro planeta; esa máquina de mantener simultáneamente pasados y futuros.

Black Mirror comenzó con un episodio titulado El himno nacional, cuyo momento estelar era la retransmisión en directo de cómo el primer ministro de Reino Unido violaba a una cerda. No lo hacía por gusto, sino tras ser espoleado por la insoportable opinión pública en las redes sociales, convencida de que las demandas del secuestrador de una suerte de Lady Di debían ser satisfechas para que la liberara. Por tanto, se narraba cómo un suceso físico, real, un secuestro, causaba otro, sexo bestial, a través de una sucesión de pantallas que, finalmente, engendraban un espectáculo dantesco (pixelado).

La convivencia de las dos esferas que constituyen hoy en día lo real, los cuerpos y los bytes, es un eje que atraviesa toda la obra. En otro capítulo, Vuelvo enseguida, la fusión se da en el ámbito del duelo: tras la muerte de su marido, la protagonista decide "resucitarlo" a través de un robot de aspecto similar que guarda en su memoria todos los recuerdos, todas las voces, toda la información que él había ido dejando almacenados en su ordenador, su correo electrónico o sus redes sociales. Como todos los capítulos de Black Mirror, el experimento acaba mal. Alguien dijo que la distopía es la suma de la utopía y el tiempo.

En El himno nacional, el primer episodio de Black Mirror, el primer ministro británico toma una decisión fatal, espoleado por las redes sociales, tras el secuestro de una princesa. / D.R.

La mayoría de ellos son versiones de realidades virtuales o de telerrealidades. 15 millones de méritos fabula un mundo futuro en que los ciudadanos pedalean incansable, absurdamente, para lograr los puntos que les permiten tanto comer como tener su oportunidad en una suerte de talent show.

Oso blanco es una pesadillesca reconstrucción de la cotidianeidad de una presa, víctima de un nuevo sistema de castigo que consiste en repetir eternamente ciertos trabajos forzados, ante un sinfín de inquietantes espectadores que los registran en sus móviles. En El momento Waldo una mascota gigante, un dibujo animado, se convierte en candidato y pasa a competir con los políticos profesionales en la campaña electoral.

Y, en el último episodio hasta el momento, el especial Blanca Navidad, los seres humanos pueden implantarse un dispositivo de realidad aumentada, que hace también las veces de teléfono inteligente, lo que sirve para vehicular otra pesadilla de ciencia-ficción.

Ese dispositivo, conocido como "Ojos Z", es una evolución del implante que ya conocíamos por uno de los mejores capítulos de la serie, el tercero de la primera temporada, titulado Tu historia entera: un implante en tu pupila y en tu cerebro que permite grabar todo lo que ves. De modo que una discusión con tu pareja en el presente sobre una discusión del pasado permite, si te conectas al televisor, analizar un sinfín de detalles y seguir discutiendo eternamente. Una locura sin visos de acabar.

Arriba., Jon Hamm con su dispositivo de realidad aumentada, en Blanca Navidad, de Black Mirror. Abajo, el hacker Mr. Finch y el asesino Reese, en Person of Interest. / D.R.

El gran acierto dramático de la serie de Brooker es trasladar al ámbito de la intimidad las grandes transformaciones tecnológicas, para analizar su impacto en nuestras pieles y en nuestros sentimientos. En el polo opuesto se sitúa Person of Interest, que aunque también tiene protagonistas concretos quienes tras varias temporadas de tirar y aflojar simpatías y odios constituyen una suerte de familia, incluso con perro, asume sobre todo el punto de vista narrativo de una gran máquina de videovigilancia. O en realidad, de dos.

En efecto, aunque en las escenas de investigación o de acción, en las persecuciones y en los tiroteos, en los reencuentros emocionantes y en las despedidas, sean seres humanos quienes ocupan la pantalla, entre cada escena la serie le cede ese espacio a The Machine o a Samaritan, las dos inteligencias artificiales que luchan en la ficción por controlar a través de cada cámara de seguridad y de cada teléfono móvil la entera realidad.

De modo que vemos una sucesión de pequeñas pantallas interconectadas o la reproducción de archivos de audio, retrocediendo en el tiempo cuando se trata de flash-backs y avanzando después para mostrarnos el presente en el que se sitúa el relato. Ninguna otra serie de ficción televisiva había llegado nunca tan lejos: el auténtico narrador de Person of Interest es realmente omnisciente, es Gran Hermano, es Tecnodios.

Los mensajes de teléfono móvil del presidente norteamericano Frank Underwood se pueden leer en la pantalla en House of Cards. En House, las imágenes del interior del cuerpo son un recurso habitual. / D.R.

Para traducir a sus narraciones la convivencia en nuestras vidas de la mirada natural y la mediatizada, son muchas las series que han comenzado a sobreimprimir las pantallas de los teléfonos móviles o de las búsquedas en Google Maps en la pantalla de nuestro televisor (si es que no vemos la serie en nuestro móvil, nuestra tableta o nuestro ordenador). Sherlock, House of Cards o Occupied, por ejemplo, usan ese recurso narrativo.

La normalización de esa presencia fue precedida por otra normalización: la de las imágenes del interior de nuestro cuerpo. Tanto en los dramas policiales (como CSI) como en los médicos (como House) las reconstrucciones verosímiles, los videoclips que nos muestran cómo una bala perfora un pulmón o cómo hace efecto una vacuna, conviven con una escenografía forense donde son comunes las radiografías, los escáneres, los monitores.

El agente del FBI en el centro de control y el cirujano en la sala de las pantallas del hospital se revelan como dos caras de una misma moneda: el ser humano ya sólo sabe interpretar el mundo a través de metáforas físicas, de cartografías y simulaciones, de representaciones tecnológicas. Ellos dos, de espaldas, somos nosotros mismos, que los miramos a través de un espejo negro, que intentamos discernir a través de esa lluvia de píxeles tan compacta que parece real hacia dónde diablos estaremos yendo.

Fotograma / D.R.

El hacker

Si todo es pantalla, si vivimos rodeados de píxeles, el nuevo personaje protagonista no puede ser más que el hacker. En efecto, en Person of Interest dos de los cinco protagonistas son informáticos de alto nivel. Y lo mismo ocurre en Mr. Robot, la primera serie que está tratando el mundo de los hackers de un modo que no ofende a los propios hackers.

Elliot, empleado de una empresa de seguridad informática durante el día y justiciero virtual por la noche, se convierte en un auténtico mesías, capaz de ejecutar ni más ni menos que la revolución. Wikileaks o Anonymous nos recuerdan, en el mundo real, que los hackers son cada vez más decisivos. Lo saben las grandes compañías telefónicas y los servicios secretos, que los persiguen... para contratarlos.

Imperdibles:

  • Black Mirror (Channel 4, 2011-) La serie se centra en el ámbito de la distopía tecnológica. Hasta el momento se han emitido solo dos temporadas de tres episodios cada una y un especial navideño protagonizado por Jon Hamm (Mad Men).

  • Person of Interest (CBS, 2011-2016). Esta serie de acción e investigación está protagonizada por un hacker millonario, Mr. Finch, y un asesino de la CIA, el señor Reese. Pero la auténtica protagonista es The Machine, la inteligencia artificial que ha cambiado el mundo, para bien y para mal.

  • Mr. Robot (USA Network, 2015). Creada por Sam Esmail y protagonizada por Rami Malek, en el papel del inquietante hacker Elliot Anderson, con graves problemas psiquiátricos, es una mezcla brillante de Psicópata Americano y V de Vendetta, con bastantes ingredientes de El club de la lucha.

Jorge Carrión es autor de Teleshakespeare (Errata Naturae, 2011) y Librerías (Anagrama, 2013). @jorgecarrion21

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