Octubre. Hace sol. Hace frío. Hace un tiempo de locos. Pero hemos superado la vuelta al colegio (el estrés, los nervios y los gastos). Los niños, bien, gracias. O sea, irritantes y encantadores, pero asegurándose siempre de que no comparten el estado de ánimo, no vaya a ser que nos relajemos. Yo no he vuelto al gimnasio porque no me da la gana. Pablo no ha vuelto al trabajo porque... Esa es una buena pregunta. Aunque sí que volvió. Pablo regresó a su despacho el 1 de septiembre. Trabajó todo el mes con una normalidad absoluta y el primer lunes de octubre dejó las llaves del coche de empresa en la mesa, cogió una tacita que le habían regalado sus hijos y se marchó.
"Quiero perseguir mis sueños". Eso me dijo por la noche. Y yo contesté lo que toda buena compañera: "Lo que quieras, amor. Yo, contigo".
Hay dos cosas que tensionan a las parejas y que nunca se comentan. O no en serio. El sexo y el dinero. Del sexo se habla en las revistas, en los chistes, en los tópicos... Y ya. Del dinero ni eso: nos enseñaron (no sé si bien o mal) que, como tema de conversación, era muy grosero. No queremos que nadie nos juzgue por lo que ganamos, por lo que gastamos, por lo que debemos. Y aún así, una pareja es un presupuesto común. Por eso, cuando Pablo se explicó, a mí me creció dentro de la cabeza un aterrador neón intermitente con el símbolo del euro.
Pablo tiene cincuenta y pocos, dos hijos, una casa en la que vive su ex y... no sé si tiene ahorros. Nunca lo pregunté. No lo voy a preguntar.
Yo tengo un hijo, un trabajo, una hipoteca, un plan de pensiones más bien escasito. Y ya. Ni puedo ni quiero dejar de trabajar.
Pablo tiene sueños que no me había contado.
Pablo tiene sueños y yo no puedo juzgarlos.
Este verano leí que abandonarlo todo para esculpir / montar un club de buceo / hacerse coach / dirigir una academia de aikido / viajar patrocinado por toda Latinoamérica... son sueños que solo se pueden permitir los ricos.
"Hagas lo que hagas, no dejes tu trabajo por una pasión que quizá nunca te dé de comer. No todo el mundo puede ser un chef que derroche estrellas Michelin". Eso, precisamente eso, decía el reportaje que leí yo en verano, en un medio cultureta, disruptivo y... castrador.
Ahora es octubre y tengo en casa un valiente, un ingenuo, un soñador o un loco. Tengo en casa al hombre al que quiero y al que no conozco del todo. No sé cuáles son sus sueños, no sé si se los puede permitir.
Pero sé, eso sí, que le quiero. Intento apagar el neón. No puedo. Tiemblo. Lloro. Me seco. Me levanto. Me siento. Le abrazo.
"Palante", le digo.
Y él me aprieta porque odia esa contracción vulgar y sabe que le chincho desde el apoyo más absoluto.
Continuará.
Ilustración: Maite Niebla.
20 de enero-18 de febrero
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¿Qué me deparan los astros?