Bali, a través de los ojos de una mujer romántica

Dicen que los viajes son como el amor, que cuanto más lejos vas, más recuerdos te dejan. Pero Bali se antoja como el paraíso de un espíritu romántico no solo por encontrarse en la otra punta del mundo, sino porque viajar a esta pequeña isla que no ocupa más de 145 kilómetros de un extremo a otro es viajar al centro del corazón, a ese lugar en el que lo divino y lo humano se une y te redescubres a ti misma de un modo que no conocías.

Elegido varias veces como uno de los lugares más alegres del mundo, sorprende que sus gentes te sonríen con los labios, pero sobre todo con la mirada. La mirada de unos ojos que nunca podrán dejar de sorprenderse de tanta belleza, de soñar cada día de un modo diferente el verde esperanza más intenso de sus campos, los mil tonos de azul con los que el cielo y el mar se abrazan, el rojo que pinta sus atardeceres de fuego y el blanco o el negro de sus playas, que cambian de color dependiendo de si viajas al sur o al norte.

En nuestro paraíso particular viajamos hasta Ubud, una ciudad que es, en realidad, un museo al aire libre y que ha hecho de la creación artística su mantra, y de su ‘Bosque de los Monos’ uno de los lugares más curiosos que puedes visitar; no nos resistimos a recorrer sus arrozales en bicicleta mientras la lluvia nos empapa y el olor a tierra y flores embriaga todo; ejercitamos el cuerpo en las playas de Kuta, Padang Padang y Dreamland (al sur), pero relajamos la mente en la imponente Lovina (en el norte); nos rendimos ante un cielo brillante de estrellas y un amanecer inolvidable desde la cumbre del famoso Volcán Batur, aún activo; y nos entregamos a los mil y un ritos del 'país de los diez mil templos'.

En Bali siempre hay algo que celebrar, desde los cambios de luna al inicio de la siembra, y siempre hay algo por lo que dar gracias. Porque si hay una cosa que atrapa de Bali es su espíritu. O su espiritualidad, no sé. Quizá es la ferviente devoción de sus habitantes por la religión hindú, el autodescubrimiento que se alcanza a través del ‘reiki’, el yoga y otras disciplinas alternativas, su cultura milenaria, la filosofía ‘slow’ que envuelve todo, o la energía que regala vida y que hace que allí, perdida en mitad del Océano Índico, sientas que vuelves a nacer y a encontrarte con una persona que no conocías de verdad: tú misma.

Por eso, cuando vuelves a casa, te das cuenta de lo poco que importa la carga que llevaste en las maletas, porque lo que has traído de vuelta pesa mucho menos, pero hace más feliz. En eso consistía enamorarse de un lugar…