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"Nunca me sugirieron que por ser una niña, hubiera cosas que no fuera capaz de hacer"

En la intimidad de su casa, la jefa del Gobierno británico habla sobre la influencia de su padre, las renuncias del poder, los retos que le quitan el sueño y los pequeños detalles que le alegran el día

La Primera Ministra, Theresa May / gtres

eleanor mills

Hasta los miembros del gabinete de Theresa May dicen que, en el fondo, no la conocen. La segunda mujer al frente del Gobierno del Reino Unido en toda su historia tiene un carácter muy reservado: no se le conocen amistades ni camarillas de esas que se crean en los bares de la Cámara de los Comunes. Tampoco ha participado en uno de los programas con más éxito de la BBC, en el que se repasa la información en clave de humor. Sabemos que es una política competente (fue ministra del Interior de 2010 a 2016), pero, aparte de su devoción por los zapatos, ¿quién es en realidad? ¿Qué le quita el sueño? Y, desde su puesto como primera ministra, ¿qué piensa hacer?

May ha mandado colocar en su despacho del 10 de Downing Street una mesa de reuniones de cristal, que da a la estancia un aire profesional. En la mañana de este encuentro, aparece relajada y, al mismo tiempo, hiperactiva, con esa mezcla de autoridad y naturalidad que tienen las directoras de un liceo para señoritas. Y, por supuesto, mide cada palabra. Lo cual significa que hay que prepararse para encajar, una tras otra, respuestas tajantes y sucintas por parte de la gélida Theresa May, de 60 años.

Empiezo preguntándole por Donald Trump, pero mis preguntas se topan contra un muro. Cuando le pregunto si tendría algún consejo que dar al nuevo presidente norteamericano, quien, a diferencia de ella, jamás ha ocupado un cargo político, contesta: "No creo que eso sea algo que me competa". Por fortuna, la conversación se vuelve más amena a medida que accede a hablar más de sí misma, de su trayectoria, su marido y sus aficiones. De todo, lo más esclarecedor es que creciera como la hija única de un pastor anglicano. Su padre, Hubert Brasier, era vicario de una pequeña aldea de Oxfordshire y es evidente que el sentido del deber y el sacrificio que trató de transmitir a su hija define su personalidad. "Haber pasado la infancia en una vicaría te permite conocer gente de todo tipo. Por ahí pasaba todo el mundo, desde los más acomodados hasta los menos favorecidos", recuerda.

De aquello me quedó una vocación de servicio -recuerda-. Mi padre pasaba mucho tiempo visitando gente y contaba lo que veía. Una Navidad hubo un accidente de coche en el que dos familias perdieron a varios miembros. Tras su servicio, mi padre fue a verlos y les llevó unos regalos. Yo tendría nueve años y no recibí los míos hasta las seis de la tarde". Fue un aprendizaje de lo que los psicólogos llaman gratificación aplazada. Parece como si hubiera sido una adulta en potencia, en un mundo de reglas y abnegación. "Supongo que sí. Mis padres me hacían partícipe de discusiones sobre la actualidad desde muy pronto".

A su llegada al aeropuerto de Bahrein el pasado 5 de diciembre. / d. r.

También hubo momentos de diversión. A Theresa le encantaba leer y recibía clases de equitación. "Pero me caía con demasiada frecuencia, así que decidí que no estaba hecho para mí". Una de las cosas que más le duelen es haber sido "demasiado alta para el ballet" (mide 1,73 m). "Pensé que me gustaría bailar, pero crecí y me di cuenta de que tampoco eso era para mí".

Durante su infancia, desarrolló una fuerte confianza en sí misma. "El consejo de mis padres siempre era el mismo: "Hagas lo que hagas, intenta hacerlo lo mejor que sepas". Nunca me sugirieron que, por ser niña, no fuera capaz de hacer ciertas cosas. Crecí en un ambiente propicio para hacer todo lo que me propusiera y aprovechar al máximo las oportunidades. Siempre me decían que debía creer en mí y no dejarme achantar, que debía ser fiel a mí misma".

Es algo que ha puesto en práctica en su carrera. En 1986, con 29 años y tras trabajar en el Banco de Inglaterra, se convirtió en concejal en el municipio londinense de Merton. Por entonces, su partido solo tenía 17 diputadas. Y, aunque una de ellas, Margaret Thatcher, era la primera ministra, muchas delegaciones locales no tenían mujeres en sus listas. May no se quedó de brazos cruzados. En 1992 se presentó en las elecciones generales, pero no logró el escaño. Dos años después, lo volvió a intentar. Consiguió su asiento en el Parlamento en 1997.

Cuando le pregunto por las actitudes sexistas a las que habrá tenido que hacer frente, responde: "Lo importante es no dejar que se interpongan barreras en tu camino. Si de verdad quieres algo, ponte en marcha y trata de hacerlo con todas tus fuerzas. En política, no puedes derrumbarte". ¿Qué hacía para no flaquear? "Me obligaba a pensar que ningún "no" tenía que ver con que yo fuera mujer. Cuando perdía un debate, me cuestionaba qué materias no dominaba, qué preguntas respondí mal y en qué podía mejorar. Es importante que las mujeres sean ellas mismas y tengan confianza para hacer lo que se propongan".

Es revelador que, siendo parlamentaria, participara en la fundación de Women2Win (Mujeres al poder), que orientaba a las mujeres del Partido Conservador en los procesos de selección interna. En lugar de quejarse, cambiar el sistema desde dentro. Aunque intenta quitar importancia a la cuestión de género, reconoce que ser mujer le ha llevado a "entender el ejercicio de la política de un modo algo distinto". Y añade: "Cuando entré en la Cámara de los Comunes, parecía fundamental tener que fumarse un cigarrillo y mantener conversaciones banales con el resto de diputados, cosa que no suelo hacer. Para mí es sencillo: hay un trabajo que hacer, así que ponte manos a la obra. Alguien dijo que era sorprendente que solo saliera a cenar con mi marido. ¿De verdad tiene que sorprender algo así?".

"No hubo pacto con mi marido para dedicarme a la política. Parecía razonable poner mi nombre por delante

Enjuto, canoso y tímido, es fácil que Philip May pase desapercibido, pero es una pieza esencial en la carrera de Theresa. Se conocieron en una fiesta de la Asociación Conservadora de la Universidad de Oxford, y los presentó la que luego fue primera ministra de Pakistán, Benazir Bhutto. Aunque Philip era un año menor que Theresa, ya era conocido en las filas conservadoras. ¿Hubo un pacto entre ellos? ¿Por qué fue ella, y no él, quien se lanzó a la arena política? Theresa se ríe. "No hubo ningún pacto. Él presidía el sindicato de estudiantes y estaba muy implicado en política, lo que no deja de ser una ventaja. Pero hubo una vacante en el ayuntamiento y parecía razonable poner mi nombre por delante".

La vida después del Brexit

  • La libra ha caído de 1,30 a 1,14 ¬, lo que ha subido el coste de la electricidad y la cesta de la compra. El turismo ha aumentado un 7%.

  • Los delitos xenófobos han aumentado un 41%.

  • El 40% de las empresas estadounidenses con sede en Gran Bretaña se plantea mudarse a otro país.

  • Los 800.000 británicos que viven en España (muchos jubilados) no podrán acudir a la Seguridad Social.

  • Jamie Oliver cerrará seis de sus restaurantes por la incertidumbre económica.

  • La industria juguetera española ha perdido un 40% de sus ventas en su cuarto mayor comprador.

La primera ministra reconoce la importancia de su marido en su carrera. "Philip es un gran apoyo, no cabe duda". Se casaron en 1980. El padre de Theresa murió al año siguiente en un accidente de tráfico y, unos meses después, falleció también su madre aquejada de esclerosis múltiple. Ella tenía 25 años y él se convirtió en su mayor apoyo. La pareja no ha tenido hijos. Cuando le pregunto, replica: "Sencillamente, no fue posible, así que seguimos con nuestra vida". ¿Considera un problema para su carrera no ser madre, como insinuó Andrea Leadsom, su contrincante para dirigir el Partido Conservador? Con firmeza, responde: "No se trata de lo que eres, sino de lo que eres capaz de hacer por los demás".

Philip no es solo su marido, también su mayor aliado político. "Me da su opinión sobre lo que hago, pero entiende que es importante rodearme de buenos consejeros. Y es evidente que ahora tengo ocupaciones que no me permiten hacer otras cosas". Es célebre su capacidad de trabajo. Por ejemplo, suele quedarse hasta bien entrada la madrugada repasando documentos en su portátil.

A May se le ha criticado su costumbre de no enseñar las cartas, de ser metódica en exceso y de no tomar una decisión si que no ha valorado hasta el último detalle. Son hábitos que pueden valer para una ministra del Interior, pero que podrían volvérsele en contra a una jefe de Gobierno, por el volumen de decisiones que debe adoptar. Ella no se arrepiente. "Me gusta asegurarme de tener toda la información que necesito [...]. Me muevo siguiendo mi criterio, pero también escucho el de los demás. Todo el proceso es importante, y eso conlleva que, a la hora de tomar una decisión, hayas podido valorar antes todo lo concerniente a ella".

Ella deposita su confianza en sus jefes de gabinete, Fiona Hill y su "cerebro" en la sombra, Nick Timothy, reconocido como el impulsor del compromiso de ayudar a las familias que "simplemente se las arreglan para llegar a fin de mes" [las que ganan entre 18.000 y 24.000 libras al año y forman la clase media-baja]. Ambos forman equipo desde que, en 2007, en la oposición, publicaron un informe titulado Ideas para restaurar la autoridad del Parlamento: las leyes de la Unión Europea y el escrutinio británico. Durante la etapa de May como ministra del Interior, Timothy fue su asesor y es un gran adalid de lo que define a May como política: su defensa de la meritocracia.

En el congreso de su partido, la líder conservadora lanzó una furibunda crítica contra las élites británicas y su entramado de intereses creados. En una ocasión, declaró a que lo que más aborrece en los demás es "la presunción". Y es una consideración que hizo patente cuando entró en el Gobierno de David Cameron, donde no escaseaban los jóvenes arrogantes que habían pasado por las aulas de Eton. Aunque es cierto que, en el Oxford de los 70, el Partido Conservador también tenía en sus filas un buen número de personajes engreídos. Algunos correligionarios de esa época hablan de unas bases muy divididas entre los que habían estudiado en centros privados y los que habían pasado por la escuela pública.

Y ahí estaba Theresa May, la hija de un modesto pastor. "Tuve suerte, porque tuve una educación integral: fui a una escuela anglicana, luego a un centro privado y acabé en un instituto público mixto... Gracias a esa educación se me fueron abriendo todas las oportunidades; gracias a ella, perseveré y acabé afianzándome en la idea de que podría conseguir todo lo que me propusiese. Quiero que todos los jóvenes tengan esa oportunidad. Es un acto de justicia permitirles que continúen sus estudios hasta donde su esfuerzo sea capaz de conducirles".

En la actualidad, sostiene, "contamos con un sistema en el que, si los padres tienen dinero, podrán pagar una educación exclusiva o mudarse cerca de un buen colegio. Quiero un sistema en el que todos los centros ofrezcan educación de calidad y en donde las habilidades de cada uno puedan ser reconocidas y desarrolladas".

Ampliar el horizonte de expectativas para todos va más allá de la educación. "Hay quienes piensan que los beneficios del crecimiento económico se están concentrando solo en Londres y la zona del sudeste [eso explica en parte el voto en contra del Brexit]. Por eso, es importante tener una economía bien distribuida. Y la educación es la llave que abre la puerta del futuro". Cuando le comento que es un discurso poco conservador, no esconde su cólera: "Eso es una mala interpretación. Desde siempre, el partido ha sido más fuerte cuanto más ha logrado atraer a gente de cualquier ámbito. El conservadurismo tiene que ver con las aspiraciones y la igualdad de oportunidades para todos".

Puede que no sea una opinión compartida por todo su partido, pero es probable que no le importe. May se siente cómoda en su papel de verso suelto y está acostumbrada a ir por libre. "Ser hija única hace que no sientas la misma necesidad de formar parte de un grupo. Te obliga no tanto a labrarte tú sola el porvenir, pero sí a aprender a depender más de ti misma que de los demás. Pero creo que es bueno tener a alguien en quien confiar y con quien compartir".

Volvemos a hablar de Philip. ¿Supone algún problema para él ejercer de consorte? "Espero que sea más fácil de lo que muchos creen. Hay que aceptar que, sea hombre o mujer, la otra mitad tiene que adaptarse a una vida diferente". ¿Y no es más complicado para el ego masculino? "No. Hablamos de individuos y de su disposición a encajar cambios. Philip siempre ha sido un gran apoyo. Le ha costado un poco adaptarse a que escriban sobre cómo viste o que quieran un selfie con él, pero se está acostumbrando. Le sorprende el interés que suscita".

A ella también le sorprende la fama. Debe de ser difícil para alguien tan reservado convertirse en una de las figuras más reconocibles del mundo, le apunto. "Cuando ocupas un puesto es importante no dejarse llevar por esas cosas". Luego se ríe y añade: "El otro día hice mi primer vídeo de boda. Salía de una tienda y, en la calle, un joven me dijo: "Mis amigos se casan. ¿Sería tan amable de salir en un vídeo?". Y ante la cámara dije: "Hola, James y Sarah. Os deseo un feliz día".

Asegura no sentirse "como una famosa, sino como una Primera Ministra que trata de hacer bien su trabajo. No hay que perder el sentido de las cosas, porque lo que a la gente le importa es lo que haces y cómo lo haces". Pero también está sujeta al escrutinio público. Su imagen es impoluta. ¿Le supone un esfuerzo? "Quisiera creer que no. Por la noche pienso qué me voy a poner al día siguiente y voy a las tiendas donde ya me conocen". Nunca recurre a un estilista y, aunque mira en internet "qué se lleva", no compra porque no se fía si le quedarán bien las prendas. Philip la suele acompañar cuando sale de tiendas. Parece ser que no le falta paciencia y que le dice si un traje le favorece. "También tiene buen criterio con los complementos".

Cuando habla de Philip, adopta una actitud menos rígida. Se ríe, mientras cuenta cómo tuvieron que comprar "más muebles" cuando se mudaron a Downing Street, porque el piso que dejaron era más pequeño. May reconoce que no es buena con las cosas de casa, que nunca ha tenido "mucho tiempo para cocinar" y que le encantan las ensaladas de bolsa.

A la hora de relajarse, no suele ver series completas, sino episodios de Navy: investigación criminal (lo que, en su etapa de ministra de Interior, tenía que ser como llevarse trabajo a casa). Pero es evidente que le gustan las cosas delicadas, como el jersey de cachemir, los pantalones de cuero y las zapatillas Burberry que viste para la entrevista. En el salón hay una montaña de revistas de decoración y suplementos de moda. No faltan las velas ni hortensias recién cortadas.

Celebro que haya dejado fluir su lado más desenfadado. En el último año, hemos coincidido en cenas de la Organización para la Investigación y el Tratamiento de la Diabetes Juvenil, que recauda fondos para hallar una cura para la diabetes tipo 1, de la que ella misma fue diagnosticada en 2012. En esos encuentros, se muestra cercana con los niños, contándoles cómo tiene que inyectarse insulina cuatro veces al día y que ha renunciado a esa barrita de chocolate que le calmaba el estrés.

En cualquier caso, es el Brexit, la salida del Reino Unido de la Unión Europea, lo que más le quita el sueño. "Sí, es un momento de cambio, muy difícil. Tenemos que seguir adelante según lo pactado, soy muy consciente. Quiero tener la completa seguridad de que todo lo que hagamos redunde en beneficio de todo el pueblo británico. Y de que seremos capaces de salirnos y desarrollar un nuevo papel en un mundo post-Brexit. Puede ser una oportunidad de mejora y vamos a conseguir que sea un éxito. Pero es una cuestión muy compleja".

"No me empeño por terquedad. Pero una tiene que hacer lo que considera correcto, por didícil que sea"

¿Cómo consigue armarse de valor cuando tiene que tomar decisiones tan delicadas? "No consiste en armarse de valor, sino en hacer lo correcto. Si sabes que estás haciendo lo que debes, ganas la confianza y la energía necesarias para llegar hasta el final". Es un pensamiento casi de corte religioso. "Sí, supongo que hay mucho de fe en mis actos. Pero no me empeño en hacer algo por terquedad. Antes lo he pensado mucho, he analizado cada argumento y he tenido en cuenta que pueda haber consecuencias no deseadas. Pero, en última instancia, una tiene que hacer lo que considera correcto, por difícil que sea".

Theresa May vestida para un importante acontecimiento. / d. r.

Ese exceso de celo está dirigido sobre todo a los que se sienten más perjudicados por el sistema. El momento más tenso de la entrevista viene cuando le pregunto por el organismo creado para investigar los abusos sexuales en la infancia, un ente público que ha tenido un sinfín de problemas. "Lo más fácil habría sido decir: "Esta tarea es muy compleja, no vamos a llevarla a cabo". Pero estoy completamente decidida a...". Se interrumpe compungida, algo insólito en ella. " He conocido a algunas víctimas, tanto adultos como niños". Hace otra pausa. "Cuando cobras conciencia de las cosas horribles que les hicieron, cómo muchos levantaron la voz pero no pasó nada... Es esencial que no los olvidemos. Hay gente que no es consciente de ello, pero también la hay que piensa que es algo de lo que no se debe hablar. Algo ha fallado en el sistema...".

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