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"Nada es casual en esta vida, solo tenemos que alargar la mano para atrapar nuestro destino y no dejarlo pasar", dice Alicia Sornosa en su novela, '360 grados. Una mujer, una moto y el mundo' (Editorial Bandaàparte). La escribió después de convertirse en la primera mujer de habla hispana en dar la vuelta al mundo en moto, 120.000 kilómetros que cambiaron su vida. "Tras ese año y medio recorriendo el mundo, no he podido dejar de viajar. La moto es como una extensión, no concibo mi vida sin ella", dice.
Sornosa asegura que en las peores situaciones, cuando ha pinchado en mitad de la nada, ha acabado en un lugar peligroso o se ha perdido con la noche a punto de caer, siempre ha aparecido alguien que le ha echado una mano: "Hay cientos de ángeles por el camino que aparecen en el momento más oportuno. Hay algo de mágico en eso", asegura mientras prepara las maletas de nuevo, esta vez para rodar por los Himalayas indios.
Esta periodista de motor de 43 años reconoce que nadie en su familia se sorprendió cuando dijo que iba a emprender un largo viaje sin fecha de vuelta. "Cuando era una niña e íbamos al pueblo donde veraneábamos, mi madre me compró un reloj para que supiera cuándo tenía que volver a casa, porque me metía a explorar el campo y perdía la noción del tiempo", recuerda entre risas. Fue durante un curso para aprender a conducir la moto por tierra, cuando conoció a una persona que quería dar la vuelta al mundo y le pidió que le acompañara para encargarse de la comunicación. "Para mí era una oportunidad perfecta. Creo que no hay mejor plan para un periodista que ver cómo se vive en otros lugares. Era una ventana abierta a una nueva vida", recuerda seis años después.
Así comenzó un periplo de cuatro meses durante los que recorrió España, Italia, Egipto, Sudán, Etiopía y Kenia. Allí decidió que quería seguir en solitario. "Desde India viajé sola. Mentiría si dijera que no sentía algo de miedo, pero lo tenía que superar; si no lo hacía, sabía que me arrepentiría", comenta.
Aún tendría que vivir un terremoto en Tapachula (México), ser nombrada visitante ilustre de la ciudad boliviana de Tarija, vivir en un teatro en Chile, ver su primer glaciar en Canadá, enamorarse de la isla de Tasmania... "Descubrí que el mundo es un lugar maravilloso y el ser humano, bueno por naturaleza", dice recordando anécdotas como la que vivió en Etiopía, donde detuvo la moto en una tarde de lluvia y se resguardó bajo un árbol.
"Empezaron a llegar niños acompañados de vacas. Todos esperábamos a que dejara de llover apretujados bajo el árbol, pero un pequeñajo salió de un arbusto, me cogió de la mano y me llevó a su casa, una choza donde estaban su madre y hermanos. Estuvimos jugando al escondite mientras la madre me ofrecía comida. Acabas comunicándote con personas con una vida totalmente diferente. Esos son momentos mágicos", asegura.
Tras la vuelta al mundo, vendrían más kilómetros recorriendo Latinoamérica durante medio año y un periplo España-Japón, pasando por Moscú, Kazajistán, Mongolia, la isla rusa de Sajalin y por fin Tokio. Por entonces, Alicia Sornosa ya había descubierto que sus viajes podían servir para algo más que para contarlos. Y eso la animó a seguir adelante.
"En México me preguntaron si me importaría ir a un hospital de oncología infantil a contar mi experiencia. Puse a los niños un vídeo sobre el viaje y vi que los que de verdad estaban desconectando del dolor eran los padres, que durante un rato se olvidaban del sufrimiento. Me di cuenta que podía utilizar mi viaje para dar algo a los demás, devolver de alguna forma todo lo que he recibido en el camino", reconoce.
Así acabaron surgiendo colaboraciones solidarias con una asociación de mujeres maltratadas, escuelas de niños sin recursos, un orfanato en Perú... Hasta que Sornosa comenzó a poner en marcha proyectos de crowdfunding para recaudar fondos para ONGs como La otra mirada, una entidad que trabaja en Ulan Bator (India) con niñas que padecen la enfermedad de los huesos de cristal. "Se trataba de usar mis redes sociales con el objetivo de recaudar fondos para comprar medicamentos y hacerles un tejado en una de las casas antes de que llegara el invierno", cuenta Sornosa, que acabó consiguiendo el objetivo y se animó a hacer lo mismo en su siguiente viaje a India y Nepal, en esta ocasión para ayudar a dos ONGs españolas que trabajan en Katmandú con los damnificados del terremoto de 2015.
Cuenta Alicia que ser mujer ha jugado a su favor. " Somos grandes viajeras porque tenemos una resistencia física mayor a la de los hombres. Resistimos mejor las enfermedades o el hambre. Pero además, tenemos la ventaja de que no despertamos desconfianza. Siempre van a abrir antes una puerta a una mujer que a un hombre".
"A conocerme a mí misma. Te das cuenta de cuáles son tus límites y cuáles tus miedos".
"Ahora tengo más paciencia. He aprendido a relativizar las cosas y a no alterarme por algo que puede tener solución".
"A vivir con muchísimas menos cosas. En realidad, se necesita muy poco para el día a día".
"Con los primeros prejuicios que te encuentras es con los tuyos, pero por suerte los pierdes por el camino. Creemos que todo el mundo tiene que vivir como nosotros y lo cierto es que hay muchas formas de vida".
"Cuando viajas sola, es importante usar la intuición. Si percibes que algo puede ir mal, te marchas sin decir adiós".
Cuando puso fecha a su primer viaje, recibió el apoyo de todos los que la conocían bien. Pero también hubo quien pensó que estaría de vuelta a las dos semanas. "En el mundo del motor donde trabajaba, que es mayoritariamente masculino, hubo muchísima gente que creyó que no lo iba a conseguir", recuerda.
Igual que Sofía, la protagonista de su novela, también ella se ha enfrentado a ciertos prejuicios. "Siguen haciéndonos creer que no podemos hacer muchas cosas, pero con este viaje me demostré a mi misma que una mujer es capaz de hacer lo mismo que los hombres. E incluso hacerlo mejor".
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