vivir
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Desde que Lady Di nos dejara, se ha instalado entre la realeza cierto gusto por fingir que son como los demás, que sienten y padecen y sangran cuando los pinchan. Que son humanos como nosotras lo sabemos, pero también somos conscientes de que lo suyo es una vida de capricho y deber, de escaparate y vigilancia y, sobre todo, de lujo. Para prueba, esta mágica estampa de Máxima de Holanda inaugurando una nueva sesión del Parlamento holandés.
Vestida con un elegante vestido de tarde color gris, Máxima se desplazó hacia la máxima asamblea política de su país en una carroza tirada por caballos digna de la mismísima Cenicienta. No había escapatoria a una cierta sensación de cuento de príncipes y princesas: en lo alto de la redonda carroza, una corona indicaba que el carruaje estaba al servicio de una reina.
A la llegada del Rey Guillermo y la Reina al Parlamento pudimos ver más estampas propias del más alto protocolo, ese que nos recuerda que, efectivamente, hay otros mundos (aunque estén en este). Una alfombra roja esperaba a Máxima, enjoyada en diamantes, para conducirla hasta los dos colosales tronos, profusamente ornados, en los que debían sentarse ella y su Rey.
Ante toda la secuencia, los analistas se han dividido entre los que encuentran la escena terriblemente anticuada, y los que opinan que supone un extraordinario entretenimiento y un gran momento para el escapismo imaginativo de los espectadores al mágico mundo de la monarquía. ¿Tú qué opinas?
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