Kim con la familia de Naghla, a la que defendió recientemente. / Sandra calligaro

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Kabul, un nuevo hogar

Mientras miles de personas abandonan la ciudad donde la muerte es el pan de cada día, estas cuatro extranjeras han convertido la capital afgana en su hogar. Una forma de vivir peligrosa e interesante.

Con un nuevo tipo de expatriadas. Kimberley, Hamida, Anne y Athéna crecieron y estudiaron en Europa, Estados Unidos o Irán. Y después se mudaron a Afganistán. Entusiasmadas por los vientos de libertad que corrían en el país en los años posteriores a la caída de los talibanes, en 2001, aprovecharon el (corto) paréntesis dorado de la nueva república para montar un negocio: un salón de belleza, una compañía de producción audiovisual, una asesoría o un gabinete jurídico. Pero la seguridad empezó a desaparecer por la persistencia del terrorismo talibán, agravado por la retirada de las tropas de la coalición internacional en 2015. Para protegerse, han tenido que cambiar su vida - mandar a sus familias al extranjero, vivir rodeadas de muros erizados de alambradas-, pero todas han llenado su vida de actos reflejos que desbordan una desconcertante normalidad. Y han elegido quedarse en un país que han aprendido a amar.

Ni el recrudecimiento de los secuestros, ni la falta de libertad, ni las explosiones y los atentados (como el que hace unos días le costó la vida a la fisioterapeuta española Lorena Enebral en el norte de Afganistán) han alterado su voluntad de quedarse. En contra de los consejos de sus familias, pese a las amenazas de los talibanes y del ISIS, se aferran a esa vida fuera de la norma y desafían el caos.

Kimberley Motley, abogada norteamericana. Defiende a las mujeres de 'crímenes morales'

Hace nueve años, Kim desembarcó en Afganistán "sin saber ni situarlo en el mapa". Era abogada de oficio y se apuntó a un programa de formación de magistrados afganos financiado por el Departamento de Estado norteamericano. Pero una vez en Kabul, dejó el programa porque le pareció un "timo". Sin embargo, esta afroamericana, que había sido DJ y Miss Wisconsin, cayó fascinada por la justicia "a la afgana", una mezcla entre la ley islámica, el sistema institucional y la justicia tribal, en la que se especializó. De hecho, ha acabado profundizando tanto en el estudio del Corán, que hoy es la única abogada extranjera con derecho a intervenir en un tribunal afgano.

"Lanzaron una granada sobre mi casa, pero no explotó".

Su gabinete jurídico, fundado en Kabul en 2009, dedica el 70% de sus actividades al derecho mercantil para empresas locales u organizaciones internacionales. El resto del tiempo lo consagra a defender a particulares, sobre todo a mujeres, en un país donde muchas ciudadanas son acusadas de "crímenes morales", encarceladas por fugarse del hogar conyugal o por adulterio. Uno de sus últimos éxitos ha sido anular una decisión de la asamblea tradicional de Kabul, que obligaba a Naghla, de ocho años, a casarse con un vecino, porque su padre no le había devuelto una deuda de 2.500 dólares.

Kim consiguió que se revocara la sentencia organizando una segunda asamblea, presidida por ella, en un parque de la ciudad. "Me tranquilizó que las armas se confiscaran a la entrada...", cuenta con una expresión grave tras sus gafas de sol, mientras la música rap hace vibrar el todoterreno con el que se mueve por la ciudad.

En Kabul, Kim va sin velo. "La ley no obliga a llevarlo", recuerda, desafiando una práctica ya considerada como insuficiente por una gran parte de la población afgana, que considera más decoroso el burka. Aunque parezca que nada intimida a la abogada, admite que dos incidentes pusieron a prueba "la fuerza de su compromiso": su presencia en un hotel donde se produjo un atentado con víctimas, en 2014; y la granada que lanzaron sobre su casa ese mismo año... y que no explotó.

Anne Falher, francesa. Lleva 15 años en el país como asesora de educación

Con la mano derecha, sujeta a su bebé mientras le da el pecho. Con la izquierda, esta mujer de la Bretaña francesa, de 38 años, telefonea para asegurarse de que su equipo está a salvo tras la explosión que acaba de oírse en el norte de la ciudad. "Todo el mundo está bien", dice aliviada. Y la situación vuelve a la normalidad. Anne entrega el bebé a la cuidadora, que lo acuesta en una casita, rodeada de sacos de arena. Ella cree que ha sido "afgana en otra vida": así de comprometida se siente con el país donde vive desde hace 15 años. Pero cuando se casó con un afgano, hace cinco, las familias de ambos pusieron mala cara... "Fue muy duro -cuenta-. Pero adoro mi vida, a mi familia y este país. He asumido la inseguridad. No nos impide ser felices".

"La inseguridad no nos impide ser felices".

A su llegada, tras la caída de los talibanes, sintió "una esperanza muy profunda" y luego "una gran desilusión". Hace cinco años, montó su asesoría, especializada en la investigación (en educación, infraestructuras y seguridad) en zonas en crisis. Un día, mientras iba en coche, oyó disparos. Se tiró al suelo con su bebé y empezó a cantarle nanas. "Es lo único que me salió", dice. Desde entonces, sus niños -y ella, aunque en menor medida-, viven entre París y Dubai. "Por ahora, tengo buena estrella. Pero si un día la amenaza se cierne sobre mis hijos, habrá que dejar de empeñarse", murmura.

La francesa Anne, durante una reunión con su equipo en el jardín de sus oficinas. / sandra calligaro

Athéna Hash, emigró de Irán para montar un salón de belleza en Kanbul

riada en un barrio popular de Teherán, Athéna no se imaginaba viviendo fuera de Irán hasta que varios afganos de la diáspora le hablaron del floreciente Afganistán de la reconstrucción. "Tenía ambiciones y me decidí". En el interior de su local, termina el moño de una clienta. Al salir, la chica se coloca el velo. "Embellecer a mujeres que luego se cubren es muy frustrante: las peinas y se ponen el velo" explica, con un punto de amargura.

"Es frustante, les hago un moño y luego lo esconden bajo el velo".

Tiene un novio afgano-iraní y su negocio prospera, pero su vida se resiente por la inseguridad. "Cuanto más peligroso, menos salen las mujeres a la calle, y las que salen se ven más acosadas. Imagina cómo es esto para chicas de mi estilo...". Su estilo es el de las iranigaks, un término peyorativo para las chicas supuestamente fáciles. Sus 17 empleadas son iranigaks. "Ellas no se hacen líos con que el honor de una mujer debe quedar intacto y esas tonterías. Esto es un salón de belleza, no una escuela coránica".

La iraní Athéna (en el centro) en su salón de belleza. / sandra calligaro

Hamida Aman nació en Afganistán y exilió en Suiza con su familia

A los ocho años, Hamida abandonó Afganistán con un Corán bajo el brazo. Su padre, oficial del ejército, huía de las purgas comunistas. La familia se exilió en Suiza, donde uno de sus tíos se había establecido años antes, y acabó con una vida llena de promesas (y libertades), que incluía a una madre funcionaria del Ministerio de Cultura, "que iba a trabajar con traje y fumaba en la oficina". Así era el Afganistán de los 70. En Lausana, el padre de Hamida encontró trabajo en una fábrica de embalajes e intentó convertir a sus hijos en ciudadanos "tan suizos como fuera posible". Tenía algunos deslices, como "los picnics en la montaña, con alfombra y arroz con cordero", dice Hamida.

En 2001, 20 años después, ella volvió a Afganistán con un equipo de reporteros del telediario suizo para el que trabajaba y se dio cuenta de que quería quedarse: "Necesitaba reconciliarme con mis raíces -explica- y aprovechar el rigor que aprendí en suiza para construir algo nuevo en mi país". Hamida se instaló en casa de su abuelo y emprendió el "gran sacrificio" de su vida, el de su libertad de movimientos.

"Contrato a todas las mujeres que puedo".

Pero su trabajo se convirtió en un reto apasionante. Creó una productora y empleó, en la era post-talibán, hasta a 150 personas, muchas de ellas mujeres: "Contraté al mayor número posible de chicas. Quería aprovechar el clima de apertura para que encontraran trabajo". Pero en sus oficinas, el ambiente no es nada relajado: los chicos saben que deben comportarse con respeto hacia ellas y las mujeres llevan velo. "Las jóvenes afganas trabajan, siempre que sus padres confíen en la reputación de la empresa", explica Hamida, mientras recorre con su mirada a las empleadas que la acompañan en este proyecto. "Si rompiera esa confianza, perderían el derecho a trabajar".

La suizo-afgana Hamida, con su equipo durante un rodaje en las calles de Kabul. / sandra calligaro

Desde hace 13 años, la empresa de Hamida produce spots educativos, series y programas para las principales cadenas del país. A pesar del hundimiento de la economía, ella sigue en pie. Su programa Reacción, un reality policial, es todo un éxito de audiencia.

Afganistán en cifras:

  • 104.000 afganos, entre civiles y militares, han muerto en la guerra civil, que dura ya 16 años.

  • Solo el 63,4% del territorio nacional está controlado por el Gobierno. El resto del país se encuentra bajo control talibán.

  • 23% ha aumentado la mortandad femenina en atentados: 174 fallecidas y 462 heridas en la primera mitad de 2017. En estos seis meses han muerto cientos de personas en atentados, el 67% perpetrados por el ISIS y los talibanes. Es el segundo país más peligroso del mundo.

  • El 35,8% del país vive por debajo del umbral de la pobreza, y el 35% está desempleado. La situación de la mujer es especialmente vulnerable, con un 75,8% de analfabetas mayores de 15 años y una media de hijos de 5,12 por mujer en edad fértil.

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