Heroínas en serie: Miss Eileen y la doctora Candy

Eileen ha tenido que dejar la vida burguesa y, tras una separación dolorosa, trabaja como prostituta. Eileen no ha tenido más remedio que dejar a su hijo al cuidado de la abuela, su madre. Eileen –ahora criatura flotante por las esquinas de Times Square– ha tenido que convertirse en Candy. Y es a ella a quien conocemos antes de entender que Eileen es, sobre todo, alguien que lucha por volver a ser solo Eileen.

Es la única de las chicas que no tiene chulo. Asume los riesgos, esas palizas que llegan periódicamente, porque no quiere depender de ningún hombre. Trabajadora freelance, alma libre con el radar siempre activado, es la única en darse cuenta de que se está abriendo una dimensión paralela a pocos metros de donde ellas fatigan el sexo y el alma, la que configuran los primeros profesionales de la pornografía. Curiosa, con iniciativa, va a conseguir entrar en ese mundo. Como actriz, como directora, como productora.

Mientras que el resto de habitantes de 'The Deuce', esa zona marginal en pleno centro de Nueva York, vive una existencia única, consagrada a esas calles (o limitadas por ellas), ella sufre una vida doble. La vemos, muy incómoda, vestida de clase media, jugando con su hijo, recriminada por su madre. La vemos, todavía más incómoda, en una cita. Pero la incomodidad más radical la sufre en su vida cotidiana: felaciones en los coches, polvos sucios en los moteles, la violencia siempre acosando, la amenaza real de la muerte.

La soberbia interpretación de Maggie Gyllenhaal logra que en la cara de su personaje convivan perpetuamente, en tensión, esas dos vidas. Solamente cuando le susurra a una actriz desnuda, en el oído, "qué bellas son tus tetas", solo cuando empieza a ganar dinero con el porno y ve la luz al final del túnel, se relajan sus facciones. Y nos enamoramos de la posible y deseable Eileen. Y Candy, lenta, muy lentamente, empieza a desaparecer.