Voyeurs, por La Imperfecta

Dice un viejo proverbio que si en internet no sabes qué se está vendiendo es porque la mercancía eres tú. Prácticamente todas las redes sociales son gratuitas, pero los usuarios pagamos un alto precio por ellas en forma de datos. El petróleo de la era digital es nuestra información. Yendo a correr, viendo la televisión, sentado en el metro, prácticamente con cualquier actividad que hacemos, estamos generando un rastro digital, materia prima para las destilerías de datos. Google puede ver lo que las personas buscan, Amazon lo que compran, Twitter lo que les molesta, Facebook lo que comparten. Y precisamente esta última se ha convertido en las últimas semanas en un megavillano de Marvel, a raíz de las revelaciones de Cambridge Analytica.

En tu cuenta de Facebook puedes seguir las fiestas y viajes de tus conocidos, sus estados melancólicos, sus ideas políticas, sus suscripciones. Ni ellos mismos conocían tanto de sus propias personas antes de existir Facebook. Y ahí estamos todos. Notarios. Voyeurs. Periodistas del corazón. A todos nos han presentado a alguien que ya conocíamos por Facebook. Todos sabemos, gracias a Facebook, los apellidos de completos desconocidos.

A medida que esta red social ha ido creciendo, también lo ha hecho su apetito por los datos. Se podría abordar el problema de la privacidad vendiendo, por ejemplo, suscripciones en lugar de anuncios; vamos, haciéndonos pagar por nuestras cuentas. Pero esto entraría en conflicto con nuestra propia curiosidad. Porque lo cierto es que los primeros en mercadear con lo que otros publican somos nosotros. Todos nos atamos fuerte la bata y -¡oy, oy, oy!- miramos por Facebook, la superlativa mirilla del rellano.

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