Martina pregunta: "¿Los esquimales bailan?". "Supongo que sí -contesto sonriendo-, porque al bailar entras en calor". Martina finge escalofríos y prosigue: "También hacen agujeros en el hielo y luego se tiran dentro". Reconozco los síntomas: mi amiga ha entrado en el llamado hartazgo postinvernal. Me levanto, pongo música brasileña y empiezo a bailar frente a la chimenea. Se echa a reír y me sigue. Juntas avanzamos por el pasillo contoneándonos hasta la cocina. Microgata nos mira recelosa y escapa escaleras arriba.
Cuando finaliza el tema, nos derrumbamos en el sofá. Más animada, Martina continúa: "¡El baile y la luz! Son vitales. Pobrecillos...". "¿Quiénes?", pregunto. "Todos esos nórdicos. Los que se lanzan por los fiordos". Disiento: "Te equivocas, son unos roedores los que se lanzan por los acantilados. ¿Cómo se llaman? ¿Lemmings? Y lo hacen porque son demasiados". "Y porque la cerveza está carísima", añade con sorna. Recito: "Roedores desesperados por la subida de la cerveza se tiran al vacío...". "Sí, pero solo los roedores noruegos", puntualiza sonriente. Se abre la puerta y entra Gordi anunciando que ha salido el sol. Descorre la cortina y desolada murmura: "¡Estaba ahí hace un momento! Astro traicionero... Ya no puedes fiarte ni del sol, ni de los hombres, ni de la Unión Europea, ni de nada. Este pueblo apesta". Ha entrado en barrena y continúa lamentándose. Martina pone los ojos en blanco.
Al día siguiente, salimos rumbo al sur. Bufalino, Dina y Viruta, el perro de Martina, vienen con nosotras. Tras una serie de indagaciones, hemos reservado un alojamiento que admite ¡canes y personas! Cuando llegamos a nuestro destino, el sol se está poniendo. Sentadas en una terraza, Martina, relajada y comunicativa, lanza otra de sus teorías antropoilógicas: "Estar siempre en el mismo sitio no es natural; en un principio íbamos de un lado a otro cazando bisontes o mamuts y...". "Y lagartijas. La cosa se torció cuando empezamos a plantar cebollas y pimientos", opino levantando la copa de fino. Martina la levanta a su vez y brinda por la mujer cazadora-recolectora.
Sin que nos percatemos, unos cazadores-recolectores se han ido aproximando. Una pequeña representación del hombre mediterráneo que, por supuesto, disfruta charlando y comiendo, y ha decidido que Córcega es nuestro próximo e ineludible destino. Alguien ha puesto música y comienza a sonar Zorba el griego. Danzamos en corro al ritmo de la música; al principio despacio, luego cada vez mas rápido. Una japonesa y una pareja que pasaba por allí se nos unen alegremente. Los perros ladran a las olas.
De pronto, suena un trueno y, en cuestión de segundos, descarga una tormenta sobre la playa. El corrillo se dispersa, los latinman buscan refugio en el súbitamente atestado chiringuito, la japonesa se hace un selfie bajo la lluvia torrencial y nosotras, con nuestros canes (a quienes el agua les resbala), corremos riendo hacia el Travelguau.
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