A la izquierda el actor Dylan Minnette, que da vida a Clay Jensen y la actriz Katherine Langford que da vida a Hannah Baker. /
Puede que Selena Gómez no sepa aplicarse un autobronceador, pero nadie puede recriminarle que no tenga olfato para escoger sus proyectos como productora. La primera temporada de 'Por trece razones' llegó el año pasado a Netflix y provocó un torrente de reacciones, desde los que la consideraban poco menos que una apología del suicidio adolescente a los que la han usado como material de debate porque saca a luz muchos de los temas de los nadie quiere hablar con sus hijos. Lo que está claro es que la historia de Hanna Baker captó la atención del público y eso ha motivado que ya esté entre nosotros una segunda entrega ¿innecesaria?
Anuncio de la segunda temporada de 'Por 13 razones' /
El relato que hace Hannah de sus desgracias y el periplo de Clay hasta descubrir qué le había pasado a su amiga/amor platónico parecía haber quedado atada y bien atada en la primera entrega, pero no nos engañemos, el morbo y los cabos sueltos van a hacer que nos zampemos la segunda tan ricamente. ¿Pero por qué nos ha llamado tanto la atención esta serie? Porque los mortales que no tenemos ni idea de que es el trap 'Por trece razones' es una ventana a un mundo 'teenager' solo comparable a piratear las cuentas de Instagram del adolescente que languidece en nuestro sofá. Ellos, los que pasean su edad del pavo con los cascos puestos y contestan con monosílabos a las preguntas de sus padres, son el público objetivo de la serie y no es extraño que se sientan reflejados en muchas de las situaciones que se viven en ese instituto de animadoras y deportistas en el que nadie debería nunca matricular a sus hijos (madre mía ese orientador, cómo es ese hombre). Nosotros, los adultos, asistimos al desfile de desgracias, humillaciones, silencios y penas de los personajes con los ojos en la mano y el corazón en un puño. Y entre unos y otros nos vamos a tragar todo el juicio por la muerte de Hanna Parker... y lo que venga. Mientras se hacen las palomitas analicemos todo lo que esa ventana al mundo adolescente, nos enseñó, al menos a mí, en la primera temporada. *********ALERTA SPOILERS*********, si no has visto la primera temporada, mejor no sigas leyendo.
Bueno, quizá no. Pero un poco sí. Hannah se tira por un tobogán, Justin le hace una foto y oh, maravilla, en esta se le ven las bragas. Al día siguiente Justin enseña la foto a sus amigos, empiezan los ji jis y los jos jos (codazo, codazo) entre machotes, él no los desmiente, la foto salta de móvil a móvil, la chica ya es la pilingui oficial del reino (por tirarse por un tobogán, no lo olvidemos) y el acoso y derribo de la muchacha que enseña las bragas comienza. La humillación de Hannah la persigue allá a dónde va porque las redes sociales son como Las Vegas, lo que pasa en las redes, se queda en la redes. Y los abusones de patio de instituto lo saben. Según datos de la Fundación ANAR, en nuestro país uno de cada cuatro casos de acoso entre menores se produce usando plataformas como Instagram, Facebook o Whatsapp o lo que es lo mismo, su agonía les persigue hasta su casa y no se queda en la puerta: la víctima lo lleva a cuestas para siempre en formato smartphone. Fue ver ese capítulo (el primero, soy de natural blandito) y entrarme ganas de hacer un change.org para impedir que los menores de 18 tengan acceso a un teléfono móvil. Ya sé, ya sé, que si educar en la responsabilidad, que si la tecnología no es mala sino el uso que hacemos de ella y bla bla bla, pero todavía me lo estoy pensando.
Alisha Boe, da vida a Jessica. /
Entras en una consulta de oftalmología, te sientas en una sala de espera, suena un pitido y el resto de la gente que te rodea se levanta. Tú flipas con tu revista en la mano. La gente se sienta. Pasa un ratito, suena el pitido otra vez y la gente se levanta de nuevo. Tú flipas. La gente se sienta. ¿Cuántos pitidos aguantamos hasta que nosotros también nos levantamos? La solución en este vídeo de Yotube
Y para los que no puedan ver el vídeo la respuesta es tres pitidos. Nos separan tres pitidos de copiar un comportamiento social absurdo. De hecho, preferimos copiar un comportamiento social absurdo que preguntar al de al lado o a la chica de la centralita por qué hay que levantarse cuando suena un pitido. Y de eso tratan la mayoría de las tramas de Por trece razones: de la presión del grupo. Porque esto no va de una chica acosada y un acosador, esto va de toda la gente que había en medio que no hacía ni decía nada y no lo hacía porque de cara a la galería relacionarnos con los pringados no es lo más recomendable para nuestro estatus. El pringadismo es contagioso y eso lo sabe cualquier adolescente de aquí y de la China Popular. Durante la adolescencia (y por lo visto en las consultas de oftalmología) con tal de no sentirnos excluidos somos capaces de hacer cualquier tontería si la hacen los demás. Incluso vender a una amiga íntima, apoyar rumores absurdos, callar que somos gays o tirarnos por el famoso puente que vaticinaban nuestras madres en su célebre frase “¿y si los demás se tiran por un puente...?”. Pues eso, con tal de que los demás nos den el ok, nos vamos puente abajo.
Qué monos los adolescentes americanos que van al instituto en cochazo y no en metro, toman cafés que ni los de 'Friends' y parece que tienen todos una Visa platino y 27 años... porque tienen 27 años. Lo malo de las series americanas es que ponen a hacer de adolescente a casi cualquiera (ya lo hacían con 'Sensación de Vivir' y seguimos en esa línea...), y claro, tú miras a tu sobrino el de trece, que todavía no te llega al hombro y piensas, “estos son problemas de mocetones tamaño quaterback no de estos tirillas que vienen a jugar a la play a casa”. Pues no. Te equivocas. Estos son los problemas de aquí y ahora a partir de que cumplen los 10. Por eso a ellos les gusta esta serie y a ti te da más miedo que todas las temporadas de ' American Horror Story'.
El actor Justin Prentice da vida a Bryce Walker. /
Los de Hannah están en quiebra y tienen poco tiempo y energía para hacer caso a los silencios, cambios de actitudes y cortes de pelo radicales de su hija adolescente. Y como ella se siente “estorbo” y está más triste que Bambi el día de la madre, pues se traga lo suyo y no dice ni media. Los padres de Bryce, el malo de todo esto, pueden ser altos, bajos, gordos, llevar rastas, haberse implantado un cuerno en medio de la frente o pertenecer a los Iluminati. No lo sabemos. No salen nunca. Se encuentran de viaje perpetuo. Lo que sí sabemos es que son ricos y que dejan a su hijo abandonado a su suerte porque saca buenas notas y hace mucho deporte. Que esté a medio abuso de convertirse en el Weinstein del pueblo debe ser que no entra en sus planes, porque, hey, que el chico es popular, rubio, tienen jacuzzi y hace deporte. Y la madre Clay puede que se desgañite a decirle, “cariño, ¿te pasa algo?” en cada episodio, pero no es capaz de atar cabos ni de establecer un cauce de comunicación con su hijo. Sí mujer, tu hijo se pasea a las tantas de la mañana llorando por el pueblo y le inflan los morros un día sí y otro también, LE PASA ALGO. Menos decirle que no cierre la puerta de su cuarto y más saber cómo se llamaba la chica de la que estaba enamorado, leches. Moraleja: nunca subestimes lo que tu hijo quiere decirte, todos los problemas deben ser escuchados... aunque los problemas empiecen a la edad en que ven La patrulla canina.
Ni suicidio ni no suicido. A mí lo que me escandalizó de 'Por trece razones' es que, en cuanto a estereotipos de género, seguimos en pre-revolución francesa, no hemos avanzado nada. Chicas cosificadas en una lista que decide quién tiene o no el mejor culo. Que te cuelguen la etiqueta de zorra porque has quedado con el chico que te gusta. Que las chicas somos muy malas con las chicas y si tu amiga te dice que tu novio es un chungo pues es que está celosa, tía, tía. Y cuidadín con ellos que tampoco se libran: la colección de malotes que desfilan por los capítulos dándose golpes de pecho (y entre ellos, qué capacidad de diálogo oiga), impresiona. Hasta el pagafantas de Clay tiene momentos de bofetón con la excusa de “estoy celoso por eso te dejo de hablar aunque te amo en silencio”. Y no sigo con el tema del deseo sexual (que solo pueden sentir los chicos, por supuesto) y el consentimiento porque me enciendo. De verdad, de verdad, para cuando algún modelo de chico normal o chica normal y sano en televisión. Que es una serie coral, que uno normal podría haber salido. Lo necesitamos. Como el comer.