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Nieves es un ama de casa hacendosa, buena madre de sus dos hijos, sin más ambición económica que la de ganar con honradez lo suficiente para vivir tranquila y en paz. Cuando su esposo, Sito Miñanco, que ya ha dejado el trabajo legal y medra como contrabandista de cigarrillos, viaja a Panamá porque ya no sabe dónde meter todos esos fajos de billetes que se acumulan por los armarios de su casa, conoce a una mujer completamente distinta. La antítesis de Nieves, con sus mechas rubias, su pelo recogido y su bata de estar por casa. Su nombre es Camila Reyes y encarna el estereotipo de la mujer fatal en la serie Fariña.
Cuenta las aventuras y desventuras de los contrabandistas de tabaco gallegos que, en los años 80, se convirtieron en narcotraficantes.
El protagonista es Sito Miñanco (Javier Rey), quien abandona a su familia tras enamorarse de Camila Reyes (Jana Pérez).
La serie está basada en el excelente libro homónimo de Nacho Carretero, actualmente secuestrado por la justicia.
Pelo oscuro y suelto. Cuerpo de catálogo de lencería, sin estrías, tan elástica, tan joven. Independiente y decidida. Sin cargas familiares y sin manías en la cama. Y con importantes contactos entre los grandes capos del narcotráfico colombiano, que hablan con reverencia de un tipo que a Sito no le suena de nada: Pablo Escobar. Las escenas eróticas y los vestidos rojos dejan claro que Camila es moderna, cosmopolita, sexy y peligrosa. Y también que tiene a Sito bajo control.
Pero lo de femme fatale mejor olvidarlo, porque a estas alturas del siglo XXI ya no estamos para musas ni para Lilits. Sobrina de un ministro, amiga de narcos, Camila está acostumbrada al poder, a llevar las riendas, a hablar con los hombres de igual a igual. Ella es una mujer fatal porque Sito es un hombre fatal. Están hechos el uno para el otro. Son pura fatalidad.
Ella consigue, de hecho, que Sito abandone a Nieves y a sus hijos. Y que rompa la relación con sus viejos amigos, el único obstáculo que impide que se meta en el negocio de la cocaína. Cuando marca distancias con el resto de las mujeres de la cooperativa gallega y criminal, nos damos cuenta de que no encaja en ese mundo tradicional, en que la esposa está subordinada al marido y la hermana al hermano. En que la mujer vive en la sombra. Ella es solar. Ni toda la lluvia de Galicia va a poder evitar que Sito y Camila sean incendio, kamikazes. Las brasas son cuestión de tiempo.
Como el amante, que es primero amigo y después sudor, porque Camila está sola en Galicia. Sola con sus suegros del siglo pasado. Sola en esa mansión presidida por un gran retrato al óleo de Sito Miñanco, cada día más boss lejano y menos marido presente, más icono abstracto y menos ser humano.
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